Memorias del crimen: La carnicería de San Miguel

Un corazón devorado por un reo y hasta canibalismo, parte de la historia de Jorge Pellegrini en el penal poblano

Memorias del crimen: La carnicería de San Miguel
Memorias del crimen: La carnicería de San Miguel

Tuvieron que pasar casi 30 años para que Jorge Pellegrini Poucel volviera al lugar donde ocurrió la masacre. Las historias sobre lo sucedido durante ese motín en el penal de San Miguel son diversas, pero igual de escalofriantes.

Y no fue lo único. Tal vez como capitán de la hoy extinta Policía Federal de Caminos, Jorge se vio obligado a pensar como lo hacen los delincuentes para anticiparse a ellos. Quizá, esa placa cubría apenas al verdadero Jorge, un sanguinario capaz de matar a soldados o, según se dice, comerse el corazón de un enemigo.

A principios de marzo de 2017, los sucios pasillos del penal de San Miguel lo vieron volver, con toda una vida encerrado encima, porque los años dentro del bote no pesan lo mismo que estando libre.

Y no estuvo en cualquier lado, en el penal de Almoloya se codeó, ni más ni menos, que con Raúl Salinas de Gortari, Osiel Cárdenas Guillén, El Mochaorejas o Mario Aburto, el asesino de Luis Donaldo Colosio.

El Mongol

Dar una versión exacta de lo que pasó aquél día es complicado, lo único seguro es que Alejandro Miguel Morales Enríquez, El Mongol, ya no existe, no quedó ni rastro de él. No era un recluso más, tenía el control del penal, con todo lo que ello significa, el decidir qué se vende y compra, quién puede recibir visitas o ser parte de las mochadas.

Todo eso, como es sabido, genera envidias, por así decirlo. Pero El Mongol era muy fuerte y Jorge Pelligrini iba a necesitar ayuda para hacerse del mando del penal; la encontró en el multihomicida Florentino Fajardo. Sólo entre dos pudieron hacer frente a este miembro de Los Pitufos, sentenciado por violación y homicidio.

La ocasión perfecta fue un motín en el dormitorio F, ese revoltijo entre custodios y presos les dio valor para chingarse al mero mero. Algunos dijeron que Fajardo le arrancó el corazón al Mongol y que el cadáver destazado terminó en las alcantarillas, los basureros y, peor aún, en las ollas de la comida.

Hay quienes dicen que la carne humana tiene un sabor similar a la de pollo, otros que a la de cerdo pero un poco más fuerte, y unos más que a ternera, quizá eso lo sepan bien en el penal de San Miguel.

La cabeza de Alejandro Miguel nunca apareció, pero varias partes del cuerpo se enterraron en el dormitorio que ocupaba Pellegrini Poucel y fueron sacadas poco a poco del penal. ¿Y el corazón? Ese no tuvo un mejor fin, Pellegrini lo habría devorado ante la mirada aterrorizada de varios presos.

La barbarie no pasó inadvertida. Pellegrini Poucel ya no tenía cabida en San Miguel y fue enviado al penal de El Altiplano, en Almoloya de Juárez, Estado de México. Allí debía cumplir su condena no por este crimen, sino por el anterior, igual de atroz. 

Los militares

Era la madrugada del 19 de enero del 1985, puede que ese día el excapitán Jorge Pellegrini haya probado la sangre por primera vez. Y le gustó.

El viernes 18 Pellegrini Poucel, su madrina El Torcho, el médico Arturo Shields, el subteniente Marcos Moreno de la Policía Estatal (hijo del entonces director de esa corporación), el sargento de la Federal de Caminos, Luis Jacobo González, y los policías estatales Fernando Ceregido y José Luis Robles, montaron un operativo de la campaña antialcohólica en inmediaciones de Atlixco.

Alrededor de las 4 horas del sábado, El Torcho marcó el alto a un Valiant donde viajaban el teniente Gerardo Enrique Sánchez y los subtenientes Roberto Sánchez, Sergio Erives y Ángel Castillo, enviados a cumplir una comisión a San Lucas Colocan.

Pero los militares habían pasado la noche en algún bar de Atlixco, emborrachándose. Cuando El Torcho les marcó el alto, uno de ellos llevó su mano a sus ropas, no se supo si para sacar la identificación o desenfundar una pistola, pero El Torcho no quiso adivinar y disparó dos veces al militar; los impactos dieron en pecho y hombro.

Los otros tres fueron golpeados por los policías, pero uno alcanzó a identificarse; Pellegrini y El Torcho planearon desaparecerlos. Idearon llevar el Valiant hasta las Cumbres de Acutzingo. Le inyectaron una solución de cloruro de potasio que según el médico del grupo les causaría un infarto a los cuatro militares, pero dos no murieron y tuvieron que estrangularlos.

Después rociaron el carro con gasolina y lo lanzaron a un despeñadero de 100 metros, para quedar calcinados. Se dijo que se había tratado de un accidente, pero la necropsia reveló que uno había sido baleado.

Además, dos días después unas fotografías llegaron a la 25 Zona Militar; en ellas se veía a los castrenses recibiendo una golpiza y además se apreciaba la unidad oficial.

Cuando los militares entrevistaron a los policías Fernando Ceregido y José Luis Robles, confesaron. Horas después fueron detenidos sus cómplices, excepto El Torcho, quien escapó desde el primer momento, así como Marcos Moreno, que se entregó días después; el sargento Luis Jacobo González también huyó.

Pellegrini cayó y fue enviado a San Miguel. Así, 32 años después, volvió a San Miguel, ahora para purgar pena por la muerte de El Mongol.

 

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El Matataxista