Lunes 01 de Diciembre de 2025

La reciente aparición pública del expresidente Andrés Manuel López Obrador no puede pasar como un simple acto fortuito. En política, nada es coincidencia; y con López Obrador, mucho menos. Más allá de las filias y fobias que provoca, es innegable su extraordinario manejo de los tiempos, de las coyunturas y, sobre todo, de los medios.

No fueron seis años: fueron al menos dos décadas de aprendizaje para dominar la agenda pública, incluso en un ecosistema mediático mayoritariamente adverso, donde empresarios poco afines a su proyecto —Ricardo Salinas Pliego incluido— imponen sus propias narrativas.

Ahora, López Obrador reaparece a través de redes sociales, ese espacio que aprendió a habitar y convertir en trinchera, en arena pública y en termómetro emocional del país. “Las benditas redes sociales”, como las llamó, vuelven a dividir a fanáticos y detractores. En ellas hoy conviven mensajes de amor, esperanza y heroicidad, junto con expresiones de odio, burla y desprecio. Todo depende, como siempre, del lado del algoritmo en el que uno se encuentre.

Desde antes de 2018, nadie había ocupado la agenda nacional durante tanto tiempo como él. Sin embargo, durante las últimas dos semanas, la oposición —por primera vez en años— logró arrebatarle el foco: la muerte del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo; la marcha del 15 de noviembre; el escándalo en Pemex alrededor de Miss Universo; y la renuncia de Alejandro Gertz Manero generaron un cúmulo de días donde Morena quedó a la defensiva. Una anomalía en el ecosistema político reciente.

No es menor que López Obrador haya elegido esta fecha para presentar su libro Grandeza. Antes del cambio legal, cada presidente rendía informe el 1 de diciembre. Quizá por nostalgia, quizá por cálculo, quizá por ambas, el exmandatario decidió reaparecer justo hoy. Se puede especular, pero ningún analista serio hablaría de coincidencia.

La agenda, nuevamente, es de la 4T. Su foto con una taza de café en el jardín de su rancho, sonriente, descansado y revitalizado, invadió portadas y redes. Un López Obrador sano, en control, sin prisas y con un mensaje estratégico: solo regresaría a la vida pública activa si estuviera en riesgo la democracia, la soberanía o la presidenta.

Tres condiciones lo suficientemente precisas para elevar expectativas y lo bastante ambiguas para abrir hipótesis y evitar compromisos.

El mensaje subyacente es claro: López Obrador podría regresar en cualquier momento.

Como he escrito antes, el obradorismo representa la moral de la 4T: la esencia simbólica de lo que ese movimiento dice aspirar a ser. Y en tiempos donde la congruencia del oficialismo está por los suelos —gobernadores obedientes al viejo manual priista, legisladoras y legisladores atrapados en los privilegios, funcionarias y funcionarios ineficientes, delegados usando programas sociales como combustible electoral y una base fundadora desplazada y silenciada— la figura del expresidente cae de maravilla.

Su reaparición provocará dos efectos inmediatos:

Aglutinación del núcleo duro y cohesión de las fuerzas internas de la llamada Cuarta Transformación.

Incremento del encono opositor, que venía encontrando cierto rumbo, pero ahora volverá a refugiarse en la narrativa del “presidente detrás de la cortina” para intentar disminuir el liderazgo de Claudia Sheinbaum.

Mientras tanto, la presidenta podrá —sin el foco mediático sobre ella— concentrarse en lo que mejor sabe hacer: planear, ejecutar y medir.

La base social de Morena se refugiará en las alabanzas y la euforia que la caracterizan.

La nueva clase política recién llegada al oficialismo tendrá que redoblar su demostración de “obradorismo auténtico”.

Y la oposición enfrentará una disyuntiva inevitable: o construye un verdadero proyecto alternativo o volverá a girar en torno a las apariciones de AMLO, atrapada en la misma dinámica que ha intentado superar desde hace años.

 

Hasta la próxima.