Philip Seymour Hoffman, el actor humano

El histrión fue encontrado este domingo muerto en un apartamento del barrio neoyorquino de Greenwich Village  Rodrigo Islas Brito  Truman Capote, el adicto a la masturbación que decide encontrar el amor con una gordita rompecuellos, el viudo adicto a las turbinas en Con amor, Lizza , el gordito gay buenísima persona de Booggie nights ,el enfermero sensible de Magnolia , el villanazo golpeador de Misión Imposible 3, el Lester Bangs cínico y lleno de esperanza de Casi famosos, el apostador incendiario de Owningh Mahowny, el predicador ojete de The Master, el estafador que gusta de un corte al ras de Punch Drunk Love, el matricida desesperado de Antes de que diablo sepa que estás muerto , el travesti aguerrido de Flawless, el abogado chalan de El Dude de El gran Lebowski, el sacerdote enfurecido de La duda El primer recuerdo que tengo de Philip Seymour Hoffman en una cinta, es en The Getaway (1994), vehículo de acción para la entonces pareja sexy de ese momento Kim Basinger-Alec Baldwin, que resulto muy mala y cuyos mejores momentos los daba la maniática actuación de Hoffman. Era imposible no notar algo diferente en ese asaltante rubio larguirucho que hablaba y hablaba nerviosamente hasta que le metían una bala al volante de un auto y era arrojado a la carretera, a los 45 minutos de proyección, arrojando con él el interés de la película completa. Hoffman fue encontrado muerto este domingo, en su departamento de Nueva York, las razones todavía no se aclaran pero no se descarta una sobredosis de drogas, dado los problemas públicos que el actor tuvo con la heroína a finales del año pasado. Sin embargo el cómo haya muerto y porque no es ni la mitad de importante que lo que va a pasar ahora que no esté. Y pasará que ese espacio en el cine mundial para las actuaciones camaleónicas, comprometidas, sentidas hasta el tuétano, se encontrara aun más vacio que ayer. Poseedor de una sensibilidad que transmutaba y evidenciaba en cada una de sus interpretaciones, Hoffman empezó a actuar en el cine a principios de los noventas con papeles pequeños como el de un estudiante rico aprovechado en Perfume de mujer o el de un policía lerdo que se daba un round con Paul Newman en El Tonto de nadie. Pero poco a poco y en base a una calidad inigualable, a una inmediatez en todo lo que sus personajes decían, Hoffman se significó como ese rostro en el que uno se podía identificar, como esa vulnerabilidad en la uno se podía sostener, con esa humanidad por la que uno no se deja caer. Tanta mediocridad en la pantalla y Philip Seymour Hoffman nos deja a sufrirla solos.
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