En lo que va de 2025, ocho policías poblanos —siete hombres y una mujer— han perdido la vida en cumplimiento de su deber. Sus muertes, ocurridas en distintos municipios del estado, reflejan el riesgo constante que enfrentan quienes portan el uniforme para proteger a la ciudadanía. Cada nombre representa una historia, una familia que espera justicia y una herida más en el cuerpo de las corporaciones policiales de Puebla. El primero fue Juan Carlos, elemento de la Policía Municipal de Santa María Coronango, asesinado el 9 de enero durante un operativo. Ese día resguardaba una vivienda cuando fue atacado con armas de fuego. Murió en el lugar. Su agresor fue abatido, pero la pérdida marcó el inicio de un año especialmente violento para la corporación.
El 18 de mayo, dos agentes de la Policía Estatal fueron asesinados en Amozoc, en los límites con el Parque Industrial Chachapa. Los oficiales custodiaban un inmueble asegurado cuando hombres armados los emboscaron y dispararon sin tregua. Ambos murieron cumpliendo con su labor. Meses después, el 15 de septiembre, en Tepeaca, un ataque armado cobró la vida de Nicolás N., policía municipal, mientras realizaba un patrullaje. En el mismo hecho, una mujer policía resultó herida. El 12 de octubre, en Chinantla, el oficial Eufronio N. murió durante una intervención en un jaripeo. La violencia estalló en medio de la festividad y el agente perdió la vida en el cumplimiento de su deber, intentando mantener el orden. Pero el hecho más cruento se registró el 2 de noviembre en San Salvador Huixcolotla, donde una emboscada acabó con la vida de tres policías municipales: la comandanta Yusami Monterrosas Apolinar, y los oficiales Roberto Pérez Trinidad y Arturo Jiménez Ortigoza. La patrulla en la que viajaban fue atacada por dos camionetas con hombres armados que dispararon más de 150 balas. Días después, sus compañeros renunciaron al cargo, incapaces de continuar ante el miedo y el dolor. Te puede interesar: Ola de violencia deja al menos ocho personas asesinadas en una semana en Puebla
Ocho vidas se han apagado en los primeros diez meses del año. Siete hombres y una mujer que murieron trabajando, defendiendo a sus comunidades. Sus muertes no son solo cifras: son historias truncadas, familias enlutadas y corporaciones policiales que siguen enfrentando la violencia con recursos limitados y un riesgo creciente. Mientras los nombres de Juan Carlos, Nicolás, Eufronio, Yusami, Roberto y Arturo se suman a la lista de policías caídos en Puebla, las autoridades prometen justicia. Pero en los hogares que dejaron atrás, el eco de las sirenas y los homenajes no alcanzan a llenar el silencio de su ausencia.
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