Lunes 29 de Diciembre de 2025 |
Este año no terminó en el escritorio. Terminó en las calles. En una banqueta donde una vecina pidió alumbrado porque “la oscuridad también es violencia”. En una colonia donde una mujer narró el miedo de caminar sola después de las ocho de la noche. En una junta auxiliar, un vecino habló de inseguridad con una calma que revelaba años de experiencia. Y en un parque del Centro Histórico, entre juegos gastados y niños corriendo, otra persona nos dijo algo que se me quedó grabado: “cuando hay autoridad que escucha, la calle recupera dignidad”. Esa frase pesa más que un discurso. Aprendimos algo profundo este 2025: la seguridad no empieza con patrullas ni con cámaras, sino con la presencia humana y la escucha activa. Escuchar no es “ir a saludar”; es entrar al territorio con los cinco sentidos puestos, leer gestos, entender silencios, reconocer fracturas sociales y hacerse cargo. No se trata de llegar con el lenguaje técnico primero, sino con la humildad de quien sabe que la política pública solo cobra sentido cuando dialoga con la vida real. Puebla capital nos enseñó —a veces con ternura, a veces a golpes de realidad— que la seguridad se construye donde alguien se siente tomado en cuenta. La prevención no ocurre en un Excel, sino en el territorio, antes de la denuncia, antes de la crisis, antes del daño. Ocurre cuando una madre puede decir “mi hijo llega a casa sin miedo”, cuando una zona comercial deja de perder clientela por la percepción de riesgo, o cuando una calle transitada recupera la confianza. Eso es prevención: que la vida cotidiana no se sienta amenazada. Este año también reveló nuestras contradicciones. Repetimos la palabra seguridad con fuerza institucional, pero todavía con demasiada distancia comunitaria. Hacemos diagnósticos, sí, pero ¿cuántos de esos diagnósticos son vinculantes para la toma de decisiones? ¿Cuántas políticas públicas nacen desde el territorio y no solo desde la oficina? ¿Cuántas veces escuchamos de verdad, y cuántas solo esperamos nuestro turno para contestar? Son preguntas incómodas, pero necesarias para quien quiere gobernar con ética. Lo que vimos en las colonias, en las mesas vecinales, en los recorridos y hasta en las conversaciones informales, es que la ciudad no pide perfección: pide coherencia. Que si hablamos de prevención, no se criminalice la pobreza. Que si decimos proximidad policial, no demos la espalda en los momentos difíciles. Que si prometemos diálogo, no cerremos la puerta cuando el conflicto incomoda. La ciudadanía sabe distinguir entre una visita para la foto y un proceso auténtico de trabajo. Y cuando lo distingue, lo dice. Y cuando lo dice, duele. Pero es justamente ese dolor el que orienta. Hay también avances que deben reconocerse. La participación ciudadana crece, incluso con desconfianza. Los barrios están más organizados que hace unos años. Cada vez más personas preguntan por protocolos, rutas de atención, competencias municipales y derechos. La voz comunitaria dejó de ser decorativa para convertirse en criterio político. Eso es un logro colectivo, no atribuible a una sola persona ni a una sola administración. Es el resultado de las manos que trabajan abajo, en lo cotidiano. 2026 debería ser el año de institucionalizar la escucha. No como acto simbólico, sino como método: mesas permanentes, presencia territorial sostenida, tableros de seguimiento públicos, diagnósticos con corresponsabilidad, informes con autocrítica y mecanismos que eviten que cualquier programa muera por cambios de administración. Necesitamos que lo aprendido trascienda calendarios electorales y que la política deje de ser episódica. Lo territorial no puede ser una visita; debe ser una forma de gobernar. Cierro con la imagen que me acompañó todo el año: una vecina, en una reunión modesta, dijo sin dramatismos: “cuando vienen, sentimos que esta calle también cuenta”. Hay frases que no necesitan gritar para volverse brújula. Tal vez esa es la verdadera definición de prevención: la certeza de que la vida en comunidad vale, que cada calle importa, que nadie está fuera del mapa de la política pública. Si 2025 fue el año de aprender a escuchar al territorio, que 2026 sea el año de sostenerlo, corregirlo y volverlo política de Estado local. Porque la seguridad empieza donde alguien se siente escuchado. Y si ahí comienza, también ahí se puede reconstruir la confianza.
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