Del libro Un año de cuento

La otra tierra Miguel CAMPOS RAMOS Había yo leído u oído acerca de “universos paralelos”. Pero vivirlo es otra cosa. Y es que eso estoy haciendo. Viviendo en uno de ellos. Y si no es así, que alguien me diga de qué se trata lo que está pasándome. Trataré de explicarlo. No, más bien de contarlo. Empezó el domingo anterior, es decir, hace apenas siete días, aunque a mí me parece que hace una eternidad. Si alguien da con este mensaje, al menos que lo difunda en “nuestra Tierra”, con la esperanza de que su contenido aún sea útil, de que no todo esté perdido y todavía haya tiempo para corregir el rumbo… Pero vuelvo al principio. Como todos los domingos, me disponía a ir a correr mis habituales diez kilómetros al Parque Ecológico municipal. Pero entonces… La verdad es que no me di cuenta de lo que estaba pasando, hasta que llegué al parque. Y es que en cuanto salí de mi casa me aislé del mundo, como suelo hacer, pues me adosé los audífonos, encendí mi I-pod y me dispuse a oír a The Cure, empezando con su Boys don’t cry, para después seguir con Lacrimosa. Y aun ya estando en el parque, no me di cuenta hasta que corrí los primeros doscientos o trescientos metros, de tan concentrado que iba yo en correr y en oír mi música. Entonces tuve la impresión de estar viendo el inicio de la película Indiana Jones en el reino de la calavera de cristal, ¿lo recuerdan?, cuando él anda por una región del desierto donde van a probar un arma atómica, y trata de advertir a los pobladores, quienes parecen indiferentes en los patios de sus casas… Corre a avisarles, y de pronto descubre que todos están hechos de cartón igual que las casas. Me detuve y observé a mí alrededor. Había muy pocas personas. Habitualmente los domingos el Parque Ecológico municipal es un hervidero (o ¿era?): gente con anafes para guisar y hasta cervezas, e incluso mascotas —aunque se supone que están prohibidas—, ciclistas, corredores. Sí, mucho movimiento. Ahora en cambio, sólo vi a una que otra persona, sólo que no se movían, ¡parecían sembradas al césped seco del parque! Me froté los ojos. Hasta pensé que en realidad estaba soñando. Pero no. Mi música era real, el intenso calor era real. Buscando una explicación lógica, y tomando como referente al calor, me acordé de una advertencia que habían hecho los meteorológicos respecto a un incremento en la radiación ultravioleta del sol, por lo cual recomendaban no exponerse a ella. Quizá por eso la gente no había ido al parque, pensé. Incluso alrededor de éste, donde pasan decenas de vehículos por minuto, no pasaba ni uno. Eché un vistazo a los tres pequeños lagos, donde decenas de patos suelen nadar, pero ahora ni patos había. Bueno, sí, vi a dos o tres, pero parecían dormidos en un lago quieto como nunca, como si fuera en realidad un enorme paisaje pintado. Me asusté. Y es que sentí que alguien invisible estaba observándome. Es decir, no lo veía, pero lo sentía. Un escalofrío me invadió, a pesar del solazo. Me acordé en el acto de la hermosa novela de Ray Bradbury Crónicas marcianas. ¿Estaba ocurriéndome algo similar? Es decir, ¿nada de aquello era cierto, y alguien estaba creándome una escenografía? Soy una persona muy racional, pese a la sensibilidad que como escritor requiero. Por eso traté de sobreponerme. Me aparte de la pista y, decidido, atravesé el césped hasta donde estaba una de las escasas personas… ¡Dios! Sentí terror al ver lo que vi. ¡Aquella “persona” no era persona! Por unos segundos, sobrecogido, pensé que era alguien muerto. Pero por fortuna no. En realidad era un maniquí. Era un muñeco de algo parecido a la cerámica. Apremiado, me dirigí hacia donde estaba la otra “persona”, a unos doscientos metros, con la esperanza de que ésta sí fuera real como yo. Pero igual: era otro maniquí. Aterrorizado, decidí salir de ahí, abandonar el solitario, abandonado Parque Ecológico. Suelo ir en auto, pues mi casa queda por lo menos a dos kilómetros, pero algunas veces voy caminando, porque me sirve de calentamiento para llegando empezar la carrera, y porque veladamente me ejercito más. Esa vez no lo llevé, y lo lamenté, pues me hubiera permitido dos cosas: alejarme más rápido de lo que ya estaba empezando a provocarme pánico, y saber que mi auto no era una maqueta.
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