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Se sobreponen a la adversidad

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JITOMATE Se sobreponen a la adversidad

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Al quedar viuda, Josefina no tuvo otra opción que trabajar para apoyar a su hijo, así como a su familia, y salir adelante Mario GALEANA JITOMATELas condiciones económicas que enfrentan madres solteras y viudas han venido acompañadas no sólo de pasajes adversos, duros, sino también de ideas frescas y visionarias que busquen hacerle frente al destino y así generar mejores condiciones para sus propias familias. En San Nicolás Atlalpan -una pequeña localidad ubicada en el municipio de Huatlatlauca, donde hasta 2010 la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) señalaba que más de 30 por ciento de la población padecía pobreza extrema-, Josefina y cinco mujeres más gestaron en su imaginación convertirse en productoras de jitomate de invernadero. Poco después de dos años y de una ardua labor, lo consiguieron. Con diversos apoyos gubernamentales, hace un par de semanas Josefina y el resto de las mujeres, entre quienes se encuentran sus hermanas, su cuñada y su propia suegra, recogieron los primeros 40 kilos de su cosecha. Pero más allá de los rojísimos y brillosos frutos cosechados, para Josefina lo más importante fue el haber gestado su propio trabajo. “Sufrimos, pero lo logramos. Nosotras hicimos nuestro propio trabajo, somos nuestras propias jefas”, dice con una brillante sonrisa en el rostro. Golpes del destino Antes de convertirse en productora de jitomate de invernadero, Josefina Caballero Torres dedicaba su tiempo a las labores del hogar y a cuidar a sus animales de campo. “Hacíamos tortillas y cuidábamos nuestras casas. Yo, que tengo vacas y toros, también aprovechaba para cuidarlos. Mientras mi esposo hacía artesanías, yo me levantaba temprano, me llevaba a los animales a pastear unas dos horas y regresaba a hacer de comer. Mi suegra me ayudaba también a cuidar la casa”, narra Josefina. El destino, sin embargo, guardaba una terrible sorpresa en el camino de Josefina y su familia. Su esposo, Marcos, moriría de una enfermedad que hasta la fecha permanece desconocida en la memoria de la mujer. La tragedia la afectaría no sólo a ella y su hijo de 14 años, sino también a sus cuñadas y su suegra, todas ellas sostenidas por la labor de su esposo. Un año después, la desdicha alcanzaría también a una de sus hermanas que, al igual que Josefina, la haría convertirse en la jefa de familia de su propio hogar. “Fue muy difícil. Yo sólo tengo un hijo y como podía lo mantenía. Mi suegra y mis cuñadas me ayudaban. Pero luego falleció mi cuñado, y para mi hermana fue más difícil, porque ella tenía seis niños. No queríamos seguir haciendo artesanías porque no se vendían. No íbamos a mantenernos así”, recuerda con tristeza. Pero detrás de cada nube gris siempre aguarda una luz. Y en ese cielo era donde Josefina y las cinco mujeres soñaban con convertirse en productoras. No sabían cómo ni de qué, pero lo deseaban de todas formas. Frutos rojos Poco después, el grupo de mujeres supo, a través del Instituto Nacional de la Economía Social (Inaes), que si lograban asesorarse bien podrían edificar, con apoyos gubernamentales, un invernadero destinado a la producción de jitomate. “Cuando nos lo autorizaron, nos sentimos muy felices. Nosotras recibimos 200 mil pesos, y empezamos a hacerlo. Nos ayudaron unos ingenieros para construirla, pero nosotras fuimos las que aramos la tierra y todo lo necesario”, explica. Con ayuda de los animales que antes solía sacar a pastar, Josefina y las mujeres metieron al terreno una yunta para así aflojar la tierra y comenzar el proyecto. “Nos la ingeniamos, y metimos una yunta de toro. Lo más difícil fue levantar la tierra, moldearla, y sacar la hierba. Casi empezábamos desde las 9 horas y terminábamos como hasta las 19 horas, porque teníamos el tiempo encima”, declara Josefina. Las manos y el cuerpo entero les dolían a las seis mujeres pero, hace casi tres meses lograron depositar las primeras semillas. El primer corte de los frutos ha brotado: más de 40 kilos de jitomate brilloso, rojísimo, han sido cosechados por las féminas; orgullosa, Josefina presume que 20 kilos ya han sido comprados. “Estamos vendiendo el kilo a 10 pesos. Apenas empezamos y este es nuestro primer corte, pero sabemos que podemos lograr más. Ahora lo que queremos es un carrito para poder transportar el jitomate”, relata. Pero, más allá de los 40 kilos de cosecha, para Josefina lo más importante es poder ofrecerle a su hijo lo que necesite y, sobre todo, “que hayamos logrado convertirnos en productoras”. Concluye: “Nosotras mismas creamos nuestro empleo, y tenemos trabajo para un buen tiempo. Ahora queremos enseñarle a nuestros hijos”.