En la Sierra Norte de Puebla, la urgencia varía según el lugar: en la cabecera municipal de Pahuatlán, la gente exige el restablecimiento urgente de las carreteras, pero en Xochimilco, una comunidad a 22 minutos de distancia, la prioridad es recuperar el hogar que perdieron.

Han pasado ya tres semanas desde el desastre y en los rostros de quienes aún resisten en Pahuatlán se dibuja una mezcla de agotamiento y desconfianza. Tal es el caso de Xochimilco, la comunidad otomí donde la gente ya no pregunta por ayuda ni agradece a Dios por mantenerlos con vida como sucedía en Huauchinango

Su gente, la mayoría artesanos y artesanas que se dedican a la chaquira, apenas observa con resignación cada vehículo que entra al pueblo y cada cámara que hace clic sin ofrecer consuelo. 

“Nomás vienen a tomar fotos”, murmuran algunos con voz áspera, entre la rabia y la tristeza que ya ni siquiera disimulan.

La fe en las promesas se ha ido deslavando como el lodo en los muros: quedan la incredulidad, el cansancio y esa mirada larga de quien ha visto pasar a muchos, pero ha sentido la mano de pocos. 

En la comunidad de Xochimilco la prioridad es recuperar el hogar que perdieron.
En la comunidad de Xochimilco la prioridad es recuperar el hogar que perdieron.

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El agua arrasó también con la calma de la gente 

El olor a humedad aún se mezcla con el silencio que deja la tragedia. En Tatame, una comunidad otomí en la zona de Xochimilco, Pahuatlán, el agua no solo se llevó casas y pertenencias: arrasó también la calma de su gente.

Ofirio, de 42 años de edad, aún no entiende cómo en cuestión de segundos su familia perdió lo que construyó durante toda una vida. 

“El agua venía como arroyo, la corriente fue tan fuerte que tiró una casa completa. No sacamos nada de pertenencias. Todos logramos salir, pero perdimos todo lo material, años de trabajo”, dice con la voz entrecortada.

La  pérdida no es ajena, el trabajo acumulado en años se perdió entre el agua y los escombros. Un derrumbe acabó con su patrimonio, terrenos heredados que ahora no existen, y también con su esperanza, pues a tres semanas de lo sucedido no hay respuesta clara de las autoridades.

“Se fue todo el terreno donde estábamos, no nada más es la parte de la casa. No tenemos cómo levantarnos, es un patrimonio que heredamos. Únicamente nos han llegado despensas y, sí, damos gracias… pero ahora sí que cada quien necesita privacidad, un dónde vivir”

Se interrumpen una y otra vez las mujeres de la familia Valerio Feliciano por la necesidad de ser escuchadas.

Después de varios minutos de tensión, en los que cada que pasábamos nos lanzaban miradas hostiles, cuchicheaban en su lengua nativa y se encerraban en un mutismo absoluto, el señor Chochimilco finalmente nos invita a pasar a su casa.

La familia Chochimilco al principio se muestra hostilidad y con cierto recelo.
La familia Chochimilco al principio se muestra hostilidad y con cierto recelo.

“Mucha gente llega aquí y nada más pasan para abajo y regresan y no preguntan nada, qué tenemos, qué pasó en nuestra casa, no preguntan nada. Por eso me enojo, hasta el Presidente (Municipal) un día llegó, sólo pasó donde llegó el agua y ni preguntó nada, solo dijo: ‘No se preocupen, todo va a estar bien’.

Desesperadamente, el señor Chochimilco busca convencernos de que su casa es inhabitable y que necesitan ser reubicados: muestra una a una las cuarteaduras que no son tan evidentes hasta que nos asomamos a su ventana que colinda con la casa que se vino abajo.

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Desde ahí, se ve el precipicio, pero los de la Secretaría del Bienestar del Gobierno federal les dijeron que tenían que esperar a que los de Protección Civil realizaran un dictamen y que les daría preferencia a los de “alto riesgo”. De eso, ya van tres semanas y la familia Chochimilco con sus 10 integrantes siguen esperando ayuda.

El señor Chochimilco muestra las cuarteaduras que se hicieron en su casa.
El señor Chochimilco muestra las cuarteaduras que se hicieron en su casa.

La comunidad cuida Xochimilco con machete en mano

En el refugio improvisado por la misma comunidad 20 familias intentan sobrellevar el miedo y la incertidumbre. 

Dormir bajo un techo prestado es ahora su única certeza, la privacidad es inexistente para quienes ahí habitan, un privilegio que les fue arrebatado por la tormenta y que no saben cuándo regresará.

Mariano y tres vecinas más están pendientes en la bocacalle desde la llegada del equipo de El Popular, periodismo con causa, en algún momento el grupo se divide; unos quedan calle abajo y otros caminan la pendiente cuesta arriba para ir hacia unas casas más afectadas. 

En todo ese tiempo Mariano, machete en mano vigila a la comitiva de periodistas, llama por teléfono a una mujer, le habla en otomí. La única palabra que se alcanza a distinguir es: “periodistas”.

Mariano, con el machete en mano, cuenta cómo logró salir de su casa.
Mariano, con el machete en mano, cuenta cómo logró salir de su casa.

Diez metros arriba está María, una mujer que se ha encargado de organizar el albergue adaptado en un salón social donde habitan 40 personas.

María se muestra renuente incluso molesta con la llegada de las y los periodistas; se le explica la naturaleza de la visita, mientras, junto con Mariano, una veintena de personas empiezan a hacer un círculo alrededor.

Finalmente, se tranquilizan, pero quieren que se les ayude para que el Gobierno, de una vez por todas, haga algo por ellos.

"Vienen del Gobierno, sacan fotos, pero nadie nos dice si nos van a ayudar con nuestra casa”, comenta Mariano, el hombre de unos 50 años que, con el machete en mano, cuenta cómo logró salir de su casa cuando empezaba a llover. 

Mariano dice que tardó 25 años en terminar de construir su casa; no logró sacar nada, todo se lo llevó el agua y el lodo.

Mariano, con el machete en mano, cuenta cómo logró salir de su casa.
Mariano, con el machete en mano, cuenta cómo logró salir de su casa.

También está Martina, de unos 35 o 40 años de edad. Su rostro muestra preocupación y zozobra. Tiene la esperanza de que la comitiva de El Popular pueda de una vez por todas ayudarles. No se quieren ir, sólo quieren que el Gobierno meta máquinas para reconstruir sus casas.

El sol cae a plomo en esa pequeña casa, sin embargo, su casa luce oscura, donde había una ventana hoy hay una montonera de piedras que impide la luz del sol. Aún se siente húmedo y frío. El sello de la Secretaría de Bienestar que recién le han colocado no parece darle certeza alguna de lo que pasará con su vivienda y su terreno. 

“Muchos necesitamos ayuda… Pero preocupa que no llegue a quienes realmente la necesitan”

Cuenta un habitante que el enojo lo denota en cada palabra que expresa.

Pobladores sólo quieren que el Gobierno meta máquinas para reconstruir sus casas.
Pobladores sólo quieren que el Gobierno meta máquinas para reconstruir sus casas.

Los relatos se repiten una y otra vez entre enojo, desesperanza y cansancio. También hay tristeza y mucha impotencia… Familias productoras de chaquira que ahora no tienen cómo vender, caminos de terracería destruidos por la lluvia y una sensación de abandono que duele más que la pérdida material.

“Salimos a tiempo, pero el agua fue devastadora. Tenemos miedo… una vida entera aquí, y nos lo quitó todo. No hay dinero para movernos, y los terrenos ahora son un riesgo”

Dice Pablo Alfonso, quien vive ahora en una pequeña casa al borde del precipicio. 

Una mujer otomí sostuvo en brazos a su bebé de seis meses para salvaguardarse de la tragedia. Con los ojos fijos en lo que antes fue su casa, cuenta que solo pudo salir por la puerta trasera. 

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Los cerros se rompieron, las rocas cubrieron viviendas enteras. Entre el lodo quedan aquellos juguetes con los que jugaban los más pequeños y pertenencias que jamás se podrán recuperar.

Hoy, el futuro de Xochimilco es incierto. Pero entre tanto dolor, permanece la fuerza de una comunidad que resiste, que se organiza ella misma y que recuerda. Porque Xochimilco y sus alrededores piden no ser olvidados. Porque el agua se llevó todo, incluida la esperanza. 

El futuro de la comunidad de Xochimilco, en Pahuatán, es incierto.
El futuro de la comunidad de Xochimilco, en Pahuatán, es incierto.