11 Diciembre 2016

La música de banda suena, las oraciones no paran y las bendiciones se dan por todos lados. La imagen de la virgen de Guadalupe es cargada por una comitiva de hombres y esperan a que un padre les dé la bendición mientras que estudiantes del seminario católico venden rosarios y medallas a los feligreses.

Es el Seminario Palafoxiano de la ciudad de Puebla hay cerca de cuatro camiones y cinco camionetas que están decoradas con flores, lentejuelas e imágenes religiosas. Cientos de personas bajan de los vehículos que provienen de la junta auxiliar de La Resurrección y en cuanto se bajan, todos se arremolinan en el centro de una enorme carpa que resguarda la imagen de la virgen e improvisa una enorme capilla.

Desde hace 70 años, la señora Asunción Ramos Buenaventura va cada año a rendirle culto a la virgen, comentó que su devoción viene desde su niñez y recuerda cómo desde que tenía cerca de 10 años la virgen le cumplió su primera petición: que su papá consiguiera trabajo.

"Nosotros por eso venimos acá, porque adoramos a Dios y a la Virgencita de Guadalupe. Somos bien católicos y para nosotros todo lo que tenemos se los debemos a ella", dijo doña Asunción.

Fotos: Karen Rojas

Los cohetes explotan en el cielo y la música suena por todo el seminario, en un puesto se venden chalupas y en otro más el quesillo de las quesadillas se mezcla con las salsas rojas o verdes. Hay juegos mecánicos que aguardan para funcionar en la noche y no faltan la vendimia de medallitas con la figura de la virgen, pero también hay de San Benito.

El milagro que más recuerda la señora originaria de Zacatlán, pero radicada en La Resurrección, fue cuando la virgen la curó de la brujería que le había hecho una señora que conocía y que le tenía envidia.

Afirmó que, con frecuencia, se encontraba víboras en sus bolsas; sufrió algunos accidentes que le hicieron fracturarse la mano y recayó en su salud durante muchos años. No obstante, doña Asunción aseguró que por la devoción que le tuvo a la virgen en el tiempo que estuvo en cama se curó a los pocos meses, por lo que no dudó en decir que no hay mejor medicina que la fe.

Durante cerca de 30 años la devoción de la señora era tal, que acudía a la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México cada 12 de diciembre, pero por su avanzada edad (80 años), sus hijos ya no la dejan ir, por lo que se tiene que resignar a sólo acudir al seminario, no obstante, ella se siente feliz al estar cerca de la virgen.

Varias personas se juntan alrededor de una camioneta que está en el estacionamiento del seminario. Dos hombres bajan un barril lleno de agua de jamaica y de ollas de tamaño industrial se reparten unos buenos platos de chicharrón en salsa verde y unos frijoles negros. Una señora reparte tortillas a cada uno de los integrantes de la comitiva que viene de La Resurrección, los que reciben las tortillas no dudan a invitar un taco a cualquier curioso o peregrino que se acerque y tenga hambre.

La mayoría come en silencio; sin embargo, uno que otro se atreve a contar su historia. Es el señor Valentín Carmona Díaz y se dedica a la agricultura la mayor parte del tiempo. Mientras come sus tacos, comenta que cerca de 100 personas fueron las que se juntaron en la capilla de su colonia para poder hacer el viaje y se muestra orgulloso de que él lo haya organizado.

Confirmó que son dos horas para llegar al lugar en el que vive y estimó que serán como tres horas más para llegar a la Basílica de la Ciudad de México. Desde hace 10 años hace la peregrinación y no duda en decir que el trayecto no es nada en comparación a lo que les da la virgen de Guadalupe.

Para Valentín, el milagro más grande que le hizo la virgen fue al cuidarle su cosecha. Afirmó que hace casi cuatro años, varios agricultores perdieron la siembra por unas lluvias fuertes que pasaron por la región. El peregrino recordó que su parcela quedó intacta después del diluvio y adjudicó la acción a que tiene un altar cerca de ahí, por lo que consideró que la salvación de su cosecha fue por el favor de la virgen.

La comitiva de la junta auxiliar sube sus cosas a los transportes sin prisa, pero sin detenerse. Varios se aprietan en la batea de un camión de redilas y varios más lo hacen en el lugar del copiloto de la misma camioneta. Los transportes arrancan y varios de los ocupantes se despiden de la imagen de la virgen bajo la carpa, mientras otros más lanzan bendiciones hasta que la imagen se les pierde de vista.