El cielo que nos queda de Nicolás Ferraro

El cielo que nos queda (Revólver, 2019), novela de Nicolás Ferraro, es un texto lleno de violencia, de imágenes indelebles que no soltarán la memoria de sus lectores

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Memorias del Crimen

El estruendo que produce un disparo en el cielo es imperceptible para el que se encuentra a cientos de pies, debajo, en la tierra.

Minutos después del estallido mudo, el silencio se transforma en fuertes golpes sobre el piso. Lo primero que se escuchaba como un aguacero poco a poco se transforma en retumbos sobre la tierra, como si de pronto “le tumbaran los dientes a dios” y cada uno cayera como lozas que anuncian muerte.

El cielo que nos queda (Revólver, 2019), novela de Nicolás Ferraro, es un texto lleno de violencia, de imágenes indelebles que no soltarán la memoria de sus lectores, pues sus palabras se traducen en imágenes y nos muerden.

La historia arranca minutos después de que Keegan le dispara a Pedro Zambrano, lo que provoca que la avioneta en la que viajan se venga abajo junto con varios kilos de cocaína. Falopa, como se le conoce en Argentina. Farlopa, como se le conoce en España. Basuco, Niña Blanca, Caspa del Diablo, Nieve, Perico, Yeyo, como se le conoce en otras partes del mundo.

¿Qué hace una persona que se encuentra con un paquete de falopa con un alacrán impreso en una de sus caras a mitad de la nada en el invierno argentino? De encontrar uno de estos paquetes debemos de considerarlo una advertencia: lo que se avecina son problemas, sin duda. Hay que tener el carácter suficiente para si quiera intentar recoger uno de los dientes de dios y después tratar de comercializarlo. Solo los tipos duros son capaces de lidiar con paquetes que les acarrearán problemas grandes.

Si en la novela Cruz (Nitro Press, 2019) el lenguaje es un recurso para construir escenas muy al estilo del cine Noir, en donde una historia consanguínea es el motor para la venganza, en El cielo que nos queda, el lenguaje sirve para describir la violencia de forma milimétrica, con cautela y con la precisión que exige un asesino a sueldo, que goza de ver morir a la gente.

Si en Cruz estamos frente a una novela Noir, en El cielo que nos queda estamos frente a un western en pleno siglo XXI.

Es fácil encontrar escenas en donde los personajes se disparen a quemarropa, mientras la narración avanza y la trama se tensa más. Algunas escenas de la novela están tan distendidas que sería fácil hacerlas sonar como las cuerdas de una guitarra a punto de vibrar. Ha caído tanta falopa del cielo que todo mundo quiere obtener un pedazo de la gloria.

Nos encontraremos con Reiser, un asesino retirado, al que los años le han dado la sapiencia y el temple para tomar decisiones arriesgadas como tomar varios paquetes y guardarlos. Sabe que los problemas se avecinan y que debe de prepararse para lo que pudiera ser el último disparo. Reiser parece ser un justiciero, un tipo que tiene el ojo y la mano certeros para alejar a todos aquellos a los que su pasado puede lastimar: “Un hombre solo es dueño de aquello que lo abandona” (p. 205)

La búsqueda de la falopa lleva a un maratón en donde todos los participantes quieren ganar la carrera: Lucero y Keegan irán tras los paquetes y con la ayuda de Zupay recuperarán la mayoría. Es en este punto en donde Zupay se muestra como el hombre despiadado al que hay que vencer: la antípoda de Reiser, los pistoleros que habrán de enfrentarse una y otra vez en un campo despoblado, observados por sus comparsas, sudando, desesperados por asesinar al contrario.

Los hermanos Emiliano y Javier Vargas forman otro equipo que se lanza a la búsqueda de la merca. Recogen cuanto paquete se encuentren en el camino sin saber que en su destino habrá muchas balas que esquivar. Se entrecruzan con Reiser, quien los salvará de una muerte segura y no por bondad sino porque necesita aliados para completar todos los paquetes y una venganza: han matado a dos de sus amigos, al Armenio y a su caballo Barro.

La aparición de los caballos en la literatura es extensa. Barro no solo significa la amistad incondicional y la fidelidad sino también la masculinidad y la plenitud de Reiser. Zupay es el tipo que se encuentra detrás de la desaparición del caballo, ejemplar educado al que solo le falta hablar para quererlo más que a cualquier persona.

Como lo mencioné líneas arriba, El cielo que nos queda es una novela-western en donde los vaqueros han sido cambiados por gauchos contemporáneos, que en vez de caballos utilizan camionetas apache y avionetas, en donde El bueno, el malo y el feo también tienen una representación en personajes como los mexicanos que transportan la cocaína y que se la pasan pidiendo sándwiches y diciendo “¡Macizo!”, solo hace falta cerrar los ojos e imaginar los pochos con los que se encuentran ataviados platicando con sus homólogos argentinos.

Los campos argentinos de algodón se tiñen de rojo, como si fuera una marea que pinta la tierra de escarlata. Nicolás Ferraro es un escritor calmo, silencioso, tiene la paciencia de un samurái: si tuviera una espada en la mano sería tan hábil como con la pluma. Varias escenas de El cielo que nos queda nos hacen guiños a westerns clásicos. Mi alusión a los samuráis es porque la novela me hizo un enorme guiño a La casa de los cuchillos voladores: las batallas descritas en la novela son épicas, transcurren por episodios en donde parece que la violencia se queda a un lado y aparece el origen de la guerra, el dominio de uno sobre el otro no solo con el acero sino también con la palabra:

–¿Qué arma tenés?

–Una que hace tumbas.

El Zupay volvió a sonreír.

–La verdad, me dan ganas de invitarte una cerveza y que todo esto se vaya a la mierda. Vos y yo estamos para cosas más grandes.

–Vos y yo estamos grandes para estas cosas. Para casi todas las cosas.

–Hablá por vos. Yo sigo teniendo el corazón de un pibe.

–Mientras no tengas la codicia de un pibe.

Se miraron […] (p. 235)

El cruce de miradas, salvar a Irina, la novia de uno de los hermanos Vargas, la falopa lloviendo sobre el campo desolado, la venganza, Barro, el Armenio. Todos los elementos están dispuestos, cada uno de ellos se va metiendo como balas en el cargador de una pistola. El lector debe de estar dispuesto a tomarla: el frío recorre la mano, se congela la sangre, ¿quién está dispuesto a disparar?

Nicolás Ferraro es un tremendo narrador, constructor de tramas, sube y baja por los recovecos del alma humana. Es un escritor silencioso. Ferraro tomó el arma, de pie frente a nosotros nos sonríe. El libro está abierto.

Me despido como decía el maestro Ibarra Mazari: ya mis burros van lejos, voy y vengo.

El cielo que nos queda de Nicolás Ferraro. Argentina, Revólver Ediciones. 2019
El cielo que nos queda de Nicolás Ferraro. Argentina, Revólver Ediciones. 2019

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