Esta guerra comercial es también asimétrica y los poderes de negociación muy dispares.
El Tratado de Libre Comercio (ahora T-MEC) firmado originalmente en 1994 entre México, Estados Unidos y Canadá se encuentra en un momento de inflexión. El día 31 de enero de este año, Donald Trump ha impuesto aranceles del 25% a sus principales socios comerciales. En su pasada administración, el presidente de Estados Unidos había amenazado al gobierno mexicano con imponer aranceles de forma gradual poniendo como argumento el problema de la migración ilegal. Esta vez lo ha hecho efectivo con una justificación distinta relativa al problema de las drogas y el narcotráfico. Podemos decir que, por definición, el T-MEC se ha terminado (o por lo menos, suspendido). Recordemos que el Tratado de Libre Comercio (TLC) fue muy particular por sus condiciones iniciales de asimetría entre los actores y de la condición de dependencia de México ante sus socios. Desde el comienzo, México ha tenido que lidiar con las presiones de un tratado de origen desventajoso cuyas consecuencias han sido, como todos sabemos, muy graves en términos de bienestar social. Como sabemos, nuestra economía (como bien sabemos) depende en gran medida del ciclo de producción de Estados Unidos de América y sin duda esta guerra comercial tendrá efectos en el corto plazo en toda la región. En principio, podemos esperar un aumento de la volatilidad en los mercados y presiones inflacionarias en general, así como efectos en los mercados de trabajo en ambos países. Todas consecuencias indeseables en nuestra economía. Aunado a lo anterior, a pesar de que México es el primer socio comercial de Estados Unidos, nuestro poder de negociación es limitado. Basta recordar que más del 70% del gas natural que consumimos proviene de Estados Unidos y estados como Nuevo León son dependientes de este energético casi en su totalidad. Así como este caso es preocupante, lo mismo sería pensar en aranceles para productos como el petróleo, por ejemplo. Todo lo anterior plantea redefiniciones de nuestro plan de desarrollo para el futuro. El problema de la dependencia de Estados Unidos no ha podido ser resuelto a través de los largos años y parece que la realidad (aunque venida ahora de un gobierno de corte racista y populista de derecha) nos plantea de nueva cuenta la posibilidad voltear hacia otros horizontes y redefinir la política económica hacia una que garantice cada vez más nuestra verdadera soberanía alimentaria y energética. El reto no es nada sencillo; esta guerra comercial es también asimétrica y los poderes de negociación muy dispares. La presidenta de nuestro país ha anunciado ya medidas de retaliación arancelarias y no arancelarias, al igual que Canadá. Tendremos que esperar hasta que margen se va a estirar la batalla.
José Ángel Alcántara Lizárraga PhD. Economia, Washington University in St. Louis Profesor de Economía / Tiempo Completo Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla
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