Lunes 15 de Septiembre de 2025 |
Se vale no estar de acuerdo con la rectora de la BUAP, Lilia Cedillo; se vale estar inconforme con algunas de sus decisiones e incluso con su gestión. En una comunidad de más de 150 mil almas, la discrepancia no solo es natural, es necesaria. Pero creo que, al interior de la universidad, han surgido voces que analizan con diferente rasero su trabajo y su gestión al frente de la máxima casa de estudios. Leo, escucho, callo, pienso. En las redes sociales, en el entorno, en el laberinto de las opiniones, todo mundo tuvo algo que decir de ella y, con el proceso electoral de la BUAP, salieron decenas de especialistas en política universitaria. Este fenómeno ya lo viví. Fui testigo en primera fila: toda gestión tiene fallas y las decisiones, buenas o malas, siempre tienen consecuencias y personas que las reconocen y critican. Pero, cuando es una mujer quien dirige, la intensidad de la crítica y la reacción es mayor, en algunos casos inquisidora. En el ámbito universitario es común que las mujeres —académicas, investigadoras, directoras de grandes proyectos científicos, sociales, tecnológicos, etc.— se enfrenten a una doble exigencia: no solo deben demostrar la misma capacidad académica, técnica y administrativa que sus pares masculinos, sino que además son evaluadas con una lupa mucho más estricta. Cuando Lilia Cedillo asumió la rectoría de una institución como la BUAP, las expectativas se multiplicaron y los errores, por mínimos que fueran, se magnificaron como muestra de supuesta incapacidad. Esta dinámica no solo es injusta, sino que reproduce patrones de discriminación histórica que limitan el reconocimiento del talento femenino en la toma de decisiones. La comparación con sus predecesores hombres fue inmediata y desproporcionada. Y, como suele pasar, se sugirió de inmediato una injerencia externa a Lilia Cedillo y surgieron preguntas como: ¿A ella quién la puso? ¿Quién la controla? ¿Quién está detrás de ella? Preguntas que no se externaron con Alfonso Esparza, ni con Enrique Agüera, mucho menos con Enrique Doger. Al contrario, a ellos se les reconoció por romper con sus antecesores. Se habla del Agüerismo y del Esparcismo, pero no se habla del Cedillismo. Mientras a los rectores varones se les concedieron márgenes de tolerancia amplios frente a crisis internas, decisiones polémicas y sus grandes escándalos de corrupción, a una mujer rectora se le exige perfección en cada movimiento. Cualquier desacierto se ha convertido en un argumento para cuestionar su legitimidad o incluso para reforzar prejuicios sobre su supuesta “debilidad” en el liderazgo universitario. Antes de ella fueron tres rectores quienes se han reelecto bajo las mismas reglas que hoy lo hace Cedillo, y, una vez reelectos, pocos al interior cuestionaron su legitimidad o se inconformaron con los resultados. Hay quienes justifican este fenómeno argumentando que antes no había condiciones para protestar, pues existía mayor represión. Eso, lejos de debilitarla, subrayaría la diferencia con sus antecesores. Enrique Agüera fue polémico y estuvo rodeado de escándalos de corrupción y enriquecimiento en un periodo marcado por sus aspiraciones políticas fuera de la universidad. Alfonso Esparza no pudo eludir los mismos escándalos de corrupción y enriquecimiento junto con algunos de sus colaboradores. Hubo, estoy seguro, muchos más estudiantes inconformes contra ellos. También hubo protestas y paros en algunas unidades académicas. ¿Por qué es en el periodo de Lilia Cedillo cuando se detona un paro de gran magnitud que la confronta con el estudiantado? Sostengo firmemente que el paro fue legítimo y la mayoría de las demandas, justas e incluso muchas de ellas urgentes. Sin embargo, este movimiento fue también amplificado por esas voces patriarcales que cuestionaron la autoridad, el liderazgo y la capacidad de la rectora Lilia Cedillo. En los últimos 24 años, no existe referencia de que, como ahora, ante las protestas y demandas estudiantiles, la rectoría estructurara mesas ordenadas de diálogo, abriendo la puerta a horas de trabajo en las que se discutieron y se dio seguimiento a más de mil peticiones en toda la universidad. Esto, por supuesto, tensó la relación de Lilia Cedillo con una parte del sector estudiantil, que construyó sus narrativas a partir de las mediaciones patriarcales de miembros de la comunidad universitaria y de los intereses de grupos de poder al interior y exterior de la máxima casa de estudios. Hoy el principal desafío de Lilia Cedillo no está en enfrentar el constante oportunismo de César Cansino ni la desmedida ambición de Alfonso Esparza por recuperar espacios de poder. Consiste en construir puentes de entendimiento con una comunidad estudiantil que, con demandas legítimas, pide que la universidad se adapte a las exigencias de su tiempo. Me parece que el diálogo directo, firme y abierto de Lilia Cedillo con la comunidad estudiantil será clave en el futuro de la BUAP, caminando hacia un análisis honesto y profundo sobre una nueva reforma universitaria que se adapte a la magnitud actual de la institución, a los retos de las nuevas generaciones y a la influencia de la universidad pública en la configuración del Estado de Puebla. Y también, hay que decirlo: cortar de tajo a personajes arcaicos que, lejos de sumar, le restan a la primera mujer rectora de la universidad pública en Puebla.
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