Las y los diputados de Puebla están tan lejos de la gente y tan cerca de los likes
Se saludan, abrazan, felicitan entre ellos, entre ellas. A veces discuten, a veces se lanzan indirectas y otras tantas se descalifican si son de otro partido. Fotos por acá, fotos por allá. Unas con tono serio, reflexivo, firme o grácil. Les siguen o les persiguen sus asistentes, que les toman videos, poses y más poses. Incluso bailes. El nuevo edificio de Los Fuertes tiene en la LXII Legislatura a las personas que pasarán a la historia como las primeras en ocupar ese recinto para ejercer sus diputaciones. Pasar a la historia: el anhelo profundo de muchas personas que se dedican a la política y al servicio público. No es el dinero, no es la investidura: es servir al pueblo, es ser parte de la historia, dicen. Y pasarían... si alguien les conociera. En las calles, el pueblo sabio y bueno "ni los topa"; en las conversaciones de café, en la sobremesa del almuerzo, en las bancas, en los parques, a nadie le interesan. En un reciente sondeo realizado por esta casa editorial, para la ciudadanía las y los diputados locales son totalmente ignorados. Nadie recuerda una iniciativa, su trabajo, vaya, ni su nombre. "Tendrán muchas pero ninguna cumplen" afirma una poblana después de asegurar que no conoce ni el nombre ni las iniciativas de ningún integrante de la legislatura. Una poblana que resulta evidente, no fue alcanzada por las infalibles estrategias de comunicación y márketing político de alguno de las y los 41 diputados. Se suele asegurar que el desconocimiento sobre quiénes legislan y qué hacen es consecuencia del desinterés ciudadano o del escaso espacio mediático que se les brinda. Y aunque ambos factores tienen peso, es fundamental la inacción de las y los propios legisladores. Son ellas, ellos —no los votantes ni las personas periodistas— quienes han abandonado su papel como representantes populares y se han desconectado de las causas y territorios que prometieron defender. Hoy, la mayoría de las y los diputados locales parecen más preocupados por alimentar sus redes sociales que por fortalecer el vínculo con sus comunidades. Invierten tiempo y recursos en generar videos, organizar concursos, posar para fotos cuidadosamente editadas o repetir frases de autoelogio vacías, creyendo que un reel puede sustituir el trabajo de base. En lugar de recorrer colonias o dialogar con sectores sociales, prefieren medir su relevancia en likes y vistas, como si su labor legislativa fuera una campaña permanente de autopromoción. Esta obsesión por la visibilidad digital ha desplazado la presencia territorial, esa que se construye caminando las calles, escuchando de frente, rindiendo cuentas con la gente y resolviendo gestiones concretas. Comunican para el algoritmo y no para las personas. Están más cerca del escaparate que del compromiso real. Un ejemplo es el caso de la diputada morenista Nayeli Salvatori, a quien en el sondeo, una sola persona la mencionó, sin recordar una de sus propuestas o trabajo legislativo. Desde que asumieron el cargo, desaparecieron del territorio. Ya no caminan calles, ni escuchan al vecindario como en campaña. No buscan atender las necesidades reales de sus comunidades. Su vínculo con el electorado se cortó al ganar la elección y, en su lugar, se instalaron en una zona de confort burocrático, protegidos por su curul, las agendas partidistas y las redes clientelares. Su trabajo se volvió opaco, sus iniciativas incomprensibles o irrelevantes, y su rostro dejó de tener presencia en sus distritos. Esta ausencia no es solo física, sino también simbólica. No existen canales efectivos de comunicación con sus votantes, ni informes periódicos, ni espacios de consulta ciudadana. La página oficial del Congreso está diseñada más para cumplir con los requisitos mínimos de transparencia que para rendir cuentas de forma clara. Y quienes deberían dar ejemplo de apertura democrática se encierran en la lógica de partido, obedeciendo consignas en vez de construir puentes con la sociedad. Se concentran en discusiones vanas, se llenan de exhortos que no cambian la realidad de nadie. Las fracciones opositoras del PAN, PRI, MC se concentran en amplificar cualquier pifia oficialista o en politizar casi cualquier cosa que afecte al gobierno local. Las otras, las oficialistas —Morena, PT y las demás— se concentran en aplaudir todo logro de la 4T, cumplir con sus partidos, fotografiarse con el gobernador y encender la aplanadora al unísono. La gris uniformidad. El resultado es un círculo vicioso: al no verlos, al no saber qué hacen ni cómo afectan sus decisiones, la ciudadanía deja de exigirles. Pero no se puede exigir lo que no se conoce, y no se puede conocer lo que deliberadamente se oculta o se ignora. Hay excepciones, claro, como en cualquier fenómeno: Artemisa y Delfina, entre otras, me parece. Hasta la próxima
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