Imprudencia y responsabilidad en tiempos del Covid; podrían costarte o salvarte la vida
A pesar de la pérdida de su padre, Carolina tomó la decisión de no realizar ningún velorio, para no arriesgar a más personas.
Cuando el virus que provoca Covid-19 se esparció por el mundo nadie esperaba la catástrofe que ocasionó a casi un año de su aparición, pues una decisión errada puede llevarte al crematorio; sin embargo, en estos momentos son las propias personas quienes escriben su futuro.
LAS IMPRUDENCIAS Un día se entera que su tía, Genny Rosas, está internada en el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) lugar donde labora. Aún no sabe el porqué, pero decide comunicárselo a su papá, que es su hermano mayor y quien desde pequeño ha cuidado de sus otros seis hermanos y hermanas, a pesar de que dos de ellas son más grandes que él. En cuanto Norma Rosas toma la decisión de comunicárselo, un golpe de adrenalina sucumbe su cuerpo, porque sabe que su padre podría actuar visceralmente: y así fue. Paulo Rosas, de 53 años de edad, ahora fallecido, acudió al nosocomio a pesar de que era un foco de contagio de nivel alto. La mañana del 11 de noviembre del año pasado, Paulo convivió con Genny, quien resultó estar internada por una enfermedad autoinmune, -aquélla en donde el sistema inmunológico ataca las células ‘buenas’ por error-, al menos dos horas, que fueron suficientes para que se contagiase con Covid-19. Sin embargo, Genny no sabía que era un portador ya que no presentó síntomas; además, en el ISSSTE no le realizaron la prueba cuando ingresó. La familia Rosas Hernández estaría por vivir en carne propia lo que es padecer coronavirus. Cuando Paulo regresa del nosocomio después de hacerle la visita a su hermana, en su sistema ya lleva la cepa que pondría fin a su vida. Tras una semana de incubación, empieza a presentar los primeros síntomas: tos seca, pérdida de olfato y gusto, le preocupa y se ocupa. Acude a una sucursal de los Laboratorios Ruíz, él, su esposa, y sus tres hijos, dos varones, uno delgado y el otro con sobrepeso y la otra mujer, delgada. Todos a excepción de ella resultan positivos, “valió madre, no sé si fue por ir a ver a mi hermana o por qué”. A pesar de haber tomado las medidas de aislamiento, Paulo Rosas se agrava y acude de igual manera que su hermana Genny, -quien sigue internada-, al ISSSTE. Para este momento, Genny ya lleva una semana y media hospitalizada, y ahora sí le realizan la prueba para coronavirus: resultó positiva, de inmediato decide comunicárselo a sus dos hijos, uno de ellos fue quien la contagió. Bien dicen que las malas noticias son las que llegan primero, todos los hermanos Rosas son informados sobre el estado de salud de sus dos familiares. Uno se encuentra en vigilancia y la otra en la Unidad de Cuidados Intensivos. Al filo de la preocupación, la familia Rosas Hernández se mantiene aún en confinamiento por haber sido positivos. Sin embargo, uno de los hijos, Santiago Rosas diariamente acude al ISSSTE, a pesar de estar contagiado, para saber el estado de salud de su padre. ¿Impudencia o preocupación? Para el día 19 de noviembre empeora. Genny Rosas fue dada de alta el 20 de noviembre y con un negativo a coronavirus, aunque eso sí, con algunas secuelas como el cansancio y el vaivén de la molesta tos seca, “pinche tosecita no se me quita”. Como buena hermana, se mantiene al pendiente de las buenas nuevas -si es que hay- en el grupo de Whatsapp de su familia, donde Santiago Rosas informa diariamente. Días después, el 24 de noviembre, Paulo Rosas se comunica por videollamada con su esposa y sus tres hijos: “No quiero que me intuben, ahí me voy a morir. Ya no quiero vivir, se siente horrible todo esto, es como si muchos vidrios pasaran a través de tus pulmones y te cortara cada uno”.
DÍAS DE CAOS El día 28 de noviembre a las 14:07 horas suena el celular de Genny Rosas, es una notificación de su Whatsapp: “Presenta shock séptico. Leucocitos subieron a 29 mil, se cambia antibiótico enfocado a falla renal. Se ajustó al 100 por ciento el ventilador por presentar pérdida de presión arterial. Saturación de oxígeno de 94 por ciento”, rezaba el mensaje. En su interior, ella sabía que algo estaba mal, porque estaba informada de todo eso; la conciencia se la está carmomiendo. Una de sus hermanas le marca por teléfono y Genny solo responde por texto, “te llamo después”. No hubo un después. Al siguiente día, mientras su hermano Paulo Rosas se encontraba luchando por su vida con un tubo que le suministra oxígeno, Genny está en su cama y comienza con un cuadro de tos. Pasan los minutos y sigue la tos. Su hijo, Emiliano Fonseca, quien la contagió, estaba en la cocina y escucha que su madre tose cada vez más fuerte. Unos segundos de un silencio aterrador le cimbran el cuerpo. Sube a donde se encontraba su madre pero sólo se encuentra con su cuerpo inerte y del que provenía sangre de su boca: está muerta. Paulo Rosas presentó el choque séptico del mensaje el día 5 de diciembre y murió. Con siete días de diferencia los dos hermanos se fueron. Norma Rosas, hija del fallecido Paulo, continúa saliendo de su hogar sin ningún tipo de precaución a pesar de que su padre murió. Hace una llamada a uno de sus confidentes, su primo Arturo, y le reclama que su tía Genny fue la culpable de todo, aunque no le quita mérito a su padre. "La imprudencia de mi papá le costó la vida. Si él no hubiera ido a ver a su hermana estaría todavía con nosotros. Mi tía dijo que no sabía que estaba contagiada, pero para mí que sí sabía y no dijo nada, y por su culpa mi papá y ella están muertos". Actualmente, Norma se encuentra organizando una boda para su mejor amigo, quien se casará el 6 de marzo. A pesar de lo que ya sufrió su familia y su padre. “Ya le dio a toda mi familia y aunque extrañe mucho a mi padre, la vida sigue, eso me enseñó él”, se excusa. “Es lamentable y no hay palabras. Mi papá y mi tía son y fueron grandes, ellos fueron amigos, hermanos, primos y padres para todos nosotros. No conocí a dos personas iguales en mi vida. No lo merecían”, decía un último mensaje de Whatsapp de Santiago Rosas para su familia.
EL ADIÓS DE UN AMIGO FUE EL HOLA DEL BICHO Luego de 55 años de amistad, Pedro Esteban Nájera, o como le conocían “Don Pedro”, y Juan Manuel Sotelo tenían un vínculo especial, ese que va más allá de ser cuates y se vuelve amor de hermanos sin llevar el mismo ADN, mismo que causó la muerte de ambos: uno por un paro cardíaco y el otro “por el maldito virus del murciélago”, como le decía Don Pedro antes de fallecer. Don Pedro, un señor de 71 años de edad recibió la noticia que su hermano del alma “estaba malo de salud”. A sus 69 años, Juan Manuel Sotelo se encontraba en el Hospital General de Cholula por hipertensión arterial sistémica que, según el médico que lo atendió, es diagnosticada por herencia, falta de ejercicio y obesidad, cosa que él tenía. Cual Sancho Panza, inseparable de Don Quijote en sus aventuras y desgracias, Don Pedro acudió al nosocomio para visitar a su compañero, pero ese 29 de diciembre sería el inicio de su fin. El Hospital General de Cholula es foco rojo de contagios de coronavirus. Para el 3 de enero, Juan Manuel pasaría a la “Tierra prometida”, donde se acababa el sufrimiento, pero dejaba a su fiel compañero sin saber que próximamente lo acompañaría. En el velorio al cual Don Pedro asistió, probablemente había un asistente que era portador “del bicho”. Días después presentó síntomas y para su edad ya avanzada, era algo preocupante. Tenía ya dos problemas con los cuales lidiar, su duelo y el Covid-19. Su hija, Carolina Nájera, trabajadora de la Fiscalía General del Estado (FGE), y su yerno, Mauricio García, médico del Hospital General de Cholula, tomaron cartas en el asunto para realizarle la prueba de PCR: positivo. Entre el llanto, la desesperación, la angustia y los pelos de punta, tanto Carolina como sus dos hijos, una de 15 y el otro de 11 años, rezaban para que saliese del peligro. Mauricio decía que para su edad “la verdad es difícil, pero esperemos que pueda salir de eso. Tienes que comprender que ya es alguien de edad mayor y algo así le puede costar la vida”. “A ese estúpido velorio nunca debió ir. Pero es que es bien necio y no hizo caso cuando le dije que no fuera, y por tanto amor a su amigo, ahora puede que lo alcance”, decía Carolina mientras abrazaba a su hija quien lloraba desconsoladamente. Como si las palabras de Carolina fueran una profecía, Don Pedro, el padre, abuelo y suegro, murió el día 15 de enero en una cama del Hospital General de Cholula.
RESPONSABILIDAD SOCIAL Y FAMILIAR A pesar de la pérdida de su padre, Carolina tomó la decisión de no realizar ningún velorio, ni mucho menos algún acto de despedida hacia el hombre que le enseñó el valor de la vida, amor, respeto y responsabilidad. Y como buena aprendiz, siguió las enseñanzas de Don Pedro, (al menos en ese aspecto). Se abstuvo de recoger las cenizas de su padre, de reunir personas “que le querían”, porque “a mí me importan mis dos hijos, y no quisiera que me pasara a mí lo que le pasó a él, no me puedo despedir de él en persona. Espero que lo entienda”. Carolina mantiene la responsabilidad con su familia y con la sociedad, ya que después de enterarse que su padre padeció Covid-19, ella y su esposo se realizaron la prueba para descartar alguna anomalía, misma que salió negativa. Eso en parte fue un respiro para su alma, pues no había riesgo alguno de que pudiera infectar a sus hijos y a cualquier persona en su entorno, ya sea familiar o laboral. “Yo le dije a mi esposo que no podía recoger a mi padre, no porque no quisiera, sino porque era correr un riesgo innecesario. Puede sonar inhumano pero ya habrá tiempo de despedirnos él y yo, y por supuesto sus nietos, que tanto lo extrañan y le lloran”. “Mi hija sigue desconsolada, aún no lo puede creer. Estaba tan apegada a él que fue muy duro y difícil. Era su abuelito”. Carolina está desconsolada y en momento se pierde durante la conversación; divaga buscando respuesta alguna con la intención de no quebrarse al recordar a su padre. |