"Las gracias no bastan al cuidar de los enfermos"

Desde hace más de 15 años, Rosa María cuida enfermos y aunque empezó sin tener una profesión, ha depositado en ello su vida

Desde hace más de 15 años, Rosa María Espino Varona cuida enfermos y aunque empezó a hacerlo sin tener una profesión, ha depositado en esa actividad su empeño, sus ganas de aprender y el anhelo de compartir su tiempo con las personas que necesitan atención, cariño y comprensión, afectos que ha dividido para sus familias, la biológica y la que adopta con su oficio.

"Quizá la vida no me dio la oportunidad de tener una carrera, pero ha sido muy bonito aprender y convivir con esas personas, aunque no creas, perdí lo más importante, mis hijos, no pude estar con ellos en muchos momentos, como el 10 de mayo, las clausuras de la escuela, las juntas, detalles así. Ahora quiero compensarlos aunque me digan que es tarde. Me duele haber abandonado a mi familia por el trabajo, pero todo es con amor y ganas. Lo volvería a hacer", afirmó entre risas y llanto.

Vivir entre dos familias

Cuando ya tenía un esposo e hijos y había elegido el camino como cultora de belleza, se le abrió la oportunidad de cuidar a un enfermo, de ver realizado su sueño de ser enfermera y sin más, decidió emprender el camino con los conocimientos básicos.

Aunque han sido casi una decena de pacientes atendidos, no olvida a la familia Quintana Moreno; su primera experiencia como cuidadora fue con la señora de la casa, Ema Moreno, con la que convivió tres años, hasta que falleció. Luego, por recomendaciones, empezó a abrirse camino y a adquirir conocimientos, ya no sólo como una asistente, sino con experiencia en atención médica.

En ocasiones con uno y hasta con dos pacientes, dos turnos, trabajo de día, de noche y fines de semana, Rosa María no descansó hasta ver cristalizada su experiencia, principalmente con adultos mayores que necesitaban su ayuda y compañía, los años pasaron y sus familias se volvieron imprescindibles para la vida diaria.

"Siempre ha sido emocionante para mí aprender y cuando conocía a un nuevo paciente me preguntaba ¿cómo será?, ¿qué me va a decir?, ¿qué tengo que hacer? Y era un reto para mí, me decía: puedo hacerlo y tengo que hacerlo", señaló.

Murieron en sus brazos

Uno de los recuerdos más entrañables que guarda fue cuando conoció al médico Arturo Reyes Larracilla, quien le mostró todo lo necesario sobre términos y actividades médicas y le ayudó a forjar confianza consigo misma, cuatro años bastaron para integrarse como miembro del núcleo, para crear un lazo de confianza y cercanía con la familia que considera como suya.

El último año de vida del médico fue el más difícil, recordó que tuvo una infección en la rodilla y estuvo a punto de perderla, pero se negó a que le amputaran la pierna, en ese periodo contuvo infecciones, dolores y molestias a consecuencia de la cirugía que le practicaron.

"Esa noche vi su herida, estaba bien pero le dijo a su hija que no quería que le pusieran la venda porque le lastimaba, más tarde empezó a sangrar, pero no me avisó. Cuando me llamó sólo me pidió el cómodo, levanté un poco las sábanas y vi que estaba totalmente lleno de sangre, cuando iba a pedir ayuda agarró mis manos y no me dejó hacer nada, le pedí que me soltara pero no lo hizo y empezó a convulsionar, lo único que pude hacer fue gritarle a su hija y cuando ella trató de reaccionar fue demasiado tarde. Le dijo: 'ya no quiero vivir, déjame así, estoy cansado, entonces falleció'", narró.

La muerte del señor Reyes fue un momento que marcó su vida, por la cercanía y todo lo que aprendió conviviendo con él, pero también atravesó por otras experiencias que califica como desagradables y tristes por el contexto en el que se dieron las pérdidas de otros pacientes.

"La otra fue una experiencia muy triste para mí porque la familia ya sabía que la señora estaba muy mal, tenía cáncer en etapa terminal, quería morir en su casa, con su familia. Si te dicen que ya son los últimos días de tu familiar, piensas que debes estar con él, pero en este caso sus hijos prefirieron su trabajo e irse a descansar a otro lado, yo me quedé sola con la señora, no me dijo nada, sólo con su mirada sentí la tristeza, lloró conmigo y murió, no supe qué decirle, pero me di cuenta que me faltaba mucha experiencia y me dio mucho coraje conmigo misma", relató.

Entre las buenas y las malas experiencias, destaca lo gratificante que es ayudar y atender a alguien que necesita los cuidados. Para Rosa, las gracias no bastan, lo más satisfactorio es sentir el cariño de los pacientes y saber que está haciendo algo por ellos.

No deja atrás sus aspiraciones y deseos

Narra que siempre ha contado con el apoyo de su familia desde que emprendió esta aventura, por lo cual considera que es momento de dar prioridad a los suyos, estar más cerca de sus seres queridos para compensar el tiempo que no pudo pasar con ellos por el trabajo, por las largas jornadas

"Quiero renovar lo que ya sé de belleza con un curso y mi anhelo es poner mi estética aquí en mi hogar, estar con mi familia, dejar de cuidar, ahora se lo dejo a mi hija, que se dedique porque es una carrera muy bonita, te sientes útil a la sociedad, aprendes de tus pacientes y conoces tantas cosas", expuso.

Ahora deja la estafeta a su hija, quien se encuentra estudiando Enfermería, la carrera que ella no pudo realizar en su momento pero que su heredera cursa con el mismo interés, abonado con las experiencias de un trato humano y profesional que le brinda su madre.

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