Las calles al interior de la Escuela Militar de Sargentos son anchas, como una muestra de que la disciplina que reina en ese lugar sólo puede fluir en espacios grandes y ordenados. "Nosotros casi no dormimos, no nos gusta", espeta Felicitas Lozano, el cabo que guía a los reporteros para encontrarse con Diego César Almaraz Pérez: el soldado honorario. A sus nueve años de edad, Diego César ya porta el uniforme de militar, luce ataviado de pies a cabeza con esa vestimenta verde que, en estos días, infunde respeto y miedo en la sociedad; sin embargo, al verse convertido ya en soldado, Diego sólo sabe sonreír. Coroneles y altos mandos del plantel militar resguardan a Diego cual si se tratara del general Salvador Cienfuegos, le explican lo que hay dentro de cada edificio que comprende la escuela, para luego comenzar el recorrido que habrá de llevarlo a conocer casi hasta el último rincón de aquel lugar de la Vigésimo Quinta Zona Militar. De entre los civiles destaca la presencia de una mujer que, pese al ánimo que se vive, no se muestra feliz, pero sí exhibe un rostro cansado. Se trata de Lucila Pérez Valencia, la madre de Diego, y cuando comienza a contar la historia se hijo, se comprende por qué ella no sonríe: "en diciembre de 2015 él -Diego- empieza con mareos y pierde el equilibrio de las piernas, lo llevé al médico, se quedó internado tres meses, le hicieron los estudios necesarios y le salió la leucemia, la verdad me puse muy mal por recibir esta mala noticia, ahora le acaban de hacer otro estudio y le sale asma". Lucila narra que a raíz de la enfermedad de Diego César, le ha costado mucho salir adelante; es madre soltera y de su trabajo no sólo depende Diego, sino otros dos infantes: Sandra de 11 años y José Erasto de 7. Además, revela que tuvo que dejar el municipio de Rafael Lara Grajales, de donde son originarios, para estar al pendiente de Diego, quien hasta el martes estuvo internado en el ISSSTEP. Las órdenes de los coroneles indican que es momento que Diego visite la alberca olímpica. Allí, tras acomodarle la gorra negra, la mirada del infante se posa en los estudiantes que saltan de más de siete metros de altura para caer en el agua. Después, Diego César es llevado a las aulas donde se aprende inglés, y luego los dormitorios: cuartos amplios en los que se cuentan 50 literas, o el sueño de 100 cabos. |