A un siglo de su nacimiento la casa de Boris Vian quedó congelada en el tiempo.
Todo en esa casa es de época: sus muebles, su taller, la mesa de comedor que él mismo construyó, su máquina de escribir o las cajetillas en las que guardaba clavos, cigarrillos o los medicamentos con los que trataba la enfermedad del corazón que acabó con su vida a los 39 años.
El departamento en el que Boris Vian residió hasta su muerte en 1959 todavía conserva su nombre en el buzón. A espaldas del Moulin Rouge y con todos sus libros, discos y objetos, es una cápsula del tiempo en la que la esencia del escritor, ingeniero y músico francés sigue viva. Vian, del que este 10 de marzo se cumplió un siglo de su nacimiento, llegó allí en 1953 con quien un año después, en esa misma casa, se convertiría en su segunda esposa, la bailarina suiza Ursula Kübler. Para entonces ya había escrito algunas de sus novelas más conocidas, como Escupiré sobre vuestra tumba (1946) o La espuma de los días (1947), pero al literato, separado en 1951 de su primera mujer y madre de sus dos hijos, Michelle Vian, aún no le había saludado el éxito. Todo en esa casa es de época: sus muebles, su taller, la mesa de comedor que él mismo construyó, su máquina de escribir o las cajetillas en las que guardaba clavos, cigarrillos o los medicamentos con los que trataba la enfermedad del corazón que acabó con su vida a los 39 años. UNA NUEVA INQUILINA Su actual inquilina es la parisina Nicole Bertolt. Conoció a Kübler en 1976 y en 1980 esta le ofreció alojamiento en ese apartamento y trabajo como gestora de la obra de Vian, una labor que, cumplidos los 63 años, todavía desempeña. “Estoy bien en su casa, pero es cierto que no me siento exactamente en la mía”, cuenta Bertolt, de la que apenas hay rastro personal en ese espacio de unos 80 metros cuadrados y una espaciosa terraza que, como entonces, sigue siendo propiedad del Moulin Rouge. Compartió el apartamento con la mujer de Vian (1925-2010) de forma más o menos intermitente desde los años ochenta y en 2005 volvió a instalarse a tiempo completo en esa casa que el público puede visitar ocasionalmente, tras el envío de una petición por carta al 6 bis, Cité Véron. “No nos gusta mucho la palabra museo. Preferimos hablar de la casa de Boris y Ursula, pero sobre todo se ha convertido en una herramienta de trabajo. Todo lo que hay nos sirve”, explica Bertolt, que se siente una privilegiada entre sus manuscritos y tiene la sensación de que Vian sigue vivo en ese piso que tuvo como vecino al poeta Jacques Prévert. Cuelga, por ejemplo, de sus paredes la guitarra que le ayudó a escribir las melodías de sus canciones, que acompaña a un piano que apenas tocaba o a su antiguo tocadiscos. LUGAR DE VIDA Y TRABAJO El autor de Que se mueran los feos (1948) terminó allí “sin convicción” El arrancacorazones (1953), pero la escasa repercusión de esa última obra le hizo apartarse de la narrativa y dedicarse principalmente a la escritura de guiones, obras de teatro, artículos sobre jazz y canciones. “Es un escritor que se concedió todas las libertades, tanto en la escritura propiamente dicha como en el estilo y la elección de las palabras (...) Sus novelas son atemporales porque hablan de los grandes problemas de nuestro tiempo, que no acaban nunca”, dice Bertolt. El éxito le llegó póstumo, a partir de 1968, “cuando el mundo empezó a moverse” y sus ideas encontraron un terreno más fértil en el que resonar, pero Vian siempre fue fiel a sí mismo: “Decía que no iba a cambiar nada de lo que hacía”, resume su gestora. Ella ha publicado este mes Correspondances 1932 - 1959, con correspondencia inédita del literato con sus editores, su familia o amigos como la escritora Simone de Beauvoir o el filósofo Jean-Paul Sartre. Y pese a que este centenario sirve para profundizar en la vida y obra de Vian, con exposiciones o encuentros, Bertolt no descarta que en el futuro puedan surgir sorpresas: “En términos de escritura creo que aún quedan cosas por descubrir, cosas que se distribuyeron a diestra y siniestra. ¿Las encontraremos? No lo sé”.
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