Los ecos del silencio
El mundo paró. El deporte también. Y el fútbol. La nueva puesta en marcha, cuidadosa por los riesgos pero apresurada por el tiempo perdido.
Una desbandada obligatoria impuesta por la alerta sanitaria desnudó los estadios, de pronto vacíos, sin murmullo y sin ruido, sin aliento y sin ánimo, y dejó al fútbol con el paso cambiado, sometido a una fría sensación de soledad rota solo por los ecos de su silencio. Una dimensión nueva plagada de incertidumbre y sin un claro final invadió a los clubes, a los dirigentes, a los técnicos, a los jugadores. También a la afición, obligada a disfrazarse de seguidor confinado, abocado a disfrutar de los éxitos en soledad y a paliar aislado el efecto de la derrota. Todo ha cambiado. Aún inmerso en los efectos de la vorágine de la infección, sin el panorama despejado y pendientes de la llegada de la prometida normalidad real, el fútbol se prepara para los nuevos tiempos. A los que ya está resignado. La incidencia ha sido brutal. Mientras el balón rueda y también en los despachos donde cada día los cálculos varían, los saldos negativos crecen y los recursos escasean. Una crisis en cadena. Desde el césped a las oficinas donde se mide las consecuencias del vacío, del juego sin público. La liturgia sobre el verde ya no es la misma. El miedo escénico ha desaparecido y la influencia del factor local es mínima. No hay presión. Ni por la exigencia del aficionado local, ni por la intimidación ejercida sobre el forastero. Ni las lonas, ni los maniquíes , ni el cartón piedra, ni cualquier otro recurso producto de la imaginación para minimizar el impacto del vacío han causado efecto alguno sobre el jugador. Tampoco el exceso de decibelios de la megafonía ni el empeño de los suplentes acomodados en las gradas que estimulan a voces a los compañeros del terreno de juego. Nada. La puerta cerrada ha dado un giro en la competición. De hecho, en la pasada temporada, antes de la invasión de la pandemia, los equipos locales lograron casi el sesenta por ciento de todos los puntos que se pusieron en juego. Sin embargo, tras el parón y el confinamiento, el botín de los anfitriones no llegó al cincuenta por ciento.
El Real Madrid fue la excepción. El conjunto de Zinedine Zidane, que abandonó el Santiago Bernabeu para jugar como local en el Alfredo Di Stefano, ganó diez de los once partidos que le faltaban para concluir la Liga y por lo tanto apenas le influyó el juego sin público. Sumó los tres puntos en todos los encuentros que disputó en su campo. Empató el último, en Leganés. El cuadro blanco, que fue campeón, obtuvo el cien por cien de los puntos en juego como local. Antes del parón no llegaba al ochenta. Fue el gran beneficiado. También el Atlético Madrid, el Sevilla y el Villarreal. Pero el Barcelona, líder hasta el parón, fue uno de los más afectados. Intratable en el Camp Nou antes del encierro, cuando había logrado el 95 por ciento de los puntos, decayó hasta el 66 después del aislamiento. Pero la onda expansiva del coronavirus va más allá de la competición, del terreno de juego. La ausencia de aficionados ha provocado un efecto devastador en todo el alrededor del fútbol. Más allá del balón, las secuelas son también dolorosas. No ha quedado al margen este deporte de todo lo que la Covid se ha llevado por delante. Es un motor, un pilar social que ha dejado al margen a las masas. Las entidades intentan adivinar los días que restan para la vuelta de gente al espectáculo. Aunque sea paulatina y progresivamente. Aunque sean unos pocos. Los clubes se han quedado sin una fuente de ingresos fundamental. Especialmente las sociedades medianas y pequeñas han quedado desamparadas, con el devenir ennegrecido y la supervivencia en el aire. Sin gente en las gradas no ha habido taquilla. Tampoco abonos. Han cerrado las tiendas oficiales de los estadios y también los despachos de comida y bebida del recinto. Las grandes entidades han echado el cierre a sus museos temáticos, a los tours, a las visitas guiadas. El balance ha caído en picado. Las fuentes de ingresos, para el que los tenga, quedan limitados a la publicidad, a la venta de camisetas o a la televisión, que también querrán ajustar los acuerdos previos de acuerdo a la normalidad que se avecina y que en nada tendrá que ver con la anterior. La dirección deportiva de los clubes ha hecho añicos sus planes de futuro. Las previsiones de operaciones de enjundia o fichajes de relumbrón han ido a la basura. El salto exponencial dado por el mercado en los últimos años se ha desvanecido de forma abrupta. La estrategia ha cambiado. La crisis, las penurias económicas y la supervivencia ya han dejado de lado en la mayoría de los casos los fichajes a precios mareantes, a cual más caro. Nada de eso. Las entidades contemplan ahora contrataciones a coste cero, cesiones de futbolistas e incluso intercambio de jugadores. Imposible grandes desembolsos. Solo sociedades como el París Saint Germain, Manchester City, Chelsea y alguno más, amparados por grandes fortunas, por jeques o magnates, menos afectados por la pandemia, podrían plantearse apuestas más altas. Y no solo eso, los que están tendrán que ajustar su sueldo. De hecho, gran parte de las entidades ha podido alcanzar acuerdos con sus futbolistas para acondicionar los salarios a la baja. Para acomodarlos a los nuevos tiempos. Las reducciones están a la orden del día. Mientras las taquillas mantienen las persianas hacia abajo los clubes intentan mimar al socio. El cobro de abonos se ha parado. No hay partido, no hay pago. Los ingresos por el año de fútbol se han perdido y las facturas aplazado. El impacto ha dañado a las entidades y a los aledaños. El vacío y la falta de público ha invadido la periferia de los estadios. No hay gente en las gradas. Pero tampoco en los bares, en los puestos, en el transporte ni en los hoteles. Es la secuela del daño que ha dejado por los suelos a los pequeños comerciantes. No hay movimiento en los locales, con su existencia ya en entredicho, ni tránsito ni vida en los alojamientos a los que no llegan forasteros.
La pandemia lo ha condicionado todo. Ha parado el mundo, ha callado al fútbol y desnudado sus recintos. Nada será lo mismo. |