Sábado 25 Octubre 2025

Hace 70 años, en una habitación blanca del hospital de la Cruz Roja en Hiroshima, dejó de latir la vida de Sadako Sasaki, una niña de 12 años que transformó una antigua tradición japonesa en una de las más poderosas leyendas contemporáneas sobre la esperanza y la paz.

Hoy, en un contexto mundial marcado por conflictos bélicos que ponen en riesgo a la niñez —como la ofensiva en Gaza entre Israel y Hamás, la invasión rusa a Ucrania y las guerras en Siria, Sudán, Yemen y Afganistán— su historia adquiere un nuevo sentido y nos recuerda el profundo dolor que deja la guerra.

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Sadako tenía apenas dos años cuando, el 6 de agosto de 1945, la bomba atómica “Little Boy” cayó sobre Hiroshima. Su casa estaba a poco más de un kilómetro del hipocentro, pero logró sobrevivir. Creció sana y risueña, hasta que una década después aparecieron los síntomas de lo que entonces llamaban “la enfermedad de la bomba”. El diagnóstico fue leucemia inducida por radiación.

Internada, comenzó a doblar orizuru, convencida de que, al completar mil grullas de papel, tal como indica una leyenda japonesa, podría cumplir su deseo: vivir. Cada pliegue era un gesto silencioso de resistencia. El tiempo y la enfermedad siguieron pasando, cuando ya no pudo mover las manos, utilizó agujas para seguir adelante.

Durante años se creyó que Sadako murió antes de completar las mil. Sin embargo, su hermano Masahiro Sasaki desmintió esa versión décadas más tarde en su libro Sadako Sasaki: el deseo contenido en las mil grullas. No solo alcanzó el millar: lo superó y cuando entendió que no sanaría, su deseo cambió: pidió paz para todos los niños del mundo.

Fabricaba grullas con cualquier trozo de papel disponible: envoltorios de medicina, etiquetas, folletos, hojas usadas. Lo importante era no detenerse.

Monumento a la Paz de los Niños en el Parque Conmemorativo de Hiroshima

Sadako murió el 25 de octubre de 1955, pero su historia no terminó con ella. Sus compañeros de escuela y su familia organizaron una campaña que culminó en 1958 con la inauguración del Monumento a la Paz de los Niños en el Parque Conmemorativo de Hiroshima. En la cima, una niña de bronce sostiene una grulla dorada.

Desde entonces, año con año, miles de grullas de papel provenientes de todos los rincones del mundo llegan hasta ese lugar, colocadas como una súplica colectiva de que nunca haya más víctimas de la guerra como aquella pequeña.