Memorias de una triste carta fue lo que dejó Rosario Orozco

Al mero estilo de su defenestrada encargada de comunicación, Rosario lanzó un intento de mensaje siciliano en contra de los diputados que antes fueron sus amigos y en contra de Sergio Salomón Céspedes

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Memorias del Crimen

Pocos son los políticos que tienen la calidad moral para levantar la voz o para denunciar atropellos.

La mayoría tiene cola que les pisen, arrastran escándalos de corrupción, denuncias por violencia o se han enriquecido a costa del erario.

Por eso, solemos ver políticos y políticas sumisas, agachadas y entreguistas.

Sus lealtades están con sus padrinos o con los gobernadores en turno, salvo honrosas excepciones pocos son los que están genuinamente para defender los intereses y los derechos de la ciudadanía.

Toda esta larga pero necesaria introducción, para entrar de lleno a la carta que ayer publicó Rosario Orozco Caballero; la viuda, como le gusta que le llamen.

Al mero estilo de su defenestrada encargada de comunicación, Rosario lanzó un intento de mensaje siciliano en contra de los diputados que antes fueron sus amigos y en contra del gobernador Sergio Salomón Céspedes.

Sí, ese mismo que la puso en una diputación federal, que permitió que su primo político, Julio Huerta Gómez, quedara como diputado local y que evitó que pisaran la cárcel por el desfalco de 500 millones de pesos a las arcas del gobierno.

Al mero estilo de su esposo, el gobernador Barbosa, Rosario quiso sembrar encono y discordia.

Durante esos dos años, en los que fue beneficiada, agachó la cabeza, se comportó como la viuda abnegada que cumplía con defender y con perpetuar el legado político que NO dejó su esposo.

Escupió su veneno para arriba, ese mismo veneno que durante tres años su grupo político echó para dividir a Puebla, y se terminó embarrando ella sola.

Rosario fue cómplice de los cientos de perseguidos políticos que dejó el cogobierno que encabezó con su marido.

Empresarios, periodistas, funcionarios públicos y activistas fueron violentados durante su reinado; se les aplicó todo el peso de la ley con auditorías y delitos a modo.

A quienes no estaban con ellos o se atrevían a alazar la voz o criticarlos, los intentaron borrar del mapa.

Vale recordar el caso de Ana Patricia Osuna Ramírez, quien murió a los 40 años de edad prácticamente de depresión.

El repentino encarcelamiento de su esposo, Alfonso Siriako Guillén, magistrado del Tribunal de Justicia Administrativa, la consumió, hasta que la tristeza y la enfermedad mermaron su cuerpo.

Qué decir de los indígenas de Coyomeapan perseguidos y asesinados, luego de ser acusados por el entonces gobernador Barbosa y por las autoridades locales de “violentos” y de “antorchistas” por atreverse a levantar la voz en contra del cacicazgo de los Celestino.

En sus tiempos como presidenta honoraria de Sistema Estatal DIF, también se toleró que, como escarmiento, encerraran en celdas de castigo a adolescentes del DIF.

Con todo su negro historial a cuestas, ayer Rosario Orozco en un insólito arranque de pureza, valentía y rebeldía intentó arremeter contra el gobernador saliente.

Después, su propio grupo le dio la espalda. Fieles a su estilo, la traicionaron, la negaron tres veces y la dejaron más sola que nunca.

Nadie le hizo segunda. Nadie salió lastimado. Los medios de comunicación que, en su momento persiguió, se burlaron de ella y a los que protegió y favoreció con contratos millonarios de publicidad mejor se quedaron callados.

Memorias de una carta triste fue lo dejó, así como la sombra de que, por encargo, la obligaron a morder la mano de quien en su momento la ayudó y la mantuvo políticamente con vida.

Esa es Rosario. Esos son los barbositas. Así es la política en Puebla.

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