En Puebla, cada tres horas un embarazo adolescente

Cada año, miles de mujeres poblanas de entre 15 y 19 años pasan por un proceso de embarazo no deseado; algunas tienen los medios para la interrupción

Yolanda acaba de cumplir 19 años. Fue criada por sus abuelos desde los primeros meses. Su madre, que apenas tenía la mayoría de edad al momento del parto, no podía sostenerla económicamente; su padre, al enterarse de la responsabilidad, se fue.

Justo había terminado el primer año de la licenciatura cuando tras una semana de retraso de su menstruación, acudió a la farmacia para comprar una prueba de embarazo; la más barata que encontró. Era junio y acababa de regresar de viaje.

El primer resultado fue positivo. Regresó a la farmacia y compró una segunda prueba que le ofreciera mayor certeza: el resultado fue el mismo. Más tarde sabría que llevaba de seis a siete semanas de embarazo. “Ni hacerme un estudio de sangre, era más que obvio,” narra la joven.

Como Yolanda, miles de mujeres poblanas de entre 15 y 19 años confirman su embarazo cada año. En 2018, dos mil 657 adolescentes y mujeres jóvenes fueron atendidas en la capital por este motivo, de acuerdo con datos del Observatorio Ciudadano del Instituto para la Gestión, Administración y Vinculación Municipal (Igavim).

Esto significa que cada tres horas y 18 minutos se atiende un embarazo adolescente con estas características en la ciudad de Puebla, municipio que también se destaca por atender embarazos de mujeres menores de 15 años. Así, cada 30 horas con 38 minutos, una niña o adolescente acude a algún centro de salud capitalino.

A nivel nacional y pese a la reducción en el número de nacimientos en mujeres entre 2017 y 2018, Puebla sigue ocupando el tercer lugar con el mayor número de embarazos en niñas de 10 a 14 años, y el segundo en mujeres de 15 a 19 años, refiere el Informe Ejecutivo del Grupo Interinstitucional para la Prevención del Embarazo en Adolescentes del estado de Puebla (GIPEA).

Este grupo está alineado a la Estrategia Nacional para la Prevención del Embarazo Adolescente (Enapea), cuyas metas principales son la reducción de la Tasa de Fecundidad de las Adolescentes de 15 a 19 años a la mitad, y la erradicación de los embarazos de niñas menores de 15 años. Con 18 mil 517 y 588 casos respectivos de enero a octubre 2018, y una tasa de fecundidad adolescente de 78.0 en 2019 —casi diez puntos por arriba de la media nacional—, aún se está muy lejos de esta meta en la entidad.

No se debe a la estrategia del gobierno: Mónica García

Mónica García, coordinadora de la sección para jóvenes de la Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos (Ddeser) en Puebla, sugiere que más allá de que esta disminución evidente pero no sustancial —conforme a las metas planteadas a largo plazo— sea una consecuencia directa de la Enapea, estaríamos frente a una actitud más crítica de los jóvenes, pues al menos en los grupos con los que trabaja en diferentes escuelas de la zona conurbada —adonde la llaman con mayor frecuencia que hace cinco años—, éstos hacen preguntas cada vez más concretas y específicas. “Tiene que ver con una situación social. Ha habido muchos cambios en las formas de organización de las personas jóvenes para dar solución a sus problemáticas.”

No era el momento

La familia de Yolanda no supo de su embarazo hasta semanas después, cuando tuvo que entrar a urgencias por una recaída. Una vez amainada la tormenta de emociones y pensamientos que la atravesaron durante las primeras horas, decidió que no era el momento; a pesar de que no sabía con certeza si algún día podía tener hijos debido a padecimientos previos, decidió que no era el momento. Se enteró un domingo por la tarde; el siguiente estaba ya por cuenta propia en una clínica privada de la Ciudad de México.

Estaba sola porque así lo había decidido. Su pareja, a quien le hizo saber la noticia desde un inicio, se encontraba en Chihuahua consiguiendo dinero para reponer lo que habían tomado de su colegiatura; ésta, sumada a los ahorros que Yolanda guardaba para un televisor, fueron destinados a la interrupción del embarazo. Unos cinco mil pesos entre el traslado, la comida y los honorarios de la clínica, donde le recomendaron un proceso de succión para concluir ese mismo día y evitar problemas legales si se llevaba las pastillas a otro estado.

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“Se escucha muy peladita la cosa, pero no está tan fácil. Ahorita ya lo asimilé, pero sí caí en una depresión muy fuerte... No podía dormir. Tuve que optar por tomar pastillas y conseguir ayuda profesional. Estaba muy baja de peso, no comía... era un problema psicológico un poquito fuerte.”

Sin embargo, Yolanda sigue convencida de que la decisión tomada fue la mejor. Su madre —quien tuvo que dejar inconclusa su preparatoria— la entendió perfectamente; su abuela, quien todavía recuerda aquel episodio como una pesadilla, la alienta a continuar sus estudios universitarios.

“Mi mamá es ama de casa y batalla mucho económicamente. Aun así nos dice ‘sigan estudiando, aquí van a tener mi ayuda’; sobre todo a mi hermano, a quien le dice ‘por nada del mundo dejes la escuela, mírame a mí’”.

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