Credibilidad vs. Popularidad

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Había una vez en México un señor llamado Jacobo Zabludovsky que “salía en la tele". Jacobo tenía un noticiero en las noches que se transmitía a nivel nacional y era el referente de información —y hasta cierto punto de credibilidad— de lo que ocurría en nuestro país y en el mundo.

En aquellos años, por los 70s y 80s, todavía no existía TV Azteca ni Multimedios como lo conocemos ahora. La percepción de la realidad nacional la definían en buena medida el Grupo Televisa y los periódicos nacionales de la Ciudad de México. Jacobo no solo gozaba de credibilidad, sino también de popularidad, una combinación no muy común.

Con el tiempo Jacobo fue perdiendo ambas facultades, pero primeramente dejó ir la credibilidad. Otras voces fueron apareciendo con el tiempo aunque no necesariamente eran programas de noticias veraces del todo. Y su popularidad comenzó a ser compartida con otras figuras.

Hoy día el factor credibilidad en nuestros líderes y agentes de opinión es un valor escaso, ausente, y por ello en muchos casos muy preciado cuando se detecta. La popularidad parece irse imponiendo ahora como elemento de referencia para formarse una imagen y una percepción de lo que acontece cerca y lejos de donde vivimos. Y esto puede convertirse en un fenómeno peligroso (el "simpatizar" con alguien más que en la búsqueda de "creer" en alguien).

Debido a la presencia e influencia de las redes sociales, los medios de comunicación han pasado a un segundo plano de referencia en la actualidad. Las informaciones corren ahora de un grupo de Whatsapp a otro, de una página de Facebook a otra más.

Nos formamos una percepción —no necesariamente opinión— de las cosas con base en los escritos y videos que nos van llegando. Como ciudadanos, poco tiempo tenemos para verificar o autentificar una información. Nuestro cerebro archiva lo que recibimos como algo que existió, que se dio, y sin reconocer con el paso del tiempo si fue cierto o no. Se guardado queda como una "pseudoverdad".

Esta percepción de "pseudoverdad" forma parte hoy de un fenómeno más extenso conocido como "Posverdad", que podemos definir como una realidad de comunicación e información en donde entran en juego los factores emocionales, de simpatías y de identificación ideológica como referentes de lo que pensamos y opinamos. Y cada día la gente busca alinearse más con aquellos contenidos que son consistentes con su forma de pensar y de actuar, creándose en algunos casos espacios de polarización de puntos de vista.

Twitter es un buen ejemplo de ello. Seleccionamos generalmente "fuentes" que generalmente son compatibles con nuestras ideas. Por más que el ciudadano trata de mantener un equilibrio de fuentes de información a final de cuentas acaba presa de los algoritmos de las empresas de redes sociales que dan prioridad en resultados de nuestra navegación cotidiana a los "tuiteros" que más vemos y a las ideas que ellos exponen.

Hoy ya no hay “jacobos”. Hoy existen los “chumeles", los "youtubers" y los "influencers". La mayoría de estos nuevos agentes de referencia y de opinión son seguidos porque nos parecen simpáticos y "buena onda", más que por gozar de credibilidad.

Y para hacer las cosas más trágicas, los llamados "bots" del mismo Gobierno no cesan en su intento de desacreditar a los pocos periodistas y medios creíbles con campañas de difamación y mentiras. Es hora de estar más alerta de la oferta informativa a la que nos exponemos.

 

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