Martes 28 de Octubre de 2025

Frente a la abyección del poder y los desplantes del oficialismo, urge una oposición seria, pues la actual se limita a desinformar y amplificar pifias ajenas, sin proyecto propio ni visión que devuelva sentido a la política como bien público.

Los daños ocasionados por las fuertes lluvias en cinco estados de la República nos permitieron testificar lo miserable que puede ser el discurso político, particularmente de los grupos opositores al oficialismo. Dicen que en las crisis se conoce a las personas.

Mientras en el territorio militares, funcionarios y sociedad civil, se dedican a reconstruir caminos, recuperar servicios como luz, agua y hospitales, entregar víveres y limpiar las casas, En medios, en redes, y en espacios de discusión pública, el discurso opositor se concentra en sacar tajada política de la desgracia, sembrando odio y difundiendo desinformación.

En tanto, el oficialismo, ante el vacío de voces opositoras mínimamente acreditadas para contrastar, exigir y proponer mecanismos o formas alternativas, pasa por los momentos más abyectos, en los que la supuesta nueva clase política que no roba, no miente y no traiciona, hace absolutamente lo que quiere en medio de un clima de soberbia y desapego a un pueblo al que sólo nombran en sus discursos legitimadores.

Así nos encontramos con personajes como el diputado Cuauhtémoc Blanco —y muchos más— que sin el mínimo respeto por quienes le eligieron, y mínimo respeto de su posición, participa en sesiones legislativas virtuales, mientras juega al pádel. O un grupo de diputados encabezados por Sergio Mayer que, en medio de una tragedia, se muestran ajenos para participar en un baile de la Sonora Santanera.

Desafortunadamente, el señalamiento y la crítica a estas actitudes viene de una oposición timorata y desacreditada, que, junto a sus medios, se suman a las ninguneadas y aisladas voces al interior de la propia 4T.

La oposición mexicana atraviesa una crisis de ideas. Mientras el oficialismo sostiene su legitimidad en un relato —cuestionable pero coherente— de transformación nacional, quienes se oponen a él carecen de una narrativa propia.

No hay diagnóstico, ni horizonte, ni propuesta de país. Se confunde la crítica con el ruido mediático, la denuncia con la consigna, y el debate con la descalificación. Sin proyecto político, la oposición se ha vuelto un espejo invertido del poder al que pretende enfrentar: reactiva, incongruente y sin identidad.

No olvidemos que la 4T hoy convertida en oficialismo llegó al poder con un documento fundacional: el Proyecto Alternativo de Nación de Andrés Manuel López Obrador. Ese texto ofreció un marco ideológico claro —justicia social, combate a la corrupción, soberanía nacional— que permitió articular una base social y narrativa.

Hoy ese documento es la base ética en la que se sostiene el comportamiento y la simulación de la clase política actual que, ante la rentabilidad de Morena, simula en el discurso el sometimiento a esos principios: la lucha contra la corrupción, la justicia social y la soberanía.

AMLO, en su momento, fue el gran opositor y entendió que para ganar elecciones primero hay que ganar sentido, y para eso se requiere un proyecto que emocione y prometa un cambio tangible. La oposición, en cambio, renunció a pensar en el país; sus liderazgos operan con reflejos de corto plazo, calculando encuestas y alianzas sin alma.

Hoy, la derecha mexicana parece reducida a un ejercicio de rebranding: cambia de colores, de siglas, de logotipos, pero no de fondo. Su discurso se ha vaciado hasta el punto de que ni siquiera logra definir qué entiende por “alternancia”. No propone una visión distinta de Estado, de justicia o de desarrollo; apenas ofrece una promesa de “regresar” a algo indefinido.

 En un país con profundas desigualdades, crisis de credibilidad institucional y desconfianza social, pretender disputar el poder sin proyecto es condenarse a la irrelevancia. La oposición no necesita un nuevo logotipo: necesita un nuevo propósito.

Hasta la próxima

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