| Lunes 22 de Septiembre de 2025 | 
| En una gran orquesta, cada instrumento tiene su papel: unos sostienen la base, otros marcan la melodía, otros acompañan con acordes. Ninguno es más importante que el otro; todos son necesarios para que la sinfonía alcance su sentido. Pero basta con que unos decidan tocar fuera de compás, con que algunos desafinen deliberadamente, para que lo que debía ser armonía se convierta en estruendo. Así sucede también en la política. En el Cabildo municipal, donde deberíamos estar trabajando para dar soluciones a los problemas reales de la ciudad, existe un sector de oposición que ha elegido el ruido como estrategia. En vez de debatir con argumentos, interrumpen. En lugar de proponer, desinforman. En vez de sumar, prefieren dividir. Es legítimo disentir —así es la democracia—, pero no lo es utilizar la burla, la difamación o el hostigamiento como única forma de hacerse notar. Esa conducta no enriquece: desafina la orquesta ciudadana y desgasta la confianza de quienes esperan respuestas. He defendido con firmeza el modelo Calle Viva porque creo en la política como un instrumento de transformación, no de enfrentamiento. Esta iniciativa busca recuperar los espacios públicos que durante años quedaron en manos de la delincuencia, de la prostitución forzada, del abandono institucional. No estamos pidiendo recursos adicionales ni impulsando nada ilegal. Estamos, simplemente, proponiendo darle un nuevo sentido a la ciudad: parques, plazuelas y calles donde la convivencia vuelva a ser posible, donde las familias se sientan seguras, donde la vida recupere su dignidad. Por eso resulta tan sorprendente —y preocupante— que haya voces que, en lugar de aportar, se dediquen a obstaculizar. Que interrumpan cada intervención no para corregir datos, sino para desacreditar. Que cuestionen no con intención de enriquecer, sino de confundir. Que reduzcan el trabajo municipal a un espectáculo de señalamientos. A ese sector de oposición le interesa más el reflector del momento que la obra de largo plazo. Frente a ese estilo de política, recuerdo a León Felipe cuando escribió: “todos debemos entrar juntos y a tiempo”. En la vida pública, como en la poesía, los tiempos importan. Entrar juntos significa sumar voluntades, reconocer que las diferencias pueden convivir si hay un objetivo mayor: servir a la gente. Llegar a tiempo significa no perderse en la mezquindad, no dejar que el ruido retrase lo que urge a la ciudadanía. Porque si unos avanzan mientras otros se dedican a frenar, todos terminamos estancados. Yo no me sumo al estruendo. Estoy convencida de que gobernar no es gritar más fuerte, sino escuchar mejor. Gobernar es acompañar, proponer y resolver. No se trata de aplastar al que piensa distinto, sino de encauzar las diferencias hacia resultados que impacten positivamente en la vida de las personas. Por eso insisto en el respeto: respeto al Cabildo, respeto a los procesos, respeto al mandato ciudadano. La ciudadanía no nos eligió para ver quién interrumpe más o quién insulta con mayor ingenio. Nos eligió para garantizar servicios, seguridad, calles limpias, espacios públicos vivos. Nos eligió para transformar, no para desgastar. Y en ese mandato está la diferencia entre quienes se aferran a la política del pasado —la del golpeteo y la denostación— y quienes apostamos por la transformación desde la dignidad y la responsabilidad. No ignoro que en cada debate habrá tensiones. Pero de esas tensiones pueden salir mejores ideas si existe voluntad de escuchar. Lamentablemente, el sector de oposición que hoy se aferra al ruido parece olvidar esa posibilidad. Prefieren el aplauso inmediato a la construcción de soluciones duraderas. Prefieren el escándalo a la seriedad. Y así, el Cabildo corre el riesgo de alejarse de la ciudadanía, que no entiende de gritos ni de burlas, sino de necesidades concretas. | 
 
					   
					