Afganistán y su guerra: algunas películas para entender su historia

Los rebeldes extremistas del Islam que ahora han tomado Afganistán alguna vez fueron presentados en el cine como los buenos de la película para Occidente.

El Talibán ha tomado el control de Afganistan. Las redes están inundadas de imágenes impactantes del caos casi apocalíptico en Kabul, capital del país. 

Las invasiones y revueltas internas que caen sobre el pueblo de Afganistán son antiguas y han sido abordadas  en varias historias de todas las pantallas, como en aquella ocasión en que Rambo peleaba al lado de los muyahidines, hasta las películas más recientes que han expuesto, desde diversas narrativas, la invasión del 2001 y sus consecuencias.

Los rebeldes extremistas del Islam en Afganistán alguna vez fueron presentados en el cine como los buenos de la película para Occidente.

Cualquiera que creció en los ochenta a la sombra de la “Doctrina Reagan” puede recordarlo. Eran otras épocas, en las que la Guerra Fría motivaba a los Estados Unidos a promover, financiar y hasta entrenar a las milicias muyahidines afganas en su lucha contra la expansión militar e ideológica de su rival, la comunista Unión Soviética. 

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Los predecesores del movimiento Talibán estuvieron acusados de crímenes de guerra y atentados contra los derechos humanos, en su lucha por llegar al poder. Pero en las ficciones norteamericanas que nos llegaban por entonce como unos románticos luchadores y patriotas y se dejaba de lado su lado conflictivo de religiosos fundamentalistas, capaces de apedrear mujeres o homosexuales por ir contra la supuesta ley de Dios.

En Rambo III (Peter McDonald, 1988), por ejemplo, no se hace una sola alusión al interés de restaurar la ley islámica. La trama se sitúa en 1988, cuando John Rambo (Sylvester Stallone) llega hasta Afganistán para rescatar a su amigo, el coronel Trautman (Richard Crenna) que ha sido tomado prisionero por los soviéticos.


La cinta británica La Bestia de la guerra(1988) nos muestra a Konstantin Koverchenko (Jason Patric) como un soldado ruso que acaba seducido por las costumbres y la ética que cree ver en los hombres del desierto. A mitad de su campaña de invasión, en la que es testigo de los abusos soviéticos, deciden desertar y unirse a los muyahidines. Con su ayuda, logran capturar el tanque y apresar a su comandante. Pero al ver la crueldad con la que los extremistas ajustician a su antiguo jefe, decide desertar de los muyahidines y emprender el retorno a casa.


Para entender el fenómeno del financiamiento de Estados Unidos a los extremistas afganos en los años ochenta se puede ver la película "Juego de Poder" (2007), de Mike Nichols. Ahí Tom Hanks interpreta a un político estadounidense responsable establecer el programa de apoyo y financiación a las milicias rebeldes afganas, con ayuda de un agente de la CIA. El presupuesto de apoyo con ellos se elevó de 5 millones a 500 millones de dólares en esas épocas. Solo al final, el personaje reflexiona acerca de qué será del país luego de ayudar a llegar al poder a extremistas de la religión.


Existen otras representaciones de Afganistán, más frecuentes desde que se inició la invasión de la OTAN a ese país a partir de Las Torres Gemelas y la guerra sin cuartel a Osama Bin Laden.

"Kandahar" (Mohsen Makhmalbaf, 2001), narra la odisea de una joven afgana afincada en Canadá que decide viajar a la ciudad titular con el fin de salvar a su hermana, que perdió ambas piernas tras pisar una mina antipersona y a causa de ello planea suicidarse. Estrenada tan solo unos meses antes de los atentados del 11-S, la película ofrece un retrato crudo de las condiciones de vida impuestas por el régimen talibán, y en el proceso se pregunta cómo puede llegar un sistema de creencias a convencerse a sí mismo de que es legítimo sumir a tanta gente en la miseria, denegándoles hasta los más simples placeres y comodidades.


Otro noble alegato en contra de las operaciones militares en Iraq y Afganistán impulsadas por la administración Bush sobre la base de premisas falsas, ocurre en "Leones por corderos" (Robert Redford, 2007) que combina escenas de batalla entre el ejército estadounidense y los talibanes con largas y discursivas conversaciones sobre la importancia del compromiso ideológico y la perversa lógica entre los políticos de Washington. Al final, el mensaje de la película parece decir que, aunque invadir esos países fue un error, abandonarlos después de haberlo hecho no es una opción, aunque permanecer en su territorio tampoco lo fue. 



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