Entrevista a Ingrid Rossi
Ingrid Rossi, nació y creció en la Ciudad de México. Estudió Derecho en México y después realizó estudios de posgrado tanto en Estados Unidos como en Bélgica
Ante el deterioro de la salud de su madre, Julia –una joven historiadora que investiga la vida de la emperatriz Carlota en la Ciudad de México– decide regresar a Bruselas para acompañar a sus padres. Mientras ordena el estudio de su madre, descubre que detrás del terremoto de hace veinte años en México, el cual alteró la vida de su familia, se esconde un secreto. Obsesionada por este hallazgo, Julia interroga a los distintos actores para reconstruir el pasado y entender qué es lo que sucedió antes y después del terremoto. Ingrid Rossi, nació y creció en la Ciudad de México. Estudió Derecho en México y después realizó estudios de posgrado tanto en Estados Unidos como en Bélgica, país en el que reside desde hace veinticinco años. Saltar una grieta es su primera novela. La eutanasia y la muerte anticlimática Óscar Alarcón. Me gustaría comenzar con una pregunta sobre la enfermedad. En este caso, la enfermedad de la de la madre de la protagonista. Pareciera ser que no es algo que medre su carácter, sino por el contrario, pareciera que la fortalece muchísimo más. Háblanos sobre la enfermedad en Saltar una grieta. Ingrid Rossi. Es verdad que la enfermedad está muy presente. Creo que por circunstancias personales me he enfrentado a enfermedades en mi familia, he vivido ese proceso y me interesaba mucho explorarlo en el contexto de la eutanasia. En Bélgica –siendo pionera en eso y viviendo allá– estuve presente durante todas las discusiones sobre la legislación. Además de la enfermedad en sí misma, de lo que puede vivir el enfermo, me interesaba explorar el proceso de muerte, de decisión propia, de cómo morir, en fin. Creo que desde que empezaron esas discusiones era algo que me interesó y que quise explorar metiéndome en un personaje. ÓA. La muerte siempre es una incógnita. A título personal, lo que más me aterra es no saber cómo voy a morir, aunque morir sea natural. ¿Cómo se vive una enfermedad terminal y cómo se llega a la decisión de la eutanasia? IR. Traté de informarme, ver entrevistas con médicos. Es difícil verlo desde el punto de vista del paciente porque hay diferentes experiencias. Hay testimonios de gente que atravesó por esos procesos. Yo lo atravesé también a través de la novela de una manera en la que imaginé pudiera suceder. ÓA. Existen dos pulsiones: Eros y Tánatos. Nuestro país está más cargado al Eros, aunque tenemos celebraciones del Día de Muertos siento que, culturalmente, hablar de la muerte –o incluso hablar de la decisión de cuándo morir– es algo para lo que todavía no estamos preparados. ¿En México estamos cerca de entrar en la discusión sobre la eutanasia? IR. Creo que en México es más difícil entrar en ese tema, creo que es un tema tabú. Sin embargo, en Bélgica también hubiera parecido que era un tema tabú porque es un país muy católico y, sin embargo, aceptaron esta legislación. Se aplica y es algo de lo que están orgullosos. Creo que es la naturaleza mexicana, como dices tú, estar más en el Eros que del Tánatos. Quizá el balance en Bélgica sea diferente, en México, en cambio, estamos mucho más en la vida. ÓA. ¿Qué piensas sobre la eutanasia? ¿Te ha ocurrido algo cercano?, con familiares o con amigos. Si mi padre o mi madre pudieran decirme oye, quiero practicarme la eutanasia, no sé cómo reaccionaría. Pero en tu caso y por lo que has documentado, ¿te ha ocurrido a título personal? IR. No he visto a nadie muy cercano que haya optado por esa opción, pero sí conozco a gente –familiares de amigos– y creo que es muy difícil. Alguien me contó que lo había vivido y no es algo tan bueno. Me acuerdo que me dijo: “Pues ya pasó”. Se acorta todo el proceso. Y es que a veces se vive mal. Es anticlimático, pasa tan rápido, es en un segundo y se acabó. La muerte es así: muy anticlimática para la gente que está alrededor. En lo personal creo que para la gente enferma es una opción, les puede dar mucha paz. Es una cosa que la gente ve como un regalo, optar por eso y no tener que pasar por un proceso que puede ser terrible. ÓA. ¿Por qué es anticlimática? IR. Porque pasa rápido. Es lo que trato de poner en la novela: la hija es quien vive eso. Muchas veces el proceso de muerte es más lento y la gente tiene tiempo para acostumbrarse y, en cambio, con una inyección letal, como es el caso de la eutanasia activa que se aplica en Bélgica o en otros países, es una cuestión de segundos. Creo que la gente puede sentir eso, que es como un momento un poco más logrado, sin el drama que muchas veces tiene, no necesariamente para la persona que muere –que quizá muere bien, en paz y rápido. Las otras opciones, como una sedación u otras cosas, a veces son más largas. La gente alrededor tiene ese tiempo para acostumbrarse. En fin, creo que es más por los otros que por la persona misma. La última emperatriz consorte de México ÓA. En la novela aparece Carlota, un personaje con toda la carga literaria e histórica, en un momento muy importante para las mujeres. Pareciera que es la reivindicación de Carlota. Cuéntame sobre sobre esta figura. IR. A mí me interesó siempre desde que llegué a Bélgica. Carlota es un personaje que une a los dos países, en ese sentido es importante. Y claro, también me daba un poco de miedo meterme en el tema de Carlota porque se ha escrito tantísimo sobre ella y Maximiliano. Me interesaba darle profundidad a la novela y hacer una comparación con uno de los personajes de la novela y basarme más en su papel como gobernante –que es el tema de la tesis del personaje–, de por qué México le dio sentido a su vida. El otro aspecto, después de la locura o del encierro, está totalmente ligado a la frustración de no poder ser Emperatriz de México. Me parece un personaje que continúa siendo interesante, rodeado de incógnitas y de misterio, que sigue avivando la imaginación: una princesa belga que viene de una de las casas reales más importantes de Europa. Es una figura de cuento y a la vez una figura de poder con un destino trágico. Creo que siempre va a ser más que Maximiliano; Carlota es una figura de la cual se seguirá escribiendo. ÓA. En algún momento Julia tiene un diálogo con su madre y parece que discrepa respecto al hecho de que Julia observa que Carlota puede enarbolar una bandera en donde las mujeres toman el poder, aunque esta es una observación desde el siglo XXI. Pero su madre le dice que es una cuestión más política, más con el poder que sostener esa bandera. IR. Si es verdad. Julia trata de defender su posición como mujer independiente y como gobernante. Ese es el punto. Ese es un aspecto del que no he encontrado tanto. Hay mucha documentación que dice que, en las ausencias de Maximiliano, Carlota se interesó muchísimo por la gente, pero no sé si ha recibido la atención que merece su actuación como gobernante. Creo que es algo que valdría la pena explorar más. Los viajes como una forma de imaginar ÓA. Los viajes son una línea que se usa como pretexto para que funcione la novela, pero a final de cuentas, uno de esos viajes es el que provoca prácticamente todo. El hecho de que Irene viaje de Bélgica a México provoca que se ponga en peligro en un terremoto –obviamente uno no sabe cuándo va a temblar–, pero también Julia viaja de México a Bélgica para encontrarse con sus padres y al mismo tiempo para encontrarse con la noticia de la eutanasia. ¿Qué es lo que ocurre con los viajes en la novela? IR. Los viajes también están basados en mi experiencia personal, de vivir en un lado y en otro. Quería crear personajes que tuvieran la implicación de vivir fuera de su país y las consecuencias que eso conlleva: las nostalgias, los problemas de comunicación que eso genera, los malentendidos. Al vivir fuera de México –en Bélgica– era algo que me interesaba explorar a través de los personajes. En la novela hay muchos viajes de ida y de vuelta. En el caso de Julia, volver a Bélgica es el regreso a casa, enfrentarse a todos sus demonios. Ella vivió en Bélgica con la nostalgia de México. Me interesaba explorar ese ángulo porque está muy pegado a mí. Los sismos ÓA. Otro de los temas de Saltar una grieta son los sismos y las desgracias provocadas por los fenómenos naturales. ¿Estuviste en México en alguno de los sismos? ¿En el del ’85, del ’99 o el de 2017? IR. Solo viví el del ’85. Lo viví como un terremoto grande que marcó muchísimo la historia de México. Los otros dos no los viví personalmente. El del ’85 lo recuerdo porque es algo que también me marcó. Recuerdo exactamente dónde estaba en el momento que pasó. Me inspiré en esas vivencias para la novela. Aunque yo sitúo el sismo en el ’95 en la novela, porque es un terremoto ficticio, pero mis vivencias están ahí también. ÓA. Los sismos nos dejan una grieta, una cicatriz, como en el caso de Irene: desde el sismo hasta el final de su vida. Así como no controlamos los sismos tampoco controlamos las enfermedades. ¿Quisiste hacer un paralelismo entre el sismo y la enfermedad, como una grieta a partir de la desaparición y al mismo tiempo la muerte de alguien? IR. Yo creo que sí. Toda la novela está cruzada por estas grietas emocionales. El terremoto es real y a la vez es una metáfora de todo lo que sucede en la novela. Grietas reales y grietas emocionales. Algo que sacudiera muchísimo para crear todas estas confusiones. Es una novela de su época, en el sentido de que el referente tenía que ser 20 años antes, porque las comunicaciones de hoy en día no permitirían ese tipo de confusiones. ÓA. ¿Cómo explica una mexicana a los belgas un sismo? IR. Es algo que les impresiona muchísimo. No se pueden imaginar que los mexicanos vivamos con sismos constantes. Allá nunca, nunca tiembla mientras que aquí tiembla todo el tiempo. Alguien que leyó la novela me dijo: para los mexicanos esto es algo que pasa todos los días, ¿no? Es verdad que es más frecuente, pero un terremoto de esas magnitudes tampoco pasa todos los días. No sé si me interesa explorar esa experiencia, pero es interesante leerlo también. |
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