El valor de “la media”

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En cualquier país el bienestar de la clase media es el mejor referente para medir el nivel de prosperidad. Una clase media que tiene trabajo, que puede acceder a buena educación y que gana lo suficiente para vivir bien es sinónimo de estabilidad, fortaleza y justicia social.

En México la división de clases siempre ha existido. Con el paso del tiempo cada época en nuestro país ha sido escenario de aumentos o descensos en el nivel de la clase media. Con el Porfiriato y la Revolución, por ejemplo, este sector vivió una de sus peores épocas. Con el régimen del PRI en los 50´s y 60´s tuvo una de sus mejores etapas, precisamente durante la famosa era del Desarrollo Estabilizador —el llamado Milagro Mexicano— en que tener un Chevrolet o un Ford se convirtió en una realidad para muchas familias.

En años recientes, sin embargo, el paso de los ciudadanos de la clase media a la pobreza ha ido en aumento. Y no es percepción: son datos estructurados y fríos del INEGI.

Según su Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares, alrededor de un 6.3 millones de mexicanos dejaron de pertenecer a la clase media entre 2018 y 2020. En 2018, la proporción de mexicanos ubicados en este nivel en México era del 43 por ciento, el punto más alto de los últimos 20 años. Hoy es del 37 por ciento.

La clase media juega un rol determinante en cualquier nación. Representa el amortiguador principal en la sociedad, motor de la economía interna a través del consumo y el trabajo. Generalmente la clase alta —los grandes empresarios— generan las instancias productivas, pero sus técnicos, ejecutivos y personal de medio nivel son los que con su dinero mantienen en buena medida el flujo corriente en la dinámica económica. Si tienen dinero, lo gastan y a veces lo ahorran. Si no lo tienen, entonces empiezan a vender lo que tienen, se alejan de las tiendas y bajan de nivel.

La clase baja, por su parte, ha sido maquiavélicamente manipulada en México a través de su historia y ha servido como plataforma utilitaria a los intereses políticos, sobre todo los más populistas. No causa extrañeza que el discurso político y las acciones del actual gobierno encajen en esa estrategia de propaganda, electorado y polarización.

En nuestro país es necesario reivindicar el valor de la clase media. Las decisiones económicas deben dejar de ser consideradas desde una óptica populista para reenfocarse hacia un camino más progresista. 

Quienes encajan en este nivel socioeconómico tienen el desafío de no bajar la guardia ni desatenderse de la política y la participación ciudadana. Pocos mexicanos en las clases altas se ocupan -y preocupan— por involucrarse en la agenda nacional por temor a ser reprimidos por el Gobierno en turno. De ahí que para garantizar un mejor equilibrio de poderes y tener un mejor entorno de democracia y libertad es necesario sostener una clase media bien educada, económicamente saludable y con alta participación política y ciudadana.

Su disminución solo beneficia a un régimen que le conviene tener más pobres para ser comprados con los votos, como sucede en Venezuela y Nicaragua, países en donde sus mandatarios han dividido tajantemente a sus sociedades en dos sectores: los ricos, aliados de sus gobiernos; y “el resto” (generalmente en pobreza) manipulados por los de arriba.

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