Eduardo Rivera, el entrevistador de las nostalgias

EL PAN suma la nostalgia como otro débil recurso para enfrentar al oficialismo.

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En Puebla pasó casi desapercibido, bueno, en todo México, pero el pasado 2 de Julio, las redes sociales del Partido Acción Nacional difundieron una entrevista del exalcalde y actual secretario del CEN del PAN, Eduardo Rivera Pérez, con el expresidente Vicente Fox Quezada.

En un intento por recurrir a la nostalgia y tomar referencia de uno de los momentos cúspide de la derecha mexicana, Rivera Pérez, recorre con Fox episodios de Maquío, el fraude de la elección en Guanajuato a principios de los noventas, y el crecimiento popular de la figura de Fox hasta su triunfo presidencial el 2 de Julio de 2000.

Esta charla de casi 2 horas, que apenas alcanza 1,600 reproducciones en Youtube es, en su mayoría, un repaso por la trayectoria política de un Vicente Fox que al hablar de su pasado político muestra más lucidez y mesura que la mostrada en sus recientes apariciones públicas o tuits personales. Al final, en menos de 10 minutos, abordan el presente, Fox repite las mismas fobias contra Andrés Manuel López Obrador y reconoce su realidad como oposición: "volverle a quitar la manzana a Morena, está cabrón" pide unidad, pensar estrategias correctas y llama a la militancia panista a no perderse en las nubes, pide, sin decir cómo, buscar una posición digna en el Congreso en 2027 con al menos una tercera parte del Congreso.

La crisis del Partido Acción Nacional como oposición es sistémica y en Puebla es muy profunda:

No es solamente un problema de estrategia política, sino un reflejo profundo del extravío ideológico de la derecha mexicana. En un país donde el oficialismo ha logrado construir un relato potente, popular y polarizante, el PAN ha optado, en muchos momentos, por una oposición estridente pero estéril: con Lily Téllez en el Senado o Liliana Ortiz a ratos en la Cámara de Diputados; la oposición grita, denuncia y se escandaliza, pero no ofrece alternativas viables. Más que una voz crítica con visión de futuro, se ha convertido en una caja de resonancia que multiplica el ruido sin ofrecer respuestas estructurales.

Esta estridencia se ve acompañada de una exigencia vacía como la diputada federal Genoveva Huerta o Carolina Beauregard que se la pasan en sus redes sociales mostrando baches y amplificando episodios de inseguridad. Las y los panistas señalan los errores del gobierno actual, pero lo hacen desde una posición que ignora su propio pasado en el poder. Critican problemas que ellos mismos generaron o perpetuaron —como la inseguridad, la corrupción o la desigualdad— sin una autocrítica real ni propuestas nuevas. Así, su discurso se agota en la queja, sin construcción de consensos ni proyectos con base ciudadana.

 

Eduardo Rivera y el CEN del PAN ahora recurren a la nostalgia como su recurso discursivo más frecuente. En lugar de reinventarse o repensar su papel en el siglo XXI, apelan a un pasado idealizado: los tiempos del “México bien gobernado”, sin reconocer que ese mismo pasado fue también origen de la desafección popular y el ascenso contundente de MORENA y el Obradorismo.

La derecha poblana, y el PAN en particular, no han podido —o no han querido— generar un relato alternativo de estado más allá de los lugares comunes del “orden”, “la familia” y “el mercado”.

Y, quizás lo más grave: la tibieza, como la mostrada reiteradamente, entre otros, por su líder en Puebla, Mario Riestra Piña. Por cálculo político o por miedo, muchas personas legisladoras y dirigentes se pliegan a iniciativas del oficialismo o evitan confrontaciones reales. Esta moderación oportunista se disfraza de diálogo, pero en realidad parece claudicación. Se diluyen en acuerdos que no representan a su base, ni tampoco a un electorado que busca contrapesos auténticos y valientes.

En suma, el PAN ha dejado de ser oposición eficaz porque ha perdido el rumbo: grita sin propuestas, exige sin congruencia, recuerda sin renovarse y negocia sin principios.

En este contexto, la derecha mexicana no solo enfrenta una crisis de liderazgo, sino de identidad. Si no se reinventa con ética, imaginación política y compromiso democrático, su destino será la irrelevancia y la proliferación de excesos de muchos miembros cobijados por el oficialismo.

Hasta la próxima

 

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