Recuperando el fuego

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La existencia del ser humano deviene en una constante insurgencia ante la adversidad. Bajo estas circunstancias las personas buscan domar los obstáculos que el destino prepara, pero ante lo precario de nuestra existencia no queda más que aceptar el efímero control sobre los acontecimientos cotidianos, evocando a la literatura como un instrumento insurrecto. Sin embargo, el lenguaje escrito está en peligro de extensión en un contexto cultural completamente visual. Si escribir fue en antaño sinónimo de respeto, hoy luce como una forma estúpida de perder el tiempo.

¿Tiene cabida la literatura ante esta realidad? Sin duda, como entretenimiento tiene poco que hacer.  Quizá, su única vía de supervivencia radica a través de la voluntad: esa capacidad que tenemos para ir más allá de lo establecido, creando alternativas para pensar e imaginar el mundo, pues la ficción apareció como respuesta para describir una realidad inescrutable. Jack Kerouac, el escritor estadounidense, describía a la voluntad como una flama metafísica que necesita fuego para sobrevivir; es decir, las motivaciones para sostener en rebeldía aquello que consideramos valioso; pero ¿aún podemos encontrar ese fuego? Ante este cuestionamiento, la lectura tiene sentido porque la abstracción invita a la libertad como sinónimo de resistencia. Si no luchamos contra las satisfacciones efímeras y los placeres inocuos, sólo nos depara la barbarie.

En la actualidad, renunciar a actividades que desarrollan la reflexión es condenarnos a afectos efímeros y vidas desoladas por el peso de la realidad. Solo la incesante búsqueda de la belleza permitirá el sosiego de nuestra decepción. Mientras tanto, no queda más que continuar escribiendo lo que nos gustaría leer y acceder a lecturas que cuestionen hasta aquellas convicciones que la senectud asocia como mentiras.

Una vez que las ideas han cobrado vida, la escritura es una herramienta de la esperanza acerca de los afectos humanos, ya que reconoce la materia que trasciende lo cotidiano. Kafka tenía razón al escribir que quien sea capaz de percibir la belleza nunca envejecerá y, aunque a veces sea imposible observarla, está presente siempre que se le dé vida.

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