VARIELALIA

Miguel Campos Ramos  El deporte de la política  En alguna de las narraciones de Gabriel García Márquez los asombrados espectadores de las primeras proyecciones de películas armaban bronca cuando algún personaje moría y reaparecía en otra película. Simplemente no lo aceptaban. No entendían cómo era posible eso, pues la “realidad” del cine era tan contundente que los hacía pensar que el personaje moría de verdad. En el deporte pasa algo similar. Hoy un técnico de algún equipo de futbol de primera división puede ser el causante de que otro pase a primera A, pero en la siguiente temporada puede ser contratado por el equipo al cual hundió, y acaso hasta lo haga volver a primera división. Obviamente, quienes ayer lo veían como enemigo, hoy no están nada de acuerdo con que sea “amigo”. Claro, tal ocurre con los verdaderos fanáticos. Los que ven al deporte simplemente como deporte, lo aceptan. En el béisbol es lugar común decir que los conocedores de la pelota le aplauden a un jugador por lo que hace en el terreno, no porque pertenezca al equipo al cual el van. No importa que con el jonrón que pegó, haya hecho que su equipo pierda el partido, o hasta el campeonato, lo importante es el descomunal jonrón. Igual hay que aplaudir una gran atrapada de un jugador del equipo contrario que evitó que el equipo de ellos ganara el juego o el campeonato. Honestamente, dudo que los verdaderos fanáticos aplaudan tan conformes. En la política está pasando hoy algo similar. Es increíble cómo un político deja su partido y se pasa a otro, y a otro. ¿Se supone que quienes eran sus simpatizantes deben aplaudírselo, y encima votar por él? De acuerdo con el lugar común beisbolero, los verdaderos conocedores de la política deben hacerlo. Los que no lo son, que rabien y que se aguanten: no conocen de política. Sólo así se explica, por ejemplo, que en la pasada contienda federal le hayan ganado al PRI tres expriistas (en Puebla, Sinaloa y Guerrero). Sólo así se explica, también, que Manuel Bartlett Díaz vaya a contender por partidos de izquierda, y que en su momento Andrés Manuel López Obrador dejara el PRI para conformar otro instituto político. Igual se explica que un diputado local como Guillermo Aréchiga Santamaría, hace pocos años priista de convicción, haya ido en la coalición con que ganó el actual gobernador poblano, y que ahora vaya en coalición con el PRI ¡contra el partido del cual formó parte como aliado! Visto así, la política se ha vuelto un deporte. O sea: no es apta para fanáticos, sino para conocedores. Y, como en la fábula de Augusto Monterroso acerca de lo que le pasó a Sansón, hay que estar, como Dalila, siempre con los filisteos, es decir, con los ganadores. Total, el deporte es hoy más que nunca un negocio. Y la política, al parecerse al deporte, simplemente también lo es. Y el negocio parece estar por encima de todo. Así de simple. Por eso, como dice Beatriz Paredes: “Que nadie se llame a engaño”. [email protected] www.edicionesmagno.com twitter: @miguelcamposram blog: www.elpanoptico.bligoo.com.mx
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