Sin Yolanda, Maricarmen

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En esta vorágine electoral en la que estamos inmersos los ciudadanos frente a las maniobras, cochupos, negociaciones y transacciones políticas, no podemos ignorar que los partidos políticos nos están dando muestra de un desaseo que raya en el cinismo.

Siempre me parecerá reprobable la violencia política de género. Con ella se han amordazado, amenazado y asesinado a mujeres que contendían por cargos de elección popular o bien que aspiran a obtener candidaturas.

Señalo que es verdad que siempre veremos a los “fajadores”, “machitos” y “machuchones” de la política que se sienten patriarcales con o sin cargo, la finalidad es minimizar la participación o actuación de las mujeres en la política.

Sin embargo, las mujeres también requerimos hacer un acto de análisis y reconocimiento para no usar el argumento de la violencia política de género como la mejor excusa para acallar los cuestionamientos sobre los dedazos, acuerdos cupulares y transacciones que a muchas de ellas, las llevan a figurar como aspirantes a una candidatura.

Las buenas conciencias del panismo saltaron frente a los cuestionamientos que surgieron al ver el nombre de Liliana Ortíz cónyuge del edil Eduardo Rivera como una de las beneficiarias de candidaturas plurinominales.

Esta lectura política nos conduce a apreciar los acuerdos cupulares que se pueden sellar por si acaso Rivera Pérez perdiera frente a Alejandro Armenta, lo que es casi seguro.

Muchas de las voces que se rasgaron las vestiduras para defender a la pareja del alcalde, fueron los mismos que en el pasado colocaron en la hoguera a Rafael Morena Valle por imponernos a Martha Érika Alonso como candidata a la gubernatura poblana. Por ello, la memoria política es valiosísima.

Las voces del nado sincronizado defienden la trayectoria de Liliana Ortíz, trayectoria académica y dos veces responsable del DIF Municipal, sin embargo, eso no está a discusión.

Lo que realmente nos obliga a ver la realidad política de los excesos es como se empujan los acuerdos cupulares que hace unas semanas el mismo dirigente nacional del panismo (Marko Cortés) dejó al descubierto con aquella lista de cargos y candidaturas que él mismo reveló.

La reflexión es obligada, porque imponer dedazos, madruguetes y abrir espacios para los mismos de siempre es una trastada electoral.

El panismo poblano tiene muchas mujeres valiosas que siempre apoyan desde abajo y que de pronto miran cómo en su partido se hacen imposiciones a la sazón de querer agarrar un hueso para no quedarse sin la dieta del erario público.

Este mismo fenómeno lo hemos visto desde la vieja guardia priista donde siempre se estiló “empujar” a hijos, esposas, maridos, hermanos. Vicios que se han replicado en casi todos los partidos políticos.

Ahí tenemos a Blanca Alcalá y su hija Karina Romero Alcalá, Lorenzo Rivera Sosa y su hijo Lorenzo Rivera Nava, Leobardo Soto y su hijo Leobardo Soto Martínez, Juan Manuel Vega Rayet y su hijo Juan Manuel Vega Suck, Ardelio Vargas y su hija Guadalupe Vargas, Los hermanos Riestra que casi siempre van en paquete (Susana, Rodrigo y Mario), Claudia Rivera, su mamá y sus hermanos, Miguel Barbosa y su primo Julio Miguel Huerta, Ignacio Mier y sus hijos Daniela e Ignacio Mier Bañuelos, Carlos Martínez Amador y su hija Karla Martínez, Nadia Navarro y su papá Carlos Navarro Corro, Juan Carlos Natale y su primo Jimmy Natale, Carlos Montiel Solana y su hermano Pablo Montiel Solana, Julieta Vences y su marido Carlos Evangelista, Olga Lucía Romero y su hijo Francisco Cuano Romero, Guadalupe Arrubarrena y su hermano el de los sándwiches Bernardo Arrubarrena, Melitón Lozano y su esposa Juana Guadalupe Marmolejo, Antonio Gali Fayad y su hijo Tony Gali, Jorge Estefan Chidiac y su hijo José Charbel Estefan López, Eduardo Rivera Pérez y su esposa Liliana Ortíz. Y así, nos podemos seguir en una larga lista de parientes que se van empujando y heredando derechos de picaporte para allanarle el camino a sus familiares.

Así en la pléyade de parentela política, mientras unos compiten y se hacen de candidaturas o cargos públicos, los otros se dedican a la labor de hacer negocios.

Señoras compitan, demuestren en las urnas que votan por ustedes, raspen sus suelas, caminen no sólo acompañando al marido, sino háganlo probando que los ciudadanos iremos a las urnas a votar por una de ustedes.

A final de cuentas somos nosotros quienes les pagamos para que hagan un buen trabajo que desafortunadamente en la mayoría de los casos, ha estado plagado de corrupción y mediocridad.

Todas las mujeres tienen derecho a la libre participación política eso lo tenemos claro, pero seamos francos, quienes conocemos la política, también sabemos que, en ella, la debilidad de heredar los cargos o empujar a los vástagos, maridos y esposas es una tentación a la que pocos escapan.

Que la violencia política de género no sea el mejor pretexto para disimilar los vicios del poder donde como en tiempos priistas se decía: “Como hay que darles de comer a todos, hay que conseguir candidaturas para toda la familia”.

La participación de las mujeres es muy valiosa en cualquier proceso de elección, sin embargo, debe evitarse usar argumentos que no justifican querer la perpetuidad en los cargos públicos.

 

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