En seis ocasiones, doña Lupe o La Güera, vendió a sus clientes el gordo de la Lotería Mario GALEANA Vivimos de sueños. Luego les soplamos y los convertimos en burbujas, como las que ambulantes ponen a flotar sobre el Zócalo de la Ciudad, Los Portales o la avenida 5 de Mayo, en donde organilleros giran sus grandes cajas musicales y atropellan el ruido de coches y de la gente que pasa, y entre quienes se encuentra una vendedora de ojos azules que en la mano sostiene “un albur, una suerte” o, para ser más precisos, un billete de lotería. “A la gente le gusta la lotería, ya es tradición. Vivimos de sueños y estamos hechos de ellos”, dice Guadalupe Cortés, a quien sus clientes conocen como La Güera o doña Lupe. Pero hace más de seis décadas, cuando era una niña de 8 años, junto con su madre y sus ocho hermanos salía a la calle a vender cachitos de lotería, era conocida simplemente como Lupita. “Hemos vendido desde muy pequeños. Recuerdo a mi mamá como una persona muy chambeadora, aunque no sabía leer ni escribir. Ella empezó desde los 13 o 14 años, cuando su madrina la trajo a vender, y no dejó de hacerlo hasta los 83 años, cuando Dios la recogió”, relata Guadalupe. Todo ha cambiado desde entonces. El próximo mes doña Lupe cumplirá 70 años, aunque ello no significa que las calles de su infancia se le hayan borrado del par de ojos acuosos; al contrario, cual rompecabezas, la ciudad de Puebla se arma y desarma al compás de su memoria. “La gente que trabajamos en esto ya somos gente adulta. Nos conocemos entre nosotros y conocimos también la ciudad. Antes aquí, en la 5 de Mayo, pasaban los camiones; y justo en la esquina de la avenida Reforma había una sastrería que se llamaba Iberia. En Los Portales había anaqueles de madera en donde vendían lo típico: dulces, camotes, sarapes. Pero luego quitaron todo y se fueron al Parián”, relata. Y por ahí mismo va caminando doña Lupe. Entre mesas y sillas plegables de diferentes emporios restauranteros, la vendedora sostiene los billetes de lotería entre sus manos y promete que “hoy sí, hoy sí le toca el bueno” a quienes se encuentran sentados en ellas. Las promesas no son vanas ni infundadas: al menos seis de sus clientes han ganado el Premio Mayor. “Hay que animar a la gente para vender. Yo, afortunadamente, ya termino todos mis billetes porque tengo clientes que me conocen de muchos años y ya hasta me vienen a buscar. La última vez que vendí el Premio Mayor fue hace como ocho meses, era de seis millones de pesos. Cuando eso pasa, la gente es agradecida y a veces nos da 2 mil o 3 mil pesos. De ahí subsistimos”, indica. Por lo regular, un día de trabajo se resume para doña Lupe en una ganancia de alrededor de 200 pesos. “Es un sueldo que nadie nos da y que me permite también atender mi casa. Llego desde las 11 de la mañana y me voy a las 5 de la tarde. Eso es lo bueno de esto, que yo soy dueña de mi propio trabajo. Me puedo ir a la hora que yo quiera”, detalla. Los martes, miércoles, viernes y domingos, es decir, los días de sorteo, es cuando se venden en mayor cantidad las series de lotería. Según Guadalupe, esto se debe a que la gente teme extraviar el billete adquirido. Aguardan hasta el día del sorteo porque no quieren perder la oportunidad de encontrar su número en la lista de ganadores, pese a las millones de combinaciones que pueden darse. “Yo creo que Dios nos bendice y da al que tenga mucha necesidad. Aunque claro que no todos van a ser tan agraciados con un Premio Mayor. Yo sí quisiera que se lo sacaran todos, pero es imposible. Cuando pierden, nosotros nos sentimos mal porque a veces son clientes desde hace muchos años y no se han ganado nada. Por eso siempre tratamos de echarles la suerte”, dice. Sin embargo, algunos en definitiva no les gusta jugar con el azar. A decir de doña Lupita, los hombres son quienes prefieren soltar más veces los sueños y participar en los juegos de la Lotería Nacional. “Son muy pocas las mujeres que llegan a comprar. Incluso no dejan a sus esposos comprar. Yo creo que ellas prefieren que los hombres inviertan en otra cosa, porque es un albur, una suerte. Pero así es la vida”, concluyó. |