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La Piedra del Sol, a 222 años de distancia

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El Calendario Azteca contiene todo un código para que civilizaciones posteriores asimilaran su modelo matemático circular, que utiliza al tiempo como base  Agencias El mítico monolito del Calendario Azteca que se exhibe en el Museo de Antropología de la Ciudad de México no es un simple almanaque desarrollado por los mexicanos para medir el paso del tiempo. Contiene todo un código para que civilizaciones posteriores asimilaran su modelo matemático circular, que utiliza al tiempo como base. Después de siete años de trabajo, el investigador Tezcatl Iztac ha presentado sus investigaciones sobre el misterioso código de la que también es llamada Piedra del Sol. En esta investigación, que ha sido avalada por otros estudiosos y universidades, Iztac argumenta que el Calendario Azteca es un tratado didáctico de un modelo matemático diferente sobre el manejo del tiempo y sus propiedades cualitativas espacio temporales. El especialista señala que el modelo desarrollado por los aztecas es superior al paradigma lineal del espacio tridimensional, y que su conocimiento permitirá ampliar la comprensión de la simbología, la filosofía, la religión, el manejo político y las construcciones de las culturas mesoamericanas, que compartían esta concepción temporal con las civilizaciones china, hebrea, egipcia y sumeria. “Se ha encontrado una herramienta de conocimiento de grandes implicaciones para la ciencia; el siguiente paso evolutivo de la humanidad será posible bajo otro paradigma de mayor espectro, que además resulta complementario al modelo espacial”, indicó Iztac. El investigador explica que el paradigma matemático lineal, que parte de la matemática del espacio, comprende al tiempo sólo como una función, mientras que en el modelo azteca ¬cuyo precursor en Mesoamérica fue posiblemente tolteca¬, el tiempo es su punto de partida. “El modelo esculpido por los aztecas en la piedra solar tiene sistemas y postulados propios”, insiste Iztac, quien precisa que dicho paradigma temporal, no lineal, tiene una base geométrica que utiliza proporciones en vez de medidas cuantificables, con base en las cuales las civilizaciones prehispánicas erigieron sus templos y ciudades e incluso regularon sus vidas. “El paradigma azteca relaciona acontecimientos cíclicos que son verificables en la naturaleza, tanto en la vida de la tierra como en la vida del hombre, a diferencia de las propiedades cuantitativas del modelo lineal, que nos ubica con respuestas de cantidades, medidas y reacciones espaciales”, señala. De ahí que los pueblos antiguos hayan desarrollado oráculos sustentados en los patrones cíclicos que observaban y que registraron en la piedra solar para dar cuenta de las influencias que predominarían en determinados periodos temporales y evolutivos. Una explicación de cómo funciona este modelo matemático es ofrecida por Iztac en el libro Descodificación del Calendario Azteca. Revelación de un Poderoso Conocimiento. El ensayo comienza por describir el significado del rostro que aparece en el centro de la rueda del sol, frecuentemente relacionada con Tonatiuh, y que, según Iztac, es el punto de partida para la descodificación del documento. “Es una instrucción porque expresa una voluntad de comunicación, visible en la lengua que sale de su boca”. El rostro que habita el círculo primero de un sistema concéntrico describe una serie de patrones, valores e instrucciones geométricas, cromáticas y simbólicas que serán recurrentes y que indican al lector, paso a paso, en qué consiste el mencionado modelo temporal y cómo opera «de manera comprobable». Encontrada en 1790 No se ha determinado la ubicación original exacta de este monumento pero se sabe que estaba en algún sitio de la plaza principal de Tenochtitlan, donde se encontraban el Templo Mayor y los principales edificios de culto y poder político. La Piedra del Sol fue descubierta el 17 de diciembre de 1790 en el costado sur de la Plaza Mayor de la Ciudad de México, en un área cercana a la acequia que corría por el costado meridional del Palacio Nacional. Durante los trabajos de nivelación de la plaza, en 1790, se descubrieron las dos piedras más famosas de la antigüedad indígena: la Coatlicue Máxima y la Piedra del Sol o Calendario Azteca. La primera se dejó en el patio de la Universidad y después se volvió a enterrar. La segunda fue adosada a un muro de la Catedral.