Una jornada llena de júbilo, sonrisas, visitas del voluntariado y golosinas disfrutan los 250 adultos mayores en la Fundación Gabriel Pastor Guadalupe JUÁREZ “Tener un lugar donde estar se llama hogar. Tener personas a quien amar, se llama familia. Tener ambas se llama bendición”, la frase impresa en una hoja blanca pegada en una pared de la Fundación Gabriel Pastor resume los sentimientos de los 250 adultos mayores que ahí habitan. Adelina es una de ellas, hoy luce un traje sastre rojo, su cabello corto y su rostro maquillado. A paso lento camina por una de las salas de descanso, con una sonrisa, posa para una foto, “ella es muy cooperativa”, dice la asistente de la administradora del lugar, al referirse al recibimiento de la mujer. A diferencia de otros lugares especializados en atención de adultos mayores, la fundación, pese a ser beneficencia, sólo acepta a personas con familia o alguien que pueda hacerse cargo de ellos, relata Irma López Rodríguez, administradora del sitio. “Antes aceptábamos a cualquier persona que nos solicitaba ayuda, pero lamentablemente hay cuentas que pagar y servicios que no podemos dar a todos (…) cuando alguien quiere ingresar, debe venir un familiar o conocido con ellos para firmar un convenio de que no los van a abandonar (…) ¿Qué pasa con los que abandonan? Bueno, no tenemos a nadie así, pero si se diera el caso, nosotros les buscamos un padrino de aquí del patronato para que no se sientan solos”, afirma, mientras una señora de 75 años entra a la oficina junto a su sobrino para pedir informes para alojarse. Los huéspedes susurran a las enfermeras las actividades que tuvieron en el día, lo más emocionante- relatan- es la visita de las damas del patronato que, esta mañana les regalaron 10 pesos a cada uno para que pudieran comprar “alguna golosina” en la pequeña tienda dentro de la casona. La casa cuenta con cinco pabellones y en cada uno de ellos hay departamentos individuales, donde comparten la habitación o cuentan con una individual, depende de lo que cooperen, aunque para sostenerse, la fundación recibe diversos donativos, “vivimos al día”, comparte Irma. Aquí nadie está abandonado “Ahí van los coches”, “ahí van los coches”, resuenan los gritos de júbilo de dos personas mayores en todo el lugar, una de ellas empuja a una mujer en silla de ruedas y la “estaciona” junto a otras dos de sus compañeras. Las risas no se dejan esperar, aunque algunos sólo fijan sus ojos en las figuras religiosas que se encuentran en el lugar, no evitan mirar de reojo y soslayar las actitudes de los huéspedes que juegan antes de entrar al comedor. “¿Por quétraen esa cámara?, voy a romper la cámara”, dice Héctor-quien asegura tener 50 años, pero en el lugar sólo aceptan a los adultos mayores de 60 años en adelante- mientras pide una foto, presume los tejidos que hizo en la sesión del día del taller . Uno de los servicios en la fundación consiste en las terapias ocupacionales, donde los huéspedes aprenden alguna manualidad. “Mi familia siempre viene, pero si no, no me siento solo, aquí están las muchachas del voluntariado o las niñas que tienen su bazar son las que nos traen alegría, aquí nadie está abandonado, todos tenemos a alguien que nos quiera”, asegura Héctor, quien pide de nuevo una foto. Los familiares de los huéspedes los visitan de manera frecuente, señala Irma López, puesto que es parte del convenio al ingresar, “no aceptamos que los abandonen, lo bueno es que a todos aquí los visitan e incluso los llevan de compras”. El silencio invade las tres salas de estancia, en una de ellas se encuentra mesas de billar que de vez en cuando utilizan los huéspedes; en otra, un par de televisores que piden encender cuando quieren ver un evento de “gran importancia” y en la última reciben a las visitas. También se encuentra una capilla, las flores en el altar son frescas, pero hoy nadie reza, las bancas están vacías porque las campanillas que indican la hora de la comida, les hace dirigirse a todos al comedor, sin apresurarse. En el comedor, el sonido de los cubiertos que chocan entre sí llena la sala, los huéspedes degustan sus platillos entre pláticas amenas, ahora ellos son parte de su familia, de su rutina, su hogar. |