Refugio de ladrones, así catalogan los vecinos de la colonia El Refugio su zona de vivienda, la cual a simple vista aparenta ser un lugar de olvido, lleno de baches, de grafitis y casas abandonadas; sin embargo, la inseguridad ha llegado para habitarla. Colonos, quienes piden no revelar sus nombres pues temen por la presencia de grupos delictivos, hablan de los problemas que padecen y aseguran que los asaltos son la constante para quienes caminan a diario en las calles de El Refugio. Tras un recorrido realizado por El Popular, diario imparcial de Puebla, se pudo observar cómo el mayor miedo de los habitantes se concentra en la delincuencia e inseguridad. Así lo relata Juan: "ahí donde están las cortinas, los agarran y les quitan todo lo que traen; muchas veces les sacan el cuchillo o la navaja", al tiempo que señala hacia una de las construcciones abandonadas que, a juzgar por sus cortinas de aluminio, da la impresión de que años atrás fungió como establecimiento. Al limitarse sólo en revelar su nombre: Juan, es propietario de una tienda miscelánea en la colonia. Su relato se escucha pausado y sin emoción, como si contara una escena de película de crimen que ya ha visto más de 20 veces y suelta una recomendación: "aquí lo que más roban son celulares y carteras, así que cuiden los suyos, no vayan distraídos". Para Juan, la situación de los asaltos e inseguridad en las calles de El Refugio no es lo único que las autoridades municipales deben atender, aunque se le escucha resignado: "ya no creemos en los partidos (políticos), todos son lo mismo, ya sabemos que nada va a cambiar". La colonia abarca a partir de la calle 22 Poniente y la 3 Norte, colinda con el barrio de San Antonio. En sus calles llaman la atención los baches, que parecieran existir desde tiempo atrás, pues los automovilistas los esquivan con facilidad. Abundan casas antiguas y algunos establecimientos; no obstante, destacan las vecindades abandonadas, que, en palabras de vecinos, sirven como refugio de ladrones. Metros adelante, entre algunas casas abandonadas, sobresale aquella que exhibe una placa cuya leyenda indica que aquel inmueble está protegido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), por lo que cualquier modificación que se le hiciere sin el consentimiento de dicho instituto, será sancionado. Aunque, a decir verdad, a los vecinos parece no importarles convivir a diario con un inmueble histórico, resguardado por el INAH. Casi en frente del inmueble se encuentra Rocío, quien trabaja echándole un ojo a los escasos automóviles estacionados en las calles de El Refugio. Rocío está sentada sobre una cubeta, mientras forma con su mano una especie de visera para protegerse del sol, y desde su comodidad cuenta que "hay jornadas que me va bien, otras que no tanto, pero casi siempre voy al día, aquí no hay mucho trabajo", afirmó la colona. Su semblante refleja aburrimiento, aunque recupera viveza cuando se le pregunta por los problemas que más aquejan a su colonia: "son los asaltos, ya me ha tocado ver varios y a cualquier hora, pero yo no me meto", y exclama con cierto enojo: "¿Por qué voy a meter las manos al fuego por gente que no conozco?, luego ni agradecen". Rocío asegura que las patrullas recorren a diario las calles, aunque desde su perspectiva, los rondines policiacos no sirven de nada, pues "los ladrones corren a esconderse cuando escuchan a las patrullas", comenta. Entre los diferentes establecimientos ubicados en El Refugio, se encuentra una ferretería. Allí, detrás de una ventana protegida por rejas, despacha Luis, quien hace una mueca cuando se le pregunta por los inconvenientes más frecuentes: "yo llevo trabajando aquí tres meses, así que no sé mucho, me han contado de robos, pero afortunadamente a mí no me han tocado (…) he escuchado que pasa la patrulla, pero pasa muy rápido", y corta la conversación como quien prefiere hacer caso omiso de los problemas. Las siguientes calles, a partir de la 24 Poniente hasta la 30 Poniente, son muy parecidas, parecen guardar similitud una con la otra. Afuera de alguna casa ubicada en la 28 Poniente yace un indigente, quien dentro de su letargo intenta prender un cigarrillo y dejarse llevar con el calor y el ambiente del mediodía. Los pasos llevan a otra tienda de abarrotes, la cual es atendida por Carlos, quien cuenta que no existe organización entre vecinos para frenar este problema, "es que en realidad no sabemos si alguno de los que viven por aquí, tiene familiares que le hacen a eso de los robos, hasta puede resultar peor decirles que ya no queremos asaltos", comparte. Y así, mientras los vecinos hacen su rutina diaria en El Refugio, la jornada avanza y todo indica que será un día normal, hasta que caiga la noche y quizás algún transeúnte con mala suerte escoja aquel camino, en donde los problemas parecen refugiarse en casas abandonadas o escaparse por los hoyos de la calle. |