Adiós, a las joyitas arquitectónicas del despilfarro con sello barroco y cableado europeo

A estas alturas, uno se conforma con que no dejen deudas de por vida, sinceramente. Así que celebremos este arranque de dignidad administrativa. Que se audite, que se exponga, y que, si se puede, que se devuelvan los vueltos

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¡Aplausos, por favor, vecinas y vecinos! 

 

Al fin, alguien en el gobierno poblano se atrevió a hacer lo que miles de ciudadanos llevamos años pidiendo:

Auditar esas joyitas arquitectónicas del despilfarro con sello barroco y cableado europeo, también conocidos como el Museo Internacional del Barroco y el Teleférico que da vértigo… de puro coraje.

Miren ustedes que el gobernador Alejandro Armenta anunció que va con todo contra la corrupción de administraciones pasadas.

Dijo, textual:

Que se investigue y, si hay responsables vivos, que se actúe”. Porque los muertos no pagan fianzas, claro está.

 

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Y uno no puede evitar celebrar esta determinación:

 

¡Ya era hora de preguntarse quién se está haciendo rico con obras que no visitan ni los pájaros!

 

O dígame usted, lector entusiasta:

 

¿Cuántas veces ha subido al teleférico?

¿Y cuántas veces ha dicho “¡qué ganas de gastar 523 millones de pesos al año en contemplar yeserías barrocas sin aire acondicionado”?

 

Lo del Museo del Barroco es de antología: pagaremos 9 mil millones de pesos durante 15 años más.

¿Qué recibimos a cambio?

Salas vacías, conciertos esporádicos y un eco hermoso que multiplica el silencio de la indignación ciudadana.

Y eso que no le han puesto luces LED como en Las Vegas, porque si no…

 

Alejandro Armenta se lo preguntó como quien ve la cuenta del restaurante y no pidió ni postre:

¿Quién se enriqueció con esto?”

Y luego remató:

Esto no fue una sola persona, fue una mafia”.

Ya nada más faltó que sacara un pizarrón con hilos rojos para conectarlos al exgobernador de marras, un empresario fifí y al proveedor de tornillos suizos del teleférico.

 

Ah, sí, el teleférico.

 

Esa estructura altísima y carísima que cuesta más desmontar que construir (26 milloncitos, nada más). Como esos muebles del Infonavit que uno no se atreve a mover porque se deshacen, pero con tres ceros más.

El monumento a la movilidad que no mueve a nadie.

 

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Pero lo mejor fue la promesa de no ponerle su nombre a las obras, porque claro, en Puebla hay más placas con nombres de políticos que árboles en los camellones.

Alejandro Armenta juró que sus proyectos serán para la gente y no para alimentar egos.

 

A estas alturas, uno se conforma con que no dejen deudas de por vida, sinceramente.

Así que celebremos este arranque de dignidad administrativa.

Que se audite, que se exponga, y que, si se puede, que se devuelvan los vueltos.

Porque si algo necesita esta Puebla barroca y cableada, es menos fachada y más rendición de cuentas.

Y si no se puede meter al Museo Internacional del Barroco a todos los culpables, al menos que se les cobre el boleto.

*

Vecinas, vecinos, nos leemos mañana 

 

 

 

Acuérdense que el que se enoja pierde.

 

 

 

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