Del libro Un año de cuento

LO MÁS NORMAL, MORIR (II) Miguel Campos Ramos -Muere, perro –exclama el Adolescente X mientras dispara. Al ver que tres soldados caen reventados por las balas expansivas y que de ellos brotan chisguetes de sangre a borbotones, exclama “Sí, lo hice de nuevo, güeyes, volví a ganarles, y establecí nuevo récord. Nada menos que me eché a 17 enemigos–. Entonces se levanta y empieza a bailar una especie de danza de la lluvia mezclada con pasos de Michael Jackson y el baile del gallinazo, y exclama “Yes” mientras parece golpear a enemigos invisibles una y otra vez con el puño derecho cerrado. Después viene la calma y vuelve a sentarse. Los Adolescentes Y y Z están que no lo creen. Estuvieron tan cerca de ganarle. En tanto, la pequeña pantalla se va limpiando con el rojo de la sangre falsa que la llenó. –Me encanta que les brote sangre –dice el Adolescente X al ver el efecto. –Mañana nos darás la revancha, güey, ¿no? –No creo –repone el Adolescente X, de pronto poniéndose sombrío. –¿Por qué no crees, güey? –Es que murió mi abuelo. –¿Y eso qué? –dice el Adolescente Z. –¿Cómo que, güeyes? -rezonga el Adolescente X, pareciendo molestarse-. Se trata de mi abuelo, no de cualquier gente. –¿Lo dices en serio? –No, güeyes –dice, chasqueando una comisura de la boca–, pero tengo que acompañar a mi madre al sepelio, o al crematorio. –Qué güeva. –Sí, qué güeva. Pero a ver si puedo escaparme... Espero que termine temprano esa madre. –Procura, güey. El adolescente X empieza a guardar sus cosas, igual que su amigo el Adolescente Z, y salen de la casa de su amigo el Adolescente Y. La madre del adolescente X ve tele. Hay una especie de debate. El conductor está acompañado por un filósofo y por un sicólogo. Dice el conductor: Oigan esta noticia: “Nintendo anuncia un nuevo video, cuya característica es que las imágenes se verán en holograma y los jugadores podrán sentir que los salpica la sangre de los que caigan abatidos. Grupos antiviolencia ya pegaron el grito en el cielo señalando que tratarán de evitar la salida de este videojuego pues es uno más de los que han contribuido a la insensibilización de los niños con respecto a la muerte, por lo que cada vez los delincuentes son más crueles y a las personas parece tenerles sin cuidado la muerte, como si fuera lo más normal.” ¿Qué pueden decir al respecto? –Yo creo –dice el filósofo, mesándose la barba– que este tipo de productos lo único que están haciendo es incrementar la violencia. El hombre de por sí trae el gen de la violencia, y con esto se exacerba. –Discrepo de esa opinión –interrumpe el sicólogo–. A mí me parece que se trata de un paradigma para que los niños y adolescentes comprendan que la muerte no tiene por qué ser trágica, y en cierto modo los videojuegos los preparan para el desenlace, para que vean el fin de la vida como algo natural. Justo entonces entra el Adolescente X, y su madre lo increpa al tiempo de ver el reloj: –Mira la hora que es. –Es que fui a hacer una tarea. –Una tarea. Te la pasas con tus amigos jugando con esos videojuegos violentos. ¿Qué no ven cómo anda el mundo? –¿Qué mundo? –¿Cómo qué mundo? ¿Pues en qué mundo vives, por Dios? Mira, mejor cámbiate para irnos. –Así me voy. –¿Cómo así? ¿De pants? No vas a jugar futbolito. Vas a despedir a tu abuelo. –No es para tanto. Ya no va a verme. –Mira, no hagas que me enoje, ¿sí?… Mejor cámbiate. Y no te tardes, que tengo que pasar a comprar flores. Es tardísimo. Tus tíos ya han de estar en la funeraria. –Qué güeva –musita el Adolescente X, antes de entrar a su recámara. La madre queda sola y cambia de canal por inercia. Hay una telenovela. En la pantalla la protagonista tiene una pistola entre las manos. La manipula mientras se oye que piensa: “La mataré a la maldita. Pero antes la haré sufrir. Se arrepentirá de lo que me hizo. Sí”. Guarda la pistola en su bolso, mientras tuerce la boca con rabia. La madre cambia de canal. Hay noticias. Dice el periodista: “27 muertos, diez de ellos decapitados, desde las cero horas de hoy hasta este momento, es el saldo de los enfrentamientos entre la policía, el ejército y la marina armada, contra las bandas delincuenciales y del narcotráfico que tienen asolado al país… Al otro lado del río, en Estados Unidos, otra vez en una secundaria, un adolescente de 13 años masacró a todo un grupo de alumnos del mismo nivel, incluido el maestro. Fuentes indican que el chico gritaba ‘Mueran, perros, mueran’ mientras disparaba”. –Qué horror –exclama la madre del Adolescente X, mientras apaga el televisor. Ve la hora en su reloj de pulsera, y pregunta “¿Ya?” a su hijo. –Ya voy –oye que exclama su hijo de mala gana. –No fuera para ir a jugar videojuegos con los vagos de tus cuates. Minutos más tarde suben al auto. –Ponte el cinturón –dice la madre. El Adolescente X lo hace de mal grado, y de inmediato abre su mochila y extrae su PSP. Se pone unos audífonos y enciende el aparato. La pequeña pantalla se ilumina, y la cara del Adolescente X se ilumina cuando empieza a apretar los botones, exclamando de vez en cuando “sí”, “eso”. De pronto parece poseído y el artefacto se sacude entre sus manos, que, trémulas, oprimen y oprimen los botones. Su madre lo ve de reojo mientras mueve la cabeza como diciendo “Qué hijo, dios mío”, y tuerce la boca. Pero el Adolescente X ni por enterado se da. Indiferente, parece estar sufriendo un ataque de epilepsia mientras oprime, presiona, incluso golpea, los botones del PSP, exclamando de pronto “Muere, perro”, y en seguida “Sí, maldito, conmigo no puedes”, y luego “Eso, sangra, desgraciado, sufre”, y poco después de nuevo “Muere, perro, muere”… La madre nadamás entorna los ojos y menea la cabeza, mientras avanza tratando de concentrarse en manejar y hacer caso omiso de las interjecciones de su hijo, que parece enajenado. De pronto se estremece al ver unos metros adelante sobre la banqueta a alguien tendido, sobre una gran una mancha roja, seguramente de sangre, piensa, y cubierta la cara con algo, al parecer una chamarra, mientras todos pasan indiferentes junto a él, tratando de eludirlo, incluso brincando sobre su cuerpo inerte, como si sólo fuera un bulto estorbando, o como si que estuviera ahí fuera algo habitual. Sin darse cuenta ha desacelerado para ver mejor. Pero un grito destemplado de su hijo, “¡Te lo dije, maldito!”, la sacude haciéndola frenar intempestivamente y que esté a punto de causar que la golpee el auto de atrás, cuyo furioso conductor le silba una y otra vez para que avance. Logra controlarse, pero no puede evitar ver por el espejo retrovisor la escena que acaba de ver en la banqueta, donde al lado de la persona sin vida la vida de las demás personas parece seguir su curso normal.
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