Parte baja, 3a. entrada

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Este juego de la Cuarta Transformación es de seis entradas. El manager en jefe, Andrés Manuel López Obrador, está cerrando de manera polémica el tercer inning. Y nos quedan otros tres por delante (¡Si es que no nos lleva a extra-innings!).

Estamos ya a mitad de sexenio y los mexicanos nos seguimos preguntamos: ¿Cuál es la estrategia del Presidente? ¿A dónde nos quiere llevar?

Los hechos —más que los datos— hablan bien y claro: Una anticuada reforma eléctrica que la vieja Unión Soviética aplaudiría; una serie de peleas con diferentes sectores del País (la UNAM la más reciente); un escenario económico y de empleo muy indefinido, sin planificación ni forma. Y la inseguridad… ni se diga.

Destaca en especial el discurso diario del mandatario caracterizado por su componente negativo, de polarización y condena. Un día ataca a empresarios, otro a periodistas y uno más a investigadores y autoridades universitarias. 

Es generalmente un discurso amorfo que poco abona al interés que tienen el resto de los mexicanos —sus seguidores incluídos— de trabajar más como País en conjunto.

México está sufriendo por su capricho de imponer una reforma eléctrica cuya discusión, por fortuna, ha sido aplazada hasta la primavera del 2022. Pero tuvieron que intervenir congresistas norteamericanos, el ex embajador Christopher Landau y hasta el mismo Joe Biden indirectamente para decirle al Presidente: “Stop it, buddy!” (Deténte mi amigo).

La reforma eléctrica no cuenta con la mayoría calificada para que obtenga luz verde. En lugar de llamar a un debate de más de altura con los partidos y de negociar con el sector privado se busca lo contrario: imponer a manera de dictadura un asunto que no solo repercute en el presente de todos los mexicanos, sino también en el futuro para sus hijos.

Pareciera que lo importante para el mandatario es que la reforma eléctrica siga siendo un instrumento para fortalecer su imagen y ganar popularidad con miras a la consulta sobre la revocación de mandato del próximo año y sobre todo para las elecciones del 2024. Nuevamente, los grandes temas de política pública los convierte en espacios de oportunismo político para figurar, influir, presionar.

La UNAM fue un pleito innecesario en muchos sentidos. Fuera de tiempo y contexto declaró que la máxima casa de estudios del País se ha convertido en guarida de derechistas, cómplices de los recientes "gobiernos neoliberales". La convocatoria que hizo para una marcha estudiantil se antojó atrevida y fuera de lugar.

“Yo les propondría mejor que hicieran una marcha, que se avivaran”, llamó a los estudiantes hace unos días.

Pareciera que quisiera aplicar en la UNAM la misma estrategia de polarización y división. Pero los mexicanos no están cayendo en provocaciones. Pocos han hecho caso al Presidente lo que demuestra que cada vez su capacidad de convocatoria se diluye.

Quedan tres entradas —tres años— a este juego confuso que ha venido manejando López Obrador. A fin de cuentas, lo que menos muere es la esperanza y a ella apelan millones de mexicanos para que el Presidente finalmente recapacite, retome conciencia y decida gobernar como el estadista que merecemos tener en México.

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