[Reportaje] Memoria sísmica Puebla 1999

Catarsis invaluable y remedio infalible para males futuros: así es la memoria que hoy nos transportará al sismo de 1999

[Reportaje] Memoria sísmica Puebla 1999
Especial | Sismo registrado a las 15 horas 42 minutos, hora del Centro de México, con epicentro en el municipio de Tehuacán, Puebla [Reportaje] Memoria sísmica Puebla 1999

Los recuerdos se nos escurren como agua, pero también como agua fluyen cual caudal imparable, convocados en ocasiones por estímulos cotidianos. La voluta de humo que expulsa el cigarro de nuestra vecina, el timbre de voz en una canción, el río de brillantina que corre alrededor de la estatua del prócer revolucionario, un movimiento específico que nos coloca en la misma posición que adoptamos, aquella vez, hace mucho.

Porosa, la memoria se transforma ante nuestra mirada, una mirada que no se posa sobre el mundo real, sino sobre uno que nuestra mente construye.

Limpia, expía, refresca. Catarsis invaluable y remedio infalible para males futuros: así es la memoria.

 

Sismológico Nacional informa: Sismo registrado a las 15 horas 42 minutos, hora del Centro de México, con epicentro en el municipio de Tehuacán, Puebla. Profundidad del evento: 70 kilómetros. Intensidad de 7.1 Escala Richter, Grado VIII Escala Mercalli.

Saldo oficial: 20 muertos

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M. y su memoria

En el verano de 1999 vivía aún en casa de mi padre, en la Colonia Humboldt, y mi oficina se encontraba en el antiguo espacio de “Los Pescaditos”, en el barrio de El Alto. Mis recorridos entre casa y oficina eran a pie, aunque al principio no tenía un espacio fijo y trabajaba en casa y sólo iba a “Los Pescaditos” para temas puntuales.

Aquel 15 de junio estaba al sur de la ciudad, en casa de Edmond Bojalil, un DJ muy famoso en la Puebla de la década de 1980. El susto fue tremendo: era el sismo más fuerte que había sentido hasta entonces, incluyendo el de 85. Lo primero que vi fue una enorme nube de polvo que cubría la vista de las torres de Catedral. Era como un hongo atómico desplegándose por la Angelópolis.

No había teléfonos, así que me trasladé a casa en bicicleta y luego alcancé a mi jefe para recorrer el Centro Histórico. Las postales eran claras y demoledoras: cuerpos humanos en el Palacio Municipal, el templo de San Agustín en inminente derrumbe, al igual que el espantoso edificio —aún de pie— en su contra-esquina; el tráfico cerrado y el caos entre todos los órdenes de gobierno para la operación del rescate humano; Javier Alatorre de TV Azteca preguntando desesperado desde dónde podría transmitir esa noche el noticiero nacional – eventualmente lo hizo desde el Zócalo – y las dificultades para que ingresara la unidad móvil de televisión.

Al siguiente día – “de colado” –, estuve en el recorrido del gobernador Melquiades Morales junto con el presidente Ernesto Zedillo. Al lado de ambos, toda la comitiva fue testigo del estado del afectadísimo Carolino y la sentencia de muerte al inmueble en virtud de los daños que presentaba, misma que afortunadamente no se cumplió.

A. y su memoria

Ese día era el cumpleaños de mi mamá, el número 54 para ser preciso. La vi rápido a la hora de la comida, antes de irme a trabajar a la gasolinera de La Junta, sobre la Prolongación Reforma, a unos pasos del Puente de México, antigua salida de la ciudad rumbo a la capital de la Nueva España. Mi labor consistía en recibir a las unidades de una línea de autobuses urbanos y registrar en una bitácora el kilometraje y la cantidad de litros de combustible que cargaban, para finalmente firmar el recibo de pago que los choferes debían entregar al concesionario de la ruta cada noche al terminar su jornada. Así era cada tarde y ése fue mi trabajo los tres años de preparatoria y los primeros años de la universidad.

Esa tarde, como todas las demás, leía para apaciguar el tedio entre un camión y el siguiente. A veces lo hacía recargándome en una columna, otras me sentaba al lado de alguna bomba de diésel. De ese lado de la gasolinera, los bloques de asfalto quebrado oscilaban con el paso de los vehículos sobre ellos. No recuerdo qué leía ese día, pero sí mi posición exacta: el hombro derecho apoyado en la bomba, la espalda hacia el boulevard y el cuerpo inclinado hacia el frente. De pronto, el piso empezó a moverse debajo de mis pies. Aparté la vista del libro en busca del autobús al que debía atender. No había tal. Tardé varios segundos en entender qué pasaba. Creo que la certeza llegó hasta que me incorporé y vi los cables ondear como si las manos de un gigante jugaran con los postes. El mismo gigante daba tirones al arroyo vehicular como un pedazo de hule. Mi primer impulso fue la parálisis. Luego, me parece recordar, tuve el mínimo de prudencia y me alejé de los cables y de las bombas, aunque no lo puedo asegurar.

¿Estás bien, güera?, estuvo fuerte, ¿no?, me preguntó la despachadora. Sí, todo bien, ¿y tú? Voy a ver si puedo marcarle a mi mamá. Mi primer celular llegaría dos años después, al ingresar a la universidad, así que fui a preguntar a la administración de la gasolinera si podía hacer una llamada. No recuerdo si había línea, aunque sospecho que tardé varios minutos en tener éxito. Todos en mi casa estaban bien. Sólo fue el susto y algunos objetos caídos. La mayor consecuencia para mi familia fue relacionar desde ese día y para siempre, el cumpleaños de mi mamá con uno de los temblores más fuerte que ha sentido Puebla en su historia reciente.

El resto de las poblanas no saben nada del cumpleaños de mi madre, sólo recuerdan la caída del campanario de la iglesia de San Agustín, los daños al edificio Carolino y a la catedral, y las decenas de muertes de ese 15 de junio de 1999.

@fraguando #MemoriaSísmica