La violencia económica: una violencia poco reconocida 

Las mujeres son el grupo más vulnerable en este tipo de violencia y el gobierno hace poco por combatir esta violencia.  

La violencia económica: una violencia poco reconocida 
David Ruiz La violencia económica: una violencia poco reconocida 

La vecindad Podcast

Memorias del Crimen

Un día, mientras manejaba su auto, Vanessa escuchó en la radio unos spots que hablaban sobre violencia económica. Mencionaban algunos ejemplos. “Pedirte cuentas de cómo gastas todo el dinero es violencia económica…” 

De inmediato, ella vinculó ese ejemplo con su vida. “Cuando lo escuché me hizo click, y dije ‘a poco eso es violencia, porque a mí me pasa todo el tiempo con él’ (su exesposo)”. 

Vanessa vivió siete años con su exesposo. La violencia económica siempre estuvo presente, de diversas formas, y fue un parteaguas para que aparecieran otro tipo de violencias, como la psicológica o la física. 

Han pasado seis años desde su separación, y un año desde su divorcio, pero la violencia económica por parte del padre de sus dos hijos continúa.  

Aunque este tipo de violencia puede ser evidente, reconocerlo y erradicarlo es complicado, pues no hay mucho margen de acción; las personas pueden ser conscientes de que enfrentan esta violencia, pero no accionan o no ponen límites porque económicamente son dependientes de la persona violentadora o porque se impone algún factor afectivo o cultural. 

El marco legal mexicano tampoco ayuda, los mecanismos para garantizar que en formas mayores esta violencia se detenga son pocos, y los que existen presentan múltiples irregularidades.  

Uno de los grupos poblacionales más afectados por la violencia económica son las mujeres. En México, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), casi la mitad de las mujeres (47 por ciento) han sufrido violencia económica en algún momento de su vida.  

Sin embargo, ese porcentaje podría ser mayor debido a las mujeres que no se reconocen como víctimas de este tipo de violencia, especialmente porque no la han identificado como tal, pero también porque prefieren ignorarlo ante las pocas opciones que tienen para accionar.  

La violencia económica está tan normalizada que no existen otros datos para los demás grupos vulnerables como personas con discapacidad o de la tercera edad.  

Hablar de violencia económica también incluye otro tipo de prácticas como la explotación laboral o la falta de recursos para la vivienda.  

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La violencia económica está conectada con otras violencias 

Vanessa no sabía cuánto ganaba ni cómo gastaba su dinero su exesposo. “Yo pensaba si es su trabajo es su sueldo, él puede decidir cómo usarlo”.  

Sin embargo, él no pensaba igual, e insistía en conocer cuánto ganaba ella y en que ese dinero se viera reflejado en el pago de servicios o insumos. 

Vanessa dejó de trabajar, tuvo algunas oportunidades laborales pero siempre era obligada a desistir porque su exmarido tenía celos o porque simplemente le prohibía trabajar. Cada vez tuvo menos acceso al dinero y más dependencia económica de él.  

Cuando dejó de trabajar y se dedicó únicamente a la crianza de sus hijos y a las labores del hogar, su exesposo fue más incisivo con la rendición de cuentas.  

Pedía cuentas exactas de cuánto se necesitaba para pagar la luz, el gas, para comprar comida. Incluso en ocasiones exigía la nota o el ticket de la compra. Pese a que estuviera justificado el gasto, si en sus ahorros faltaba dinero —aunque fueran 50 pesos— se molestaba y reclamaba la reposición del efectivo. 

La violencia económica creció. Cuando su voluntad no era cumplida era más estricto y restrictivo con el dinero. En algún momento dejó de darle dinero a Vanessa, incluso él hacía las compras para la comida. 

Limitó incluso la comunicación de Vanessa con el exterior, le rompió un celular con el argumento de que era suyo porque él lo había pagado y canceló el servicio de internet en la casa. No era por falta de recursos, sino porque quería tenerla condicionada.  

“Quería demostrar que él ahí mandaba. Yo no tenía ni cinco pesos, ni dos, nada, no tenía ni para comprarme un chicle o cualquier otra cosa”, cuenta Vanessa.   

La violencia económica es una forma de violencia en la que se afecta la supervivencia económica de las personas a través de limitar o controlar los ingresos o las percepciones económicas, explica la directora del Centro de Análisis, Formación e Iniciativa Social A.C. (Cafis) Natali Hernández.  

Pero este tipo de violencia no sólo se presenta en estos actos, también en aquellos procesos en los que se combinan fuerzas para organizar cuerpos, territorios o entendimientos en favor de algunas personas y en detrimento de una mayoría creciente. 

“La violencia económica es ese conjunto de fuerzas que permiten organizar las actividades económicas a favor de un segmento, en detrimento de una mayoría creciente; habría que entenderla como una mezcla de procesos y prácticas que permiten que la riqueza social, expresada tanto en objetos como en dinero, se concentre en un segmento muy pequeño de la población en detrimento de amplias mayorías”, apunta el investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, Daniel Inclán. 

La sociedad está organizada bajo dos grandes pilares, dice el especialista: la concentración de la ganancia y el control del ejercicio del poder. Una sociedad que está organizada para que se acumule sin cesar el capital, el valor de la riqueza social, también es una sociedad que necesita el ejercicio concentrado del poder. 

“La concentración del poder provoca que haya reiteradas y prolongadamente violencias económicas de distinta naturaleza”, asegura Inclán Solís. 

Los grupos que violentan y que son violentados con este tipo de violencia son diversos, asevera Daniel Inclán. Casi toda la población participa como persona violentada o violentadora, menos ese uno por ciento de la población mundial que concentra la riqueza global.    

El problema es estructural y las víctimas son múltiples, casi la mayoría de la población. No obstante, entre más desventajas estructurales enfrente una persona mayor será la violencia económica que padezca.   

Las corporaciones transnacionales, las élites económicas, las familias políticas son quienes mayor ejercen violencia económica. 

Y quienes más la resienten son las mujeres, las personas con discapacidad, de la tercera edad, afrodescendientes, indígenas, jóvenes; pues además de enfrentar la violencia económica general tienen que enfrentar otras particulares, como las de sus familias, parejas, padres, hijos. 

Esos sectores, dice Natali Hernández, están más expuestos a la violencia económica porque la estructura social no les permite desarrollarse de manera adecuada en los ámbitos educativo, profesional, personal, social; por las actividades que les impone —a partir de los convencionales roles de género, por ejemplo—, por la falta de empleo o de educación por sus condiciones físicas, raciales, sociales, entre otras. 

“Tienen menos acceso a espacios laborales en condiciones dignas para estudiar y eso va mermando su desarrollo y de alguna manera los expone a más formas de violencia económica”, señala Hernández.  

 La violencia económica no se reconoce 

Para Daniel Inclán la violencia económica es evidente, casi cualquier ciudadano o ciudadana la puede sentir “a flor de piel”. No se esconde, se ejerce de manera descarada. 

Y las personas pueden ser conscientes de ello, de las desigualdades económicas que enfrentan, pero en pocos casos lo reconocen como una violencia, debido a que toda la vida les han dicho que esas diferencias son normales. 

“Si tú hablas con cualquier persona, incluido tú y yo, podemos saber que nos explotan, que nos auto explotamos o que estamos en una condición en la que lo que hacemos no corresponde con lo que recibimos”  

“Yo creo que la gente, desde la que tiene trabajo formal, trabajos informales o precarizados, es consciente de que esto es muy desigual, de que hay un conjunto de personas que acumulan la riqueza y otras que están atendiendo esta pirámide”, expone el especialista. 

Las violencias en el mundo contemporáneo, dice Inclán Solís, están hechas para que no se reconozcan de manera rápida y oportuna.  

Sólo se reconocen o se habla de estas cuando los sectores más afectados impugnan estos actos; por ejemplo, cuando las mujeres reclaman la visibilizarían y erradicación de acciones como piropos o miradas lascivas, que, aunque un porcentaje de la población las considera como algo normal, son violencia de género. 

Todo el tiempo diversos sectores reclaman condiciones socioeconómicas más justas, que no beneficien sólo a las élites económicas; y el reclamo se expande por la población, pero hay otro inconveniente. 

La estructura social está diseñada para que la gente sueñe con estar del otro lado, con tener ventajas económicas y de poder sobre los demás, y no con acabar con esas claras dinámicas de violencia económica. 

“La violencia económica está a flor de piel, solo que hay un mecanismo que hace de anestesia social para no reconocerla, para aceptarla parcialmente o por completo, esperando cambiar la posición, y entonces convertirse en los ejecutores de este tipo de violencia”. 

De esta manera, las personas aprovecharán cualquier ventaja que les otorgue la estructura social para obtener beneficios propios, sin importarles que estén ejerciendo violencia económica. 

Por ejemplo, aprovechando los convencionales roles de género, un hombre tomará el ejercicio del poder en el hogar argumentando que él consigue los ingresos económicos; limitará y administrará estos —y hasta los de su pareja— para que la familia funcione según su conveniencia. 

Además, menciona Natali Hernández, en estas dinámicas se suelen imponer factores afectivos y culturales. 

Por ejemplo, muchas mujeres administran sus ingresos bajo la idea colectiva de que deben hacer todo lo posible para que la familia esté bien, aún si es a costa del bienestar propio; así gastarán su dinero en cosas que beneficien a su familia antes que a ellas. 

También se suele pensar que los los menores de edad y los adultos mayores no tienen las habilidades suficientes para administrar su dinero, por lo cual los familiares más cercanos se los retiran para  administrarlo ellos; así le retirarán a los primeros el dinero obtenido por una beca o por un trabajo; y a los segundos pensiones, ingresos laborales e incluso los despojaran de inmuebles, herencias sin su absoluto consentimiento.  

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No hay muchas opciones 

Dejar de vivir con la persona que ejerce violencia económica no significa el fin de esta última. Este tipo de violencia puede continuar de otras formas; cuando trasciende a estos niveles se vuelve más difícil erradicarla, pues no hay un marco legal suficiente que proteja a las víctimas.   

Cuando Vanessa se separó de su exesposo, este último dejó atrás sus responsabilidades de padre; no porque no pudiera cumplirlas, sino porque buscaba mantener el control sobre ella. 

Dejó de pagar los gastos de la casa, únicamente le daba a Vanessa 500 pesos para comprar comida; pero eso no alcanzaba, faltaba más dinero para pagar los servicios, la despensa. Ella no tenía trabajo, así que tuvo que apretar ese dinero; en esa época, cuenta, ella y sus hijos bajaron de peso por no alimentarse de la misma forma que antes. 

Cuando Vanessa lo demandó, él se vio obligado a dar más dinero, pero seguía siendo insuficiente; mil 500 al mes para la manutención de sus hijos. Actualmente la situación no es muy diferente, la cantidad depositada al mes apenas subió a dos mil pesos. 

Vanessa ha acudido a los juzgados a que le den una respuesta, a reclamar que dos mil pesos mensuales no es una cantidad que alcance para solventar los gastos económicos de sus hijos. 

Pero solo ha recibido la risible respuesta de que las autoridades no pueden hacer nada, pues hasta que los padres entreguen al mes 50 pesos se libran de los procesos judiciales, según le contaron en una de sus visitas. 

Las opciones para librarse de la violencia económica son pocas, casi inexistentes.  

En un sentido general, refiere Daniel Inclán, es imposible, pues para acabar con la violencia económica estructural la única opción sería salir del actual sistema económico, pues no hay manera ni de suavizarlo, es abandonarlo o continuar con esas dinámicas de violencia. 

En un plano más poblacional, apunta Natali Hernández, las opciones también son pocas; pero destaca la educación financiera, la erradicación de los roles de género y el empoderamiento económico 

Como todas las otras formas de violencia, la violencia económica se instaura en estructuras muy complejas y su erradicación es una aspiración, expone Hernández, “pero creo que prevenir es muy importante promover el tema de hablar de los ingresos en todos los espacios, de hablar de que se hacen con esos ingresos, de dejar de normalizar los roles de género” 

Asimismo, “desligarse de las formas con las que las mujeres u otros sectores tiene comportarse como la sociedad lo espera, porque todo esto contribuye también al tema de la desigualdad económica, y reconocer los distintos espacios en los que se aporta trabajo y que no es remunerado como el trabajo de cuidados”.