Entrevista a Alexandra Lobato: Autora de Mulata

Entrevista a Alexandra Lobato, autora de la novela Mulata: La mayoría de los mexicanos somos herederos de embarazos no deseados, ya sea en el matrimonio o de violaciones

Alexandra Lobato Quesada es autora de Otro libro de sexo de la Editorial Casablanca. Obtuvo el Tercer Lugar en el Concurso de Cuento Ignacio Padilla 2017, con el cuento “El viaje de Juliana”. Mulata es su primera novela, además es una novela histórica ubicada en el Virreinato de la Nueva España. Se publica por la editorial Letra Capital.

Mulata, Alexandra Lobato Quesada
Mulata, Alexandra Lobato Quesada

Óscar Alarcón. Mulata, una novela de época, donde se muestran varios contrastes, ¿por qué el periodo virreinal fue tan llamativo? Es un periodo que puede ser doloroso y al mismo tiempo explosivo en cuanto a la evolución social.

Alexandra Lobato. La primera respuesta es porque he sido profesora de Historia de México muchísimos años. El periodo virreinal lo estudiamos brevemente en preparatoria y secundaria. Me sorprende el poco tiempo que le dedicamos: son tres siglos apasionantes. La razón principal es porque es el caldo de cultivo de lo que va a ser México. Ahí se juntan la mezcla de sangre, de religiones, de creencias, de prácticas, de cosmovisiones que en el México de hoy convivimos y sigue siendo contrastante.

Tenemos la sangre negra, que también nos deja un sello cultural y artístico. Y tenemos la sangre española y la sangre indígena –por supuesto– y toda la estructura de castas. Lo que más me he impactado es la mezcla de castas, cuando empiezas a ver los cuadros y se empiezan a dividir y dividir los nombres de las castas –con nombres absurdos, como saltapatrás o tentenelaire– dices: “Todos los mexicanos somos eso”, pero cuál sería el nombre de la última casta.

Me parece apasionante que a todas partes a las que voy en México me aparece el sello del virreinato, el sello de la Colonia.

La novela se detona en un sueño, soñé que yo era una mulata y que me arrebataban a mi hijo de los brazos. Yo tengo un hijo, en ese momento era un niño todavía, y me desperté con esa sensación maternal de que te están robando a tu hijo. En mi sueño, yo era mulata, el niño era muy blanco –aunque yo sabía que era mi hijo– y el que me lo arrebataba era un oficial del ejército realista con toda la parafernalia que tiene el uniforme, los sombreros muy de la época. Me desperté a las tres de la mañana muy sobresaltada con ese sueño muy vivido. Escribí el episodio: una mulata que está jugando con un niño muy blanco y se lo arrebatan.

Entonces empecé a imaginar por qué el niño era blanco, si es su hijo o no es su hijo. Y ahí se armó la historia.

ÓA. Para el siglo XVI ni siquiera existía el concepto de “maternidades”, ¿qué es lo que has investigado sobre las maternidades de aquella época?

AL. La novela se ubica a principios del siglo XVIII, en donde la maternidad no es una opción para algunas mujeres: en clase alta, las mujeres españolas y criollas tenían como posibilidad ser mamás y esposas o tomar los hábitos. Esas eran las opciones para las mujeres. Y como no todas tenían la vocación religiosa, la maternidad era una condición sine qua non, o sea, eres mujer y eso te toca ser. Y no todas tenemos vocación maternal, ni en el pasado ni ahora.

Catalina, una de las dos personajes principales, entiende de manera muy natural ser mamá, pero hubiera preferido elegir otras cosas, y aun así ama a sus hijos. Entonces, justo lo que quise representar fue esa maternidad que ni siquiera fue elegida, pero que el instinto y el amor termina sacándole la fortaleza para darle sentido a la vida a través de sus hijas. Yo diría que la mayoría de los mexicanos somos herederos de embarazos no deseados, ya sea en el matrimonio o de violaciones que era de lo más común: mujeres que no tenían esposo o que se sabía en las comunidades que ya no eran vírgenes, se consideraban casi mujeres públicas. Eso era terrible porque esa mujer ya no vale nada porque ya no es virgen y si me la encuentro en el río o si voy borracho –sobre todo mujeres indígenas, negras, mulatas– podía violarlas. Esos actos daban como resultado maternidades no deseadas.

Es un tema muy reciente como lo dices, desde hace diez años que se está hablando de esto. Pero justo quise representar que esto ha pasado siempre y entonces revalorar –a través de los ojos del presente– la elección de la maternidad o la renuncia a ella, como una posibilidad única que tenemos las mujeres de este siglo.

ÓA. Hubo mujeres que fueron violadas y, a pesar de ello, decidieron tener a sus hijos. Háblanos sobre este tema.

AL. Era absolutamente común, dentro del matrimonio se consideraba un deber absoluto de la mujer ceder siempre a las demandas sexuales de su esposo y no se podía negar. Podía haber parido recientemente y el hombre podía solicitarla sexualmente; negarse era considerado un pecado.

Es casi volver loca a las mujeres: antes de casarte se les dice que el sexo es pecado, no lo pienses, no lo hables, reprime toda tu energía sexual porque eso no existe. Y en el día en que te casas, en cuestión de lo que dura la misa no solo tienes que hacerlo, sino tienes que estar dispuesta, siempre de buenas, siempre abierta a las demandas de tu esposo.

Unas amigas lectoras me decían: “Nos hiciste ver que era casi imposible encontrar placer sexual para la mujer, ni aun para la casada ni aun para las que fueron violadas”. La sexualidad femenina es muy compleja y necesita un crecimiento del deseo mucho más lento que la sexualidad masculina. Es una cuestión biológica, nada más.

El deseo y el placer de la sexualidad femenina requiere un camino mucho más largo. ¿Cuándo iban a experimentarlo estas mujeres? La violencia está tanto en las mujeres casadas como en las no casadas. Se consideraba natural que los hombres fueran depredadores sexuales. La naturaleza animal de los varones es, en general, mucho más activa y mucho más depredadora.

También la sexualidad femenina tiene su parte instintiva, pero creo que nuestra naturaleza por proteger a las crías, de proteger tu embarazo y nuestros ciclos hormonales nos llevan a que nuestra sexualidad sea por períodos, mucho más en calma.

En estos últimos 50 años de la historia humana es cuando se ha hablado con libertad esto. Inicia el siglo XX con un boom de hablar de sexualidad. Llevamos 100 años, si quieres, explorando realmente las diferencias y empatando. Las parejas tenemos diferentes ritmos, diferentes necesidades. Pero esto es algo hiper moderno, entonces la sexualidad de las mujeres de aquella época era, casi siempre, una experiencia violenta.

La novela está ubicada en Querétaro, en San Juan del Río principalmente, que era la ciudad más importante de paso hacia tierra adentro. Ahí había pocos negros, hubo poca presencia negra en el bajío, para resolver eso en la novela fue fácil porque la familia desembarca en Veracruz y ahí la mujer española le dice a su esposo: “necesito una esclava, necesito ayuda doméstica”. Les dicen que en el bajío no van a conseguir esclavos negros.

Ella elige a una mujer zamba porque Catalina es buena persona, es una mujer con una mínima conciencia social que se podía tener en ese entonces, de ideología borbón –con un abuelo borbón–, ella trae una ideología más liberal. Se apiada de esta negra, que es más o menos de su edad y porque es zamba y sabe que la van a explotar o la van a terminar matando, porque no se iba a vender. La escoge y se la lleva a su hacienda en Querétaro.

ÓA. Tenemos una línea de negritud en México muy tenue. Sin embargo, es muy notoria. Hablando del siglo XXI, ¿qué pasa con la discriminación? Noto que hay mayor discriminación en otros sectores, quizá la gente discrimina más a las personas por ser pobres, por ser indígenas, ¿en este país discriminan a la gente por ser negros?

AL. Sí, mientras tengan más rasgos de piel oscura. Estábamos hablando con Nacho Pata, el músico, y nos contaba que una de sus hijas tiene sangre negra muy marcada. Sus abuelos son negros y ella ha sentido mucha discriminación –tiene 25 años–, en los últimos dos años ha dicho que es cubana o puertorriqueña porque siente que ha padecido esa discriminación.

En Puebla y Querétaro no tenemos población negra, punto final. En Querétaro llego a ver a alguien e inmediatamente digo: “Jugador de basquetbol contratado por las universidades”. Sí existe racismo, pero no lo vemos porque en Puebla y Querétaro no existe la población afromexicana.

ÓA. Creo que has logrado encontrar un tema para la literatura: las excepciones. En este caso para Puebla, Querétaro, Zacatecas en donde no encontramos negritud. A final de cuentas es una novela que habla sobre una de las minorías en México.

AL. Sí, exactamente. Dentro de la novela están las minorías como las que hablábamos de las mujeres en las ciudades coloniales –porque no somos minoría, pero ha habido esa pues esta dificultad para abrirse espacios. Los mulatos, que empezaban a ser minoría, pero la mayoría de los mexicanos tenemos la sangre mezclada. Los negros, que en el centro y en el bajío siguen siendo minorías.

No lo pensé en esos términos, creo que lo pensé mucho más en las dificultades de la vida femenina en la época que en términos de plantear los retos de las minorías, pero efectivamente, al menos con la parte de la negritud está presente. Es la primera vez que lo pienso ahora que me lo estás preguntando

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