Texto: Carlos ROCHA / Fotos: Karen ROJAS Enviados a ATLIXCO El ruido del arrastre de cadenas sobre las calles adoquinadas de Atlixco anuncia que la tradicional caminata de penitencia, de una centena de hombres anónimos, comenzó. En la Procesión del Silencio del Viernes Santo fueron 115 encapuchados. Caminan descalzos y desde sus tobillos las cadenas amarradas arrastran por lo menos cinco metros, y es ese estruendo del metal lo que les recuerda su penitencia. Usando sólo taparrabo y capucha negra, las cuales les permitieron hacer la ofrenda sin necesidad de exhibirse. Además, en los costados de sus piernas llevaban espinas clavadas, excepto en la rodilla. Asimismo, se hendieron, con pinzas de pan las puntas naturales de las flores desérticas, en sus brazos y pecho. Otros prefirieron amarrarse nopales completos, simulando un escapulario a lo largo de su cuello. Algunos prefirieron evitar las espinas pero se pusieron más de 30 kilos de cadenas sobre los hombros, las cuales formaban una equis en su pecho. Por si esto fuera poco, todos los Engrillados mantuvieron los brazos extendidos y en las palmas de sus manos cargaban charolas con mitades de limones. De acuerdo con los organizadores de la tradición, el cítrico los reanima e hidrata, para evitar que alguno se descompense a lo largo de los poco más de 3 kilómetros que dura el recorrido. “No les den agua, les hace daño”, gritó entre las filas de los penitentes un integrante de la familia Garcés, los pioneros de esta tradición poblana. Los engrillados llegaron a la iglesia de San Francisco en este municipio desde las 6 horas, para desnudarse, rezar y preparase para partir al filo de las 10 horas y llegar, casi dos horas después, a la misma iglesia en donde se les da un reconocimiento por su participación. [gallery ids="134327,134328,134329,134330,134331,134332"] Los motivos personales Está prohibido acercarse a ellos, mientras los hombres se arreglan en uno de los salones de la iglesia, sólo se permite el ingreso a una persona, la cual ayuda a poner las cadenas y espinas a cada penitente, ya cuando se forman en el atrio de la iglesia de la Tercera Orden de San Francisco, otros familiares se aproximan. También lo hacen turistas, devotos al catolicismo y medios de comunicación, para captar la primera imagen de los encadenados. El comité organizador solicitó espacio para la centena de participantes, pidió no agobiar a los engrillados para que no perdieran la concentración, pero la pregunta que más se quería saber era ¿por qué lo hacen? Antes de iniciar, uno de ellos explicó que su penitencia se debe a la lejanía que ha tenido con su familia desde que está en Estados Unidos, de forma breve dijo que cada año regresa a Puebla en Semana Santa con un doble propósito, participar en la procesión y ver a sus seres queridos. Otro más, también migrante, contó que hace 10 años, cuando se fue en busca del sueño americano, perdió en el camino a su hermano y desde entonces se ofrece para participar en esta dolorosa peregrinación, por la vida de su ser querido. De igual forma, otro par coincidió en el argumento de que eran hombres alcohólicos y que para poder recordar el sufrimiento al que hicieron pasar a sus familias durante su vida en el vicio, llevan acabo este ofrecimiento. “Así, con la cara tapada, te lo puedo decir: a veces todavía tomo y me pierdo, pero sé que está mal. Por eso hago esto, para sufrir como lo hacen mis hijos cuando no me ven o cuando me ven en mal estado”, dijo uno de los penitentes que cargaba cadenas en todo su pecho. Algunos familiares de los engrillados comentaron por ellos, ya que el cansancio de la caminata mermaba las palabras de los penitentes, pero los seres queridos estaban orgullosos de la participación de sus hombres y relataron cuántos años han participado, como el menor de los entrevistados, el cual llevaba tres años realizando la actividad. En algunas de las 15 estaciones, mientras los engrillados están parados, los familiares les ayudan a cargar las cadenas de los hombros; uno de los asistentes contó que ayudaba a su padre para que pudiera descansar unos minutos, mientras tanto la hija sostenía una bolsa de limones. “Desde que dejó de tomar prometió que caminaría en esta procesión por tres años, debido a todos los malos ratos que él nos hizo pasar. Él siente que ahora con esto está pagando y nosotros como su familia lo apoyamos”, contó la hija. A lo largo del caminar por las calles de Atlixo, cada piedra que pisan, cada bache, una corcholata tirada, un clavo en el camino, un tope o una subida se vuelven parte del esfuerzo y de ahí que sientan que están cumpliendo con la penitencia que han ofrecido. Después de casi cuatro horas y tras haber concluido la penitencia, los engrillados se retiran del templo de San Francisco, para, en su mayoría, regresar el próximo año de nueva cuenta con sus cadenas. |