De mujer

Martha A. Echevarría Zapata Ante su constante negativa, mi excitación iba en aumento. Al estar cerca de ella, me convertía casi en un ser irracional movido por el instinto que despertaba su olor a miedo. Sin embargo, me controlaba porque no quería perderla. Estela se negaba pero su respiración agitada me permitía seguir. Y es que de verdad me importaba, era la mujer ideal; responsable bella y amorosa. Lo fue con el hombre que la engañó; el muy imbécil no supo lo que tenía a su lado. Yo no lo conocí. Sé de él porque ella me lo contó, así como solía contarme muchas otras cosas de su vida. Nuestra amistad está por encima de todo y creo que es, gracias a los años que llevamos de conocernos porque nuestros padres fueron amigos y procuraban visitarse con constancia. Tenemos muchos recuerdos de infancia, de risas y llantos, de cuando se fue del país para estudiar, de cuando regresó y se convirtió en una licenciada prominente porque resultó hábil para la vida pero no para el amor, según ella. Actualmente sólo habla de sus desilusiones amorosas y yo, sin reparo, la dejo hablar y que se desahogue. Creo que he tenido muy mala suerte con los hombres, dice, sumida en una tristeza que al parecer, goza. ¿Se habrá acostumbrado ya al traje de víctima? Una tarde de lluvia espesa, Estela llegó a mi casa. Tenía urgencia por contarme que un tal Tomas, trató de abusar de ella. Me contó con lujo de detalle la forma en que el tipo la quiso someter pero, ni en su rostro, ni en su vestido ajustado color uva, había señales de violencia alguna. Tal vez exageró lo ocurrido o bien, tal vez lo inventó. Mis dudas me enmudecieron. Yo que siempre tuve voz y disposición absoluta para consolarla, enmudecí. Ella se percató y también calló. No sé si se supo descubierta o quizá, fue ella quién me descubrió a mí. Aún en silencio, le ofrecí una toalla para que se secara. El silencio pesaba y, por primera vez, quise huir de Estela, pero no podía. Su presencia me atrapaba. Estela se aproximó a mí mientras secaba con la toalla su pelo negro de generosa espesura. Me lazó con el aro de sus brazos. Nuestros ojos sostuvieron las miradas. La besé despacio, con resquemor, por si ella tratara de evitarlo. Deslicé mis labios por su piel, tracé un camino que me llevó hasta reposar la cabeza en su hombro. Ella sollozaba, tenía miedo, pero no se resistía. La sentí frágil y eso me conmovió. Entonces, tuve la certeza de que todo ocurría en el momento justo. Intenté soltarla, pero ella con su mano lo impidió, sujetó mi cabeza. Bendita señal, gritó mi inconsciente y dio de brincos y vueltas al ritmo de mi corazón. Intenté hablar, reventar y decirle lo que siento por ella, que quería estar con ella, ahora que sé que también ella conmigo, pero, su temor ante lo desconocido edificaba una muralla que me doblegaba y vencía mi fragilidad de mujer. Perdona, es que es un juego diferente, me dijo, Estela. La lluvia cesó y pude oír el respirar profundo y tranquilo de Estela. Una lágrima de mujer rodó por mi rostro, mi mano de mujer acarició su piel. No es un juego, de verdad te amo, musité.
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