El artesano Álvaro Torres recuerda sus inicios en la elaboración de canastos, el cual fue el sostén económico por muchos años en su hogar, mismo que se ha encargo de pasar de generación en generación mientras lucha por que no muera AJALPAN Patricia FLORES Corresponsal “No es pena, es la puritita verdad, a veces no tiene uno para comer”, afirma Álvaro Torres Xincaxtle, maestro artesano, mientras sus habilidosas manos tejen el carrizo que dará como resultado una canasta, no obstante, asegura “orgullosamente somos artesanos”. La elaboración de canastos en el municipio de Ajalpan es una de las principales fuentes de ingreso de un sinnúmero de familias, al ser una de las mejores temporadas la de Todos Santos. Tradición familiar A sus 60 años, Torres Xincaxtle recuerda con nostalgia cuando apenas tenía 6 años y quedó huérfano de padre. Su mamá se dedicó entonces a elaborar canastos, “yo tuve el gusto en esta temporada de trabajar con mi mamá”. Fue ella quien le enseñó a tejer en medio de la obscuridad, apenas con una tenue luz de un candil, “esos benditos tiempos ya no vendrán”. Señaló que en aquel tiempo la situación era diferente, pues había mucho trabajo y sus ingresos permitían adquirir más productos, “cuando se ofrendaba a los muertos, con poco se compraba suficiente, hoy apenas y alcanza, pero estamos bien, estamos a gusto”, dice el artesano. Además, en su labor, el maestro recuerda que su padre fue exigente, por lo cual en la familia integrada por cuatro hijos -dos varones y dos mujeres- el oficio se volvió en una labor total, sin embargo, al paso del tiempo, no todos se dedicaron a ser artesanos. Por ello, ahora, junto a su esposa, su hijo y sus nietas, Álvaro no cesa de trabajar, pues aunque en su juventud se empleó en una empresa, siempre estuvo consciente de que volvería a fabricar canastos, ya que en esta actividad no se discrimina a nadie, la edad no es impedimento. El entrevistado afirmó que aún espera vivir por más tiempo y aún ser útil, “no un viejo estorbo” para sus hijos. Una actividad matada A decir de Álvaro Torres, entre los canasteros el 2 de noviembre es equiparable al 3 de mayo para los albañiles; “al canastero en Todos Santos, si es que le fue bien, se come su mole y se pone su borrachera también”, afirma. El trabajo no empieza con el tejido de la canasta, va más allá, pues el artesano debe ir al campo a cortar el carrizo, después quitarle la cáscara a las varas, para luego rajar las tiras de carrizo o convertirlos en tlacayanale. Enseguida se ponen a secar las tiras, pues de lo contrario el canasto se aflojará o en su defecto se pondrá “prieto”, todo este procedimiento toma en promedio una semana. La jornada laboral de un canastero, en comparación con un obrero, es considerada una jornada doble, pues su labor inicia a las 4 horas “echar un medio taco al mediodía” y seguir hasta las 20 horas. En ese tiempo, el artesano termina apenas una docena de canastas, pues a decir del entrevistado, es la única forma en que se puede “vivir regular”, sin embargo, admite que es una actividad “matada”. Comercialización La comercialización es otro factor a considerar para los artesanos canasteros, pues aunque se acusa a los acaparadores como perjudiciales para los artesanos, para Álvaro Torres se debe reconocer que “riegan su dinero”, pues se los canastos se lleva a vender y exponen su vida. Asimismo, el artesano declaró que no existe otra opción, por lo cual se debe realizar la venta de manera directa con el cliente, por lo cual los talleres permanecen abandonados ciertos días. En promedio una docena de canastas oscila entre los 130 pesos, la cual estará lista luego de 16 horas de trabajo, no obstante, los pocos ingresos la actividad no decae, pues los artesanos continúan con la tradición que se ha pasado de generación en generación, misma que se mantiene viva; “lo trae uno de nacimiento”, asegura el maestro artesano, mientras su nieta mira atenta cómo poco a poco una canasta toma forma en las manos de su abuelo. No obstante, el artesano lamentó la falta de apoyo por las autoridades, pues en ocasiones su producto es malbaratado incluso agregó que el hecho de que el Servicio de Administración Tributaria (SAT) pretenda afiliarlos para pagar impuestos representa una problemática, pues apenas sobreviven y el rendir reportes tributarios mataría su actividad. Por ello, expresó que aunque la canasta más sencilla cuesta sólo 7 pesos, algunos compradores aprovechan la situación y regatean, situación a la que acceden los vendedores “imposible que se mueran mis hijos de hambre, tiene uno que doblarse y darlo baratito”, señaló. |