La maquinaria de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara

No se puede hablar mal de un lugar que promueve la lectura, a menos que en lugar de eso, utilice como pretexto la comercialización de la cultura

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Por nueve días, uno de los lugares más felices de México es la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, quizá también sea uno de los lugares más felices sobre la tierra. O por lo menos del continente. La FIL también puede definirse con una palabra: Abrumadora.

No se puede hablar mal de un lugar que promueve la lectura, a menos que en lugar de eso, utilice como pretexto la comercialización de la cultura para hacerse de dinero y olvidarse de los índices de lectura que tiene el país: 3.2 libros leídos al año por cada mexicano en promedio durante 2024, según datos ofrecidos por el INEGI.

La FIL de Guadalajara es un cúmulo de experiencias: es ese lugar común que se repite hasta el cansancio, pero es cierto, es un encuentro formidable entre lectores y autores. La posibilidad del encuentro entre amigos y, al mismo tiempo, puede ser una hoguera de las vanidades. Hay muchos que consideran que se pueden decir que ya “eres” escritor si estuviste allí. Como una especie de graduación. Hay otros que opinan lo contrario y que la experiencia de presentarse en la FIL es solo una posibilidad más de promover su última obra.

La Feria Internacional de Libro de Guadalajara tiene muchos lados positivos: las presentaciones de libros te acercan a autores de todas partes del país; se dan cita muchas de las editoriales de universidades mexicanas; el país invitado trae novedades editoriales que pocas veces encontramos en el mercado librero; las presentaciones de libros y conferencias son maravillosas, cronometradas, te sacan del salón y te piden que no firmes libros en la mesa de presentación, que para eso están los stands, pero se entiende: una tras otra suceden que apenas y tenemos tiempo de marcar en nuestra agenda a cuál asistir.

Lo mismo puedes ver caminado en los pasillos a Mónica Nepote que Óscar de la Borbolla o Alberto Ruy Sánchez o Eduardo Huchín o Elma Correa, autores y autoras, disímbolos que se dan cita en un enorme pabellón. 

El salón de la poesía siempre se encuentra concurrido; las fiestas son continuas y para asistir a todas pareciera que se necesita la resistencia como para correr un Iron Man. 

El periodismo también encuentra su lugar. Y ni qué decir de los cómics: un espacio consolidado y que, afortunadamente, cada vez encuentra más eco entre los lectores.

La FIL tiene puntos interesantes que la hacen funcionar como una maquinaria, uno que muy pocas personas observan, pero se agradece su excelente ritmo de trabajo: a cualquier baño que entres en la FIL lo encontrarás limpio. Para muchas personas pareciera no tener importancia, sin embargo, si consideramos que el público asistente de este año fue de 907,300 personas —un promedio de 100,811 visitantes diarios— mantener con jabón y papel higiénico para darle servicio a cada usuario es una labor titánica.

Un comentario que me pareció curioso fue el que le escuché a una amiga acerca de la comida que se vende en la FIL y es que esta tiene precio como de aeropuerto. Habrá que comer todos los días en el aeropuerto para constatarlo, pero vendían unos helados en conos gigantes que no tienen comparación.

La FIL infantil y juvenil es otro acierto: para el primer rubro asistieron 194,239 chamaquitos y hubo 106 actividades para la FIL joven.

Aunque el cansancio es extremo, todos los que están relacionados con la industria del libro esperan la parte final de cada año para asistir. La FIL es ese espacio donde entra hasta un camión; es esa semana en la que puedes olvidar que tu libro tiene pocos lectores y en la que puedes soñar que esos mil o dos mil o cinco mil ejemplares ayudarán a elevar el nivel lector de este país.

Que buena falta nos hace.

Feria Internacional del Libro de Guadalajara 

Me despido como decía el maestro Ibarra Mazari: ya mis burros van lejos, voy y vengo.

 

La numeralia de la FIL fue consultada en: https://fil.com.mx/info/numeralia.asp

 

 

 

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