No te puedes culpar por no salvar a alguien: policía escribe sobre la barbarie en Acatlán

Un policía anónimo escribió una carta en el que recuerda los linchamientos de Acatlán en 2018.

Fuentes cercanas a este diario nos enviaron el siguiente escrito firmado por A. R. A., quien es un policía estatal en activo, hemos podido confirmar. El escrito nos permite ver el lado humano y sensible de los policías, y cómo los hechos delictivos que combaten permean en su humanidad.

Acostumbrados a pensar y ver a los policías como hombres rudos, con sentimientos de acero, invulnerables, y quizá insensibles al sufrimiento humano. El siguiente escrito nos muestra como los hechos violentos afectan la sensibilidad de nuestros policías, y como a pesar de todo sacan fuerzas para sobreponerse y tratar de ser más profesionales y mejores servidores públicos.


En concreto el escrito habla de cómo vivió, y cómo viven en los recuerdos de A. R. A., los linchamientos de Alberto y su sobrino Ricardo. Tío y sobrino fueron golpeados y quemados vivos por una turba, que además trasmitió en vivo desde Facebook para que dicha barbarie fuera vista en directo por cientos de personas incluso desde el extranjero. Esos aciagos acontecimientos ocurrieron el 29 de agosto del 2018.

A continuación, transcribimos íntegramente el escrito: 

 

MIXTECA, EN MEDIO DE LA BARBARIE...

¡No te puedes culpar por no salvar a alguien! Esa frase la repito cuando no puedo desconectar los recuerdos de mi mente, ¿Qué olvide el nombre? No lo creo, simplemente no quiero repetirlo. Se volvieron inalterables los minutos que pasé cuando acudíamos a ese auxilió: mis manos sudorosas se negaban a sostener el arma, el casco provocaba que el aire que respiraba fuera más caliente de lo que es normalmente, el pulso de mis venas tocó la piel como intentando escapar, las palabras de aliento de unos se perdieron en el silencio de la tarde. Pedí que las llantas se negaran a seguir avanzando, eso era lo que yo deseaba…

Tanto dolor despertaba mil emociones, si es que existen tantas. Los gritos desesperados ahogaban el suplicio de alguien que pedía clemencia. Los niños sonreían disfrutando el espectáculo, y gritaban extasiados como si los chorros de sangre fueran chistes del mejor artista callejero. El imponente Coliseo Romano no era nada comparado con al aquelarre de está insignificante plaza.

Al bajar de la unidad que nos transportó a ese lugar, en los primeros pasos sentí como se me iban acalambrando las piernas, el cuerpo se resistía a seguir avanzando, mi trabajo por primera vez se me hizo injusto. Recordé las promesas que hicimos los de la generación más brillante de la academia, tuve que armarme de valor y apretar fuerte el pr-24(macana, bastón policial) y dirigir mis pasos hacia la muchedumbre. No había nada que hacer, el destino lo había decidido, éramos mucho menos que la urbe y los comandantes e inspectores estaban resignados a no intervenir. El sentimiento que percibí era aquel que seguramente vivieron los seguidores de Jesús en el Calvario ¡No pude hacer nada!

†††

Eran las 10 de la mañana cuando Ulises (el nombre fue cambiado adrede) decidió pasar a comprar unas cervezas en el camino, venía en compañía de un tío. Salieron ambos a comprar fertilizante para la parcela, la segunda parada obviamente fue otra tienda, más o menos a las 11:19 horas, “¡lo recuerdo porque es la hora en que salgo para la casa de mi mamá para llevarle comida, ve!”. Me comentó una tendera cuando tuve que regresar para investigar acerca de estos hechos. No me competía hacerlo, pero dado que estuve presente ese día, me era más fácil indagar y preguntar las circunstancias que originaron al desenlace trágico. Eso era una investigación propiamente, pero el material de investigación no existía, no había personas que se atrevieran a comentar lo sucedido, y, simplemente referirles el tema de las preguntas provocaba que cambiaran su personalidad alegre y amable que distingue a los habitantes de la mixteca, por el del tono de voz cortante y “actitud evasiva” -estas dos palabras son constantes en el argot policial-. Caminé por la acera donde aquella vez nos detuvimos y presenciamos la barbarie. Ahí estaba la presidencia con sus tradicionales colores amarillos y marcos blancos que caracteriza a las casas coloniales, también observé el mismo parque y las mismas personas, quizás.

“Todo comenzó cuando la Señora T… vio a los dos hombres con aspecto de delincuentes, que se les hacían conocidas sus caras, que se parecían a los que se llevaron a la Lupe”, esto fue un comentario que me hizo el nevero cuando amigablemente toqué el tema de una manera indiferente, -este cambio de estrategia produjo resultados, solo era cuestión de atinarle a quién le gusta el chisme- pensé.

En pocas palabras se produjo un efecto dominó, de aquel primer absurdo comentario vino otro y después otro, para que enseguida se comenzará a disparar comentarios encendidos y violentos. Un policía municipal que venía caminando al ver qué los dos parientes tenían unas latas de cerveza abiertas solicito el auxilió y de inmediato los trasladaron a la presidencia. En esos breves momentos los comentarios ya habían dejado de serlo, se estaban convirtiendo en afirmaciones. La desaparición de “la Lupe” sembró tanto pánico en el Pueblo que esa era la oportunidad de que las mujeres volvieran a la normalidad. ¡Asesinos!, gritó una señora. Esta cadena de contagios -violencia era la enfermedad- se pasó de unos labios a otros, el terror se sintió como nunca en las principales calles.

†††

Sacar a dos personas de la cárcel municipal, ser juzgadas a gritos y la sentencia ser quemados vivos. Con que facilidad lo escribí, pero que difícil me resulta pronunciarlo. El virus que causó la pandemia, fue un simple comentario, el tiempo y las circunstancias hicieron al final su trabajo. Las emociones buenas o malas se transmiten y he aquí prueba de ello. Si tan solo la señora T… no hubiera dicho nada. Las palabras matan y más cuando se lleva la calumnia dentro. Después de esto he preferido ahorrar mis palabras cuando se plática de alguien o cuando me piden opinión o recomendación de alguno. Mi poca sinceridad podría desencadenar las llamas en algún momento…

 

“ES TODO LO QUE PUDE RECORDAR Y NO PORQUE TENGA POCA MEMORIA SINO PORQUE TENGO MUCHA VERGÜENZA”.

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