Transformar

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La literatura es una revancha. Aquello que se escribe sin posibilidad de redención no cumple el cometido. De igual forma, las vicisitudes a las que nos enfrentamos cotidianamente pueden paralizarnos si no logramos transformarlas en puntos de fuga que permitan vincularnos con el entorno. No obstante, permanecer en un estado de júbilo y armonía lucen como acciones idílicas, bajo el eclipse de un panorama espeluznante. 

En una sociedad que enarbola la presencia de cuerpos estáticos, caminar en interacción con la naturaleza y el manto de un cielo azul provoca que nuestros pensamientos adquieran formas amables y recuperemos la sensibilidad perdida. Cuando creemos que algo no sirve para nada encontramos su valor, pues abrimos grietas en el sistema burocrático que aterrorizaba a Kafka. Recordando al duo deleuziano, habría que prestar atención no sólo a las flores, sino también al césped que crece en el asfalto y transforma todo a su alrededor. Wittgenstein —el filósofo austríaco—, creía que la magia existía en el proceso de adaptación de la materia.  

La vida no posee ningún horizonte trágico, debido a que nuestra existencia es producto de un acontecimiento accidental que narra la divinidad. La lucha radica en las batallas por soportar lo ajeno, ya que nadie podría sentirse asfixiado por su realidad si cuenta con sus seres queridos, hace labores que le satisfacen —más allá de lo productivo— y está en sintonía con las muestras vitales que el mundo dispone. No resulta extraño que, ante las situaciones desfavorables e inherentes de la vida en sociedad, las últimas horas del domingo vislumbren la tragedia venidera. Los conflictos emocionales son de carácter estructural en el que las personas son agentes interdependientes. 

Ante esta perspectiva pareciera que se está merced de la picadura de una araña, pero es donde el arte tiene la capacidad de generar sosiego para levantarse del atraco y crear con las espinas.

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