Anónimo Hernández de Mauricio Bares: una criatura de los tiempos
Una criatura de los tiempos.
Por Óscar Alarcón (@metaoscar) ¿Cuáles son los símbolos que representan a la Patria? Rubén Blades interpreta una canción con el título de “Patria”, y lo acompaña Winton Marsallis, jazzista impresionante. Blades nos dice:
El concepto “patria” es cuestionable en nuestros días, sin embargo, desde hace mucho tiempo hay instituciones que se instauraron como un monolito para fundar a la patria. O quizá para que el gobierno pueda tener un cimiento de donde partir. Es interesante saber cómo les transmitimos a los niños ese concepto, para no se convierta en un concepto maniqueo, populista o cursi y, también, qué tanto existe una imposición gubernamental a creer en los héroes nacionales que nos quitaron cadenas y nos las hemos vuelto a poner (sic). Anónimo Hernández de Mauricio Bares aborda la historia personal de un niño que nace feo, parecido a una lagartija, no solo en su fisonomía sino en su color: su piel es de color verdosa y tiene una cabeza prominente que, a veces, le hace perder el equilibrio mientrascorre. Pese a ello, Anónimo es un niño genio: rechaza a dios a las primeras de cambio cuando intentan bautizarlo. Y rechaza toda imposición de cualquier institución que, aparentemente, debería aceptar como todo niño normal. Iglesia, casa, escuela, ejército Cabe hacer mención de otra referencia musical: dice el cantante Jaime López que “fue en la escuela donde el fuck-o me apagaron”. Algo parecido le ocurre a Anónimo Hernández quien trata de vencer todo convencionalismo y llegar de primero a quinto grado de primaria sin pasar por los otros cuatro grados apenas con 5 años de edad. Ese sistema le permitirá hacerlo pues nos daremos cuenta que lo único que los adultos, a veces, entendemos es que no entendemos nada. Y en esta aventura, la escuela le mostrará a Anónimo una realidad alterada a la que mucha gente ve con naturalidad. O simula ver con naturalidad. Los aplausos serán la forma en la que simulemos ante el “no entendí lo que dijo, pero qué bonito habla” de Anónimo. Dividida en 5 cuadernos, la novela nos lleva por la vida de un pequeño que va afrontando portazo tras portazo el rechazo social por ser feo, chiquito e inteligente. Mauricio Bares nos habla de la iglesia y del ejército, de la escuela y de la familia, de los amigos y de los amores y de cómo esas instituciones se le imponen a un pequeño que puede representar a cualquier mexicano: estamos en este mundo en contra de nuestra voluntad, nacimos muertos para este mundo y nos quedamos en contra de nuestra voluntad. Tanto iglesia como ejército son dos instituciones que se nos imponen y no nos queda más que cruzar el brazo para rendirle honores a nuestro lábaro patrio o cruzar los dedos y hacer la señal de la cruz para persignarnos sin entender bien por qué lo hacemos en ambos casos, pero lo hacemos o nuestra madre o nuestra maestra nos darán un zape: tenga para que aprenda. El pequeño Anónimo –quien va por la vida propinando sustos por su aspecto físico– es expulsado de ambas instituciones: escuela religiosa y escuela militar. ¿Con qué se queda? Con el juego y el lenguaje. Justo en este punto es cuando nos preguntamos si ambas palabras tendrán la misma raíz. Y también se queda con los dulces, a los que se volverá adicto. Cosa curiosa: el único sabor dulce que le parece detestable es el de la Coca Cola. Anónimo preferirá los dulces de caramelo macizo que vendían en las tiendas del Barrio Chino. Conforme nos adentramos a la covacha de Anónimo nos damos cuenta de la crítica que Mauricio Bares hace a través del humor, se burla y desnuda esas instituciones graníticas que constituyen un país: moralidad y marcialidad se han fundido en el mexicano sin observar la contradicción que hay en ello. Ya nos lo adelantaba Armando Ramírez en su novela ¡Pantaletas! en donde el Maciosare, su protagonista, no entiende cómo es que su madre puede convivir tranquilamente con la imagen de la virgen de Guadalupe y con la de Benito Juárez y pedirles a los dos que cuiden a su hijo. Regresando a la novela Anónimo Hernández, el protagonista se da cuenta de que multiplicar y dividir son importantes, pero no para la finalidad que persiguen los colegios. Tome usted en cuenta esto: de los cientos de conocimientos que aprendió en la primaria, secundaria, preparatoria, universidad y posgrado, ¿cuáles son los conocimientos que verdaderamente aplica, de manera óptima, todos los días? La vida es una escuela de conocimientos en donde no hay pupitres ni pizarrón. Un elemento fundamental en la novela es la presencia de las mujeres, pues Anónimo tiene 12 hermanas, guapísimas, soberbias, independientes y muy inteligentes todas ellas, mientras que Anónimo es un personaje rebelde, contestatario, feo y verdoso. La presencia de la madre influirá determinantemente en Anónimo. Así los vemos caminar a lo largo de las calles del centro del Distrito Federal –hoy Ciudad de México– para comprar una bandera, la cual funcionará como puerta de entrada a la escuela, condición contradictoria pues Anónimo busca la salida a esa instituciones rancias y caducas. El lenguaje y el juego de palabras son una constante que demuestra que Anónimo es un niño genio. La iglesia ya no puede sostener sus argumentos ante los niños; el ejército es un remedo de guerra y la escuela produce zombies en serie que repiten y repiten bolitas y palitos desde la era paleolítica, por eso Anónimo, con su consciencia chiquita pero gran razonamiento critica, se burla y, en la medida de sus posibilidades, se escapa. El segundo cuaderno se termina de manera silenciosa, con balas rasando y las hermanas de Anónimo huyendo de los soldados: es el 68 mexicano el que aparece como trasfondo para ofender a los lectores, y es que ¿quién no se encabrona con tanta chingadera que ha hecho el ejército? México, Tlatelolco es un despertar en otro país, es perder la inocencia y entender que el 2 de octubre de 1968 murió un pedazo de nuestra patria. Anónimo transita por varios nombres, todos peculiares. La risa se desata porque en algún momento hemos tenido un tío con un nombre tan raro que suena a Antónimo, Anímico, Antibiótico, Antólogo o Anhíbrido. Y cada vez que alguien se equivoca o no le atina al nombre de Anónimo, el niño se transforma, se convierte en todas esas confusiones. Otra crítica ácida que Anónimo hace es a la fauna de escritores sobrados de sí mismos, quienes buscan ver por encima del hombro a los demás:
A dónde vine a caer, me dije. Nunca pensé que un escritor pudiera resultar tan odioso y jure en silencio que no volvería a tratar con uno por el resto de mis días. (p. 166). Esta primera crítica no sólo hará que Anónimo se aleje de los escritores, sino que se acerque a la escritura. Entender las pérdidas. La muerte de un niño puede consternarnos y a la par puede convertirse en un acto terrible y maravilloso que nos conmueva y nos haga suspirar al mismo tiempo, como la misma literatura. Mauricio Bares lo logra en Anónimo Hernández, cuando su personaje protagonista se entera que Eduardo, ese niño aspirante a escritor, murió en un accidente automovilístico provocado por el mismo Eduardo, cuando intenta fugarse con Ximena, una compañera de la primaria. ¿De esto se trata la vida? ¿De entender las pérdidas? Anónimo pierde a sus compañeros, a su madre, a su padre y también a sus hermanas. Algunos fallecen, otros simplemente desaparecerán de la vida de Anónimo y otras, por la cantidad abundante de hermanas se confundirán entre tantos nombres. El tercer cuaderno cierra con la partida del padre: reúne sus pertenencias y se va; todas las hermanas observan su partida como si fuera un espectáculo, Anónimo, por su estatura, no ve nada, apenas alcanza a vislumbrar a su padre quien ya tenía otra familia –un hermano casi de su misma edad, pero no tan feo como él– y es ahí cuando el protagonista se pregunta por el paradero de su mamá. Un cuestionamiento que nos pudiera trasladar a nuestra edad primigenia, no importa que seamos adultos o adolescentes: al día siguiente, el niño Anónimo despierta en su cama, chupándose el dedo pulgar. ¿Hay una figura más enternecedora y poderosa para saber que seguimos siendo niños ante la pérdida? No le hace que tengamos 50 o 90 o 7 años: todos nos chupamos el dedo. En el cuarto cuaderno aparece el cine como una forma de conocer y expandirse dentro del mundo. Pero también la muerte de la madre, con quien tiene varios párrafos de profunda ternura: una madre del siglo XX, de provincia y avecindada en la capital es capaz de sacar adelante a 12 hijas y a un hijo feo, al que casi todos rechazan y al mismo tiempo se acercan y que es capaz de tolerar estoicamente el engaño del esposo para irse a formar otra familia. Y después de ello aparece algo que era obvio, pero jamás fue notorio: la madre de Anónimo no sabe leer. Anónimo ya está perfilado a acercarse a la escritura, ya ha comenzado a tomar un curso por correspondencia para “ser escritor”, cualquier cosa que eso signifique, entonces, nuestro protagonista le ayuda a su madre a aprender a leer. Es natural en la vida morirse, aunque se resista y piense que las madres y los padres deberían de ser eternos. El libro cierra con un último cuaderno en donde vemos a Anónimo entregarse completamente a la escritura, entre prostitutas y criminales, bares y vasos de leche, discusiones filosóficas con carniceros, infortunios amorosos, Anónimo no tiene de otra más concluir un diplomado por correspondencia y por entregas para ser escritor. Y así le llega su diploma en el que se certifica que ya es escritor, así, con un papelito que lo dice: un diploma, un certificado, un documento que avala que nosotros sabemos, aunque en realidad no sepamos nada. El humor de Mauricio Bares está en el lenguaje, en el juego con las palabras que pueden ir de Anónimo a Anémico o Arsénico, no son necesarias las groserías cuando es posible extender el mundo del anonimato a la enfermedad y a la química con el cambio de unas cuantas letras. Esa es la valía de esta novela que nos hace regresar en el tiempo no solo por lo que se narra sino porque Mauricio Bares es un narrador de lo cotidiano, del humor y la reflexión, es un maestro de las palabras, una criatura de los tiempos. Me despido como decía el maestro Ibarra Mazari: ya mis burros van lejos, voy y vengo. |
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