El pueblo donde las doncellas no bailan

Miguel Campos Ramos Hay un pueblo en Guerrero cuya etimología significa “lugar de la flor vieja”, o también “lugar de viejos junto a flores” Pero por etimología de usos y costumbres, le quedaría mejor “lugar donde las doncellas no bailan”. Y es que ahí pervive la costumbre ancestral de que las chicas con novio, o ya comprometidas, no bailan, aunque vayan a las fiestas públicas. Han pasado tragedias cuando alguna se atreve a desafiar la costumbre. Algunos novios las han matado, y nadie los culpa, bajo el criterio de que estaban en su derecho. Eso sí, ellos pueden bailar con la que quieran, y hasta son bien vistos, “por machotes”, dicen por allá. La propia familia de una chica, ante el descrédito por la violación de la norma, la malvé o de plano la destierra. Ni qué decir de cómo le ha ido a más de un fuereño incauto que saca a bailar a una señorita con novio o que acaso ya está comprometida. Más de uno ha tenido que huir de inmediato, y en ocasiones no vuelve a saberse de él. Sin duda es una costumbre bárbara, pensarán muchos. Pero la historia que quiero referirles ahora, es algo diferente. Es trágica, aunque curiosa. Una de esas historias que suceden poco, pero cuando suceden, suceden. Trata de una chica cuyo novio se había ido de “mojado” a Estados Unidos hacía un par de años, y no daba señas de volver, si bien enviaba cartas informando que estaba por regresar para casarse con ella. La chica era agraciada, y tenía un frondoso cuerpo. Era, por lo mismo, muy deseada. Como otras, solía ir a los bailes públicos pero no se atrevía siquiera a mirar a otros jóvenes, pues todos sabían que tenía novio, y que éste, aunque ausente, ya la había pedido en matrimonio, y si no volvía era por estar reuniendo dinero para la boda. De manera que si miraba a otro, o, peor, bailaba con otro, habría sido no sólo una falta a la norma, sino una burla y hasta un desafío. Peor que familiares del novio también iban y la observaban de reojo. Por lo demás, los jóvenes del pueblo trataban de no mirarla con insistencia, aunque les resultara difícil pues cada baile se ponía más atractiva, pero la norma la norma. De cualquier manera, a ella no le interesaba nadie. Iba sólo a distraerse. Se limitaba a mirar cómo bailaban las parejas. Y a esperar el regreso de su prometido. Por fin la espera terminó. Lamentablemente, por su condición de migrante indocumentado, la visita de su novio fue imprevista y apresurada, pues en su trabajo, según le comentó, no le dieron sino tres días para ir a su tierra, casarse y volver, ya en compañía de su esposa. De manera que mientras aguardaban su llegada, los familiares hicieron los preparativos en la iglesia. Fue una boda rápida, pues a las cuatro de la tarde tenía programado tomar el autobús que los llevaría a Acapulco, donde un camión de “polleros” los “recogería” para realizar el largo viaje de vuelta a Estados Unidos. Pese a todo, ella se veía dichosa. Él también. Se casaron al mediodía. Después hubo una comilona. Luego baile, y ahora sí ella bailó, un vals tocado por una banda de viento, y luego alguna pieza de moda. Ella se veía radiante, quizá pensando que a partir de ahora ya no se quedaría sentada en las fiestas o en los bailes, sino que ya podría bailar todo lo que quisiera, con su esposo, claro. La hora de la partida llegó. Por supuesto, debido a la premura, no pudieron consumar su matrimonio. Pero no les importaba, pues ya eran marido y mujer. Ya lo consumarían allá en la población de Estados Unidos donde trabajaba atendiendo un rancho. A lo mejor hasta su patrón le hacía su propia fiesta de casamiento, lo estimaba mucho, pues él trabajaba duro y no se metía en problemas. El viaje fue largo, incómodo y arduo. Iban en la carrocería del camión, apretujados junto con otros migrantes, algunos de los cuales viajaban por primera vez. Sólo se detuvieron dos veces en sendos pueblos para comer algo y asearse. Llegó al fin el día en que atravesarían la frontera. El “pollero” les dio las indicaciones necesarias, y los puso en manos de otros “polleros”. Fue una operación complicada, pues los dividieron en varios grupos pequeños, los repartieron en distintos vehículos y, tras varias horas de camino, los bajaron en un lugar desértico, donde les dijeron que ya estaban en suelo “americano”. Ahí los encargaron a sendos “guías” (así les dijeron) que los ayudarían a atravesar parte del desierto, hasta ponerlos a salvo. Los recién casados no se separaban. El problema fue cuando en un alto que hicieron para descansar, dos de los “guías” le dijeron a su joven esposo que necesitaban hablar con él. Ella se aferró a él, presintiendo algo malo. Pero ellos prácticamente lo arrancaron de sus brazos. Los que se quedaron, se la llevaron también a ella, ante la mirada temerosa de los otros integrantes del grupo. La violaron, y ahí terminó su dicha. Su marido ya no reapareció. De hecho, jamás volvió a saber de él. Y pensar que se había guardado para él... Ya no quiso seguir el viaje. Como pudo, después de varias semanas, volvió a su tierra. A nadie, ni a sus padres, le habló de su desfortuna. De cualquier modo, parecía que todos se hubieran enterado, por la forma en que la miraban. Con el tiempo, siguió yendo a los bailes, para distraerse al menos, aunque jamás se atrevió a bailar pese a que ya no era doncella, ni nadie se atrevió a invitarla, quizá pensando que su esposo podría reaparecer de un momento a otro.
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