Martes 01 Noviembre 2016

"El dolor más grande que puede tener un hombre es la muerte de su hijo", esa es la única declaración del patriarca de la familia Robles. Carlos aparenta 50 años y trae puestas unas gafas enormes que le cubren los ojos rojos, que dejan escapar gruesas lágrimas que retumban en la tierra que rodea la tumba de su hijo.

Al no poder hablar por el sentimiento, uno de los familiares explica que Carlos, el hijo del señor, murió hace 10 meses por una enfermedad que no sabe explicar a detalle. Esta es la primera vez que la familia le rinde homenaje en Día de Muertos y la tristeza que emanan todos los integrantes, todavía se siente fresca. Toda la familia rodea la tumba que apenas mide un metro y un trovador toca una guitarra vieja mientras canta con voz fúnebre.

Es el Panteón Municipal de Puebla y no hay mucha gente por las calles perfectamente delimitadas. Mausoleos con arquitectura del siglo XIX, lucen majestuosos con las flores de cempasúchitl y la flor de nube, decorando sus entradas. Las flores le quitan lo tétrico a algunas construcciones y hasta lucen, en algunos casos, acogedoras.

Foto: Agencia Enfoque

Un mariachi solitario ronda por las tumbas y con su guitarra invita a las personas a contratarlo. Una canción vale 20 pesos o si lo prefiere tiene la promoción de tres por 50. Una señora lo contrata y el mariachi comienza a cantar, un silbido después de cada palabra, delata la ausencia de dientes del músico.

"Las que más me piden son la de Amor eterno, Mi viejo, Madrecita querida, Cruz de olvido. Siempre son las mismas, raro es el que pide de otras".

El mariachi lleva el nombre de Isidro Corona y asegura que no vienen con todos los que trabaja, porque la gente no paga lo que cuesta todo un grupo. Dice que él va solo porque así es más seguro que consiga trabajo.

La señora que lo contrata se llama Silvia Meneses y es la única familia viva que le queda a Zeferino Garza. Ella era su esposa y manifiesta su preocupación por el momento en el que ella falte y nadie pueda ir a darle mantenimiento a la tumba.

"Imagínate, la tumba de mi marido va a quedar toda abandonada y fea como esas de allá", la viuda señala el primer montículo de tierra que se le cruza a la vista.

A la señora Meneses no le falta razón, pues en el panteón sobran las tumbas que ya están destruidas y una que otra ya se hunde. Dicen que la verdadera muerte solo llega cuando la persona es olvidada y en el caso de estas tumbas, donde la tierra cubre los nombres de los que yacen ahí, la muerte ya les llegó por dos.

A la entrada del cementerio está Roberto Muñoz y su negocio es vender flores de todo tipo. Garantiza que su producto es de la mejor calidad, porque viene de los agricultores de Atlixco y Cholula; pero confirma que el precio de las flores ha aumentado respecto al año pasado.

Un ramo mediano de cempasúchitl lo vende a 60 pesos y el de nube, lo llega a dar hasta en 80. Dice que el aumento de la flor llega hasta un 50 por ciento el 2 de noviembre y se queja porque la venta ha sido baja desde el inicio de temporada.

Lo que más hay en el panteón, son los voluntarios que se dedican a limpiar las tumbas. Ellos no cobran y sólo piden una cooperación voluntaria que, en la mayoría de los casos, es de 15 a 20 pesos; pero aseguran que hay quienes le llegan a dar hasta 100. Dicen que cada vez hay más competencia para el "agua y la pala" y aseguran que se dedican a otras cosas en el resto del año.

Una sonrisa llama la atención. Es de Manuel Ramirez. Él no considera esta temporada como algo triste y se siente alegre de poder ir a visitar a su padre, que ya tiene 20 años de estar enterrado ahí.

"Yo ni me pongo triste ni nada de esas cosas, pues si para allá vamos todos. Lo que sí me parece triste es que no haya tanta gente como otros años. No sé si es porque hoy es día laboral o porque ya se están perdiendo las tradiciones; pero me parece que nosotros, los vivos, tenemos una responsabilidad con los que ya se fueron".

La muerte anda por las calles

Del reloj del Gallito de Paseo Bravo una peregrinación llama la atención y paraliza el tráfico de la capital poblana. "Puro ratero", dice una señora que mira desde la comodidad del metrobús a unas 400 personas que cargan figuras de la santa muerte de diversos tamaños y colores.

La caravana avanza por Reforma y con cada paso, los integrantes lanzan porras hacia la "santa". Varios carros siguen a los que caminan y en los vehículos sobresalen figuras enormes de un esqueleto cubierto con túnica y una guadaña en la mano.

"Yo creo en la niña blanca porque me ha hecho varios favores a mí y a mi familia. Cuestiones de enfermedades y problemas económicos los ha resuelto y la verdad que sí es muy milagrosa. No elijo otro santo, porque ella es en la que confío y ya a estas alturas uno ya le tiene cariño", dice con seguridad José Miguel, joven de 25 años que ha sido devoto desde que tenía 17.

La caravana es alegre y las figuras de la muerte más pequeñas llevan vestidos de colores diversos que hacen recordar a los de las quinceañeras. La mayoría de los que caminan son jóvenes, pero no hacen falta los adultos y ancianos que cargan, con esfuerzo, sus ídolos.

"Yo lo que les diría las personas que piensan que esto es cosa del demonio es que deben de aprender a respetar, porque en un mundo tan diferente como este cada uno debe de saber que no todos pensamos igual. Yo no los ando juzgando porque están rezándole a la Virgen o San Judas, yo respeto y eso espero de los demás hacia mí", así se expresa René, quien carga una santa muerte de un metro de altura y que la agarra de tal manera que parece que la abraza con amor.